Un Beso en los Andes
A través de la filosofía había Juan Gregorio conocido al hombre y a la sola fuerza lógica de los principios filogenéticos y teleológicos había pensado en el hombre abstracto, en el tipo de hombre universal y clásico, sincero y franco consigo y con los demás, altruista y magnánimo. El hombre natural de la selva cohibido por la soledad y el hombre civilizado de la urbe deformado, cambiaron su apreciación y concepto de él.
A través de la caracterología y sociología advirtió curiosas modalidades de la naturaleza del hombre y tuvo que hacer frente en el ambiente social en que vivía a tipos seudo excéntricos o inverosímilmente naturales, a seres forzadamente racionales o convencionalmente informales, a pulquérrimos insoportables y a estrafalarios encantadores, a una suerte de tipos deliberadamente exóticos o vulgares, paradójicamente satíricos o humoristas, supremamente ridículos o trágicamente severos o festivos. En este comercio difícil de los hombres tuvo que librar cruentas batallas. La cumbre y el río fueron sus maestros de estrategia y mediante ellos se armó de una personalidad social y aprendió el tesoro de su verdadera personalidad y, emprendió la obligada lucha diaria oponiendo a la necia vulgaridad del medio su estilizada indiferencia mezclada de grandeza y magnanimidad y dando a soportar a aquellos seres mancornados a la vanidad y el orgullo su olvido absoluto y olímpico de ellos. En las contadas treguas de estas luchas Juan Gregorio se dio al amor y gustó como aquellos generales romanos llevar en su carro de victoria los encantos de una mujer, no sólo para orgullo suyo y reposo de su alma, sino, sobre todo, para renovarse en la emoción estética que aquél sentimiento importa y entregarse a la tarea grata de forjar un amor limpio y puro con los elementos más caros del arte y con las ilusiones más tiernas del amor.
A través de la caracterología y sociología advirtió curiosas modalidades de la naturaleza del hombre y tuvo que hacer frente en el ambiente social en que vivía a tipos seudo excéntricos o inverosímilmente naturales, a seres forzadamente racionales o convencionalmente informales, a pulquérrimos insoportables y a estrafalarios encantadores, a una suerte de tipos deliberadamente exóticos o vulgares, paradójicamente satíricos o humoristas, supremamente ridículos o trágicamente severos o festivos. En este comercio difícil de los hombres tuvo que librar cruentas batallas. La cumbre y el río fueron sus maestros de estrategia y mediante ellos se armó de una personalidad social y aprendió el tesoro de su verdadera personalidad y, emprendió la obligada lucha diaria oponiendo a la necia vulgaridad del medio su estilizada indiferencia mezclada de grandeza y magnanimidad y dando a soportar a aquellos seres mancornados a la vanidad y el orgullo su olvido absoluto y olímpico de ellos. En las contadas treguas de estas luchas Juan Gregorio se dio al amor y gustó como aquellos generales romanos llevar en su carro de victoria los encantos de una mujer, no sólo para orgullo suyo y reposo de su alma, sino, sobre todo, para renovarse en la emoción estética que aquél sentimiento importa y entregarse a la tarea grata de forjar un amor limpio y puro con los elementos más caros del arte y con las ilusiones más tiernas del amor.
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