martes, 25 de junio de 2013

CUENTO PREMIADO POR LA CASA DE LA CULTURA PERUANA DE ESTADOS UNIDOS DE NORTE AMERICA


 

Cuento premiado y antologado por La Casa de la  ultura Peruana
Musica Julio Olivera y su piano
 

jueves, 20 de junio de 2013

EL REY SALOMON Y LA PRINCESA SAFIRO COLOQUIO VIRTUAL





Es una novela corta en dos actos, dialogo en la internet, publicada hace 17 años cuando recien se iniciaba la presencia de la Web.Espero sea de su agrado. Musioca de fondo por el autor

miércoles, 19 de junio de 2013

PAISAJES DE LA CORDILLERA BLANCA


 



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LÁGRIMAS Y

SONRISAS

DE


MILGICHA


JULIO OLIVERA ORÉ



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P R O L O G O



LÁGRIMAS Y SONRISAS DE MILGICHA

“El campo poblado de cadencias

incitó a la aventura y las pasiones

tenían que incursionar por el verso

y la melodía. Y la mujer como un

ángel o una vestal fue endiosada

y venerada
, la campiña como un

templo le ofreció el escenario de las

sombras de sus montes o el furtivo

recodo de sus caminos para dar a

florecer una promesa o un beso”.

(Julio Olivera Oré)



Los paisajes ancashinos son descritos por Julio Olivera, en

Lágrimas y sonrisas de Milgicha, con la pluma de un artista

de la palabra que – línea a línea – va contando cada detalle

geográfico como una invitación constante para verlos ya no

solo en su ingenioso y singular recorrido literario sino para

presenciarlos y sentirlos como testigos de excepción de

un rincón de la natura dispuesto siempre a sorprendernos

para enriquecer nuestra condición humana.

Los ríos, los montes, las nubes, los arreboles y los campos

son en el discurso de Julio Olivera una atracción multisensorial

que logran dinamizar aún mayores y múltiples afectos

Impreso y hecho en el Perú

Printed and made in Peru.


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que despiertan las huellas de la historia y las culturas allí

vividas. La domesticación en esas tierras fue más que de

la flora y de la fauna, fue también lítica y textil. Supieron

los antiguos ancashinos hacer de cada piedra un vehículo

comunicativo y testimonial que perdura a través de los siglos;

pese a paréntesis de olvido y soberbia ocasionados

por quienes niegan la trascendencia del mundo andino, de

ese mundo que empieza con las montañas que emergen del

mar en las costas de Chimbote y se alzan en la blanquinegra

cordillera a varios miles de metros en picos coronados

de nieve que dan origen a riachuelos que siembran vida a

su paso antes de formar enormes torrentes que llegarán

al Pacífico y al Atlántico.

Los tejidos de hoy y de antaño saben conjugar los matices

del arcoíris en la trama para abrigar el cuerpo y el ingenio,

la creatividad y la fantasía, cada hebra es una historia, cada

punto es un discurso que cuenta de su autor y de su vida.

Así, una manta, una chompa, unos guantes ancashinos

nos acercan a una cultura viva y milenaria, tan presente

y tan antigua como sus montañas que acunan preciosos

metales y minerales.

Milgicha, la mujer amada que encarna a todo sujeto de

amor, está presente en la travesía: sus ojos tienen la luz

de las múltiples lagunas que llenan de espejos al paisaje

ancashino, su fuerza y su tesón comparten el aroma de

Ranrairca, su ingenio sabe al Cañon del Pato, su esperanza

es del color de Yungay, su sonrisa cristalina suena a la Plaza

de Chavín en una escena de lluvia, su susurro viene con la

brisa que huele a capulí y su travesura se hace presente

en el pescado salado que viaja del mar a la cordillera de la

mano y con el teclado de Julio Olivera Oré.

Berta Consuelo Navarro

Universudad Compluence de Madrid



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MIRANDO EL MUNDO

ANDINO DEL

CALLEJON DE HUAYLAS



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Milgicha es la muchachita de estos relatos, venida de las

abruptas y matizadas sierras del norte andino, pura en

sus decires, de nítida pasión. Es la reencarnación de las

viejas tradiciones del folklore, del paisaje, en ella se mira

solamente la fertilidad y la simbiosis del hombre con la

naturaleza divina. Es la mueca viva del paisaje.El paisaje

es para Milgicha el poblado airoso o el villorrio humilde, la

campiña próvida o el páramo agreste, los ríos ululantes,

las lagunas sensitivas, los cerros trenzados y las cumbres

nevadas. Su ubicación y, su riqueza lograrán un cielo acogedor,

una atmósfera y un horizonte sugestivo, una luz

solar y lunar más esplendentes.

El paisaje revive en el hombre, nos dice, la emoción mágica

que la naturaleza impone. Suscita una renovación de

emociones en el contacto con la belleza del universo. No

es que el paisaje tiene la fuerza vital de comunicar al ser

una simpatía y fusión que le da la sensación y emoción

de vivir el contacto de la primavera, la armonía del color,

la melodía de un ritmo o el halo sutil de los crepúsculos.

La belleza de una estampa o la hermosura de una flor nos

transfiguran al punto que nos sentimos identificados con el

paisaje o anegados de su fragancia. La naturaleza por la

ingeniosa obra de sus armonías y vibraciones nos traspasa

y penetra tanto que crea un sentido especial de relación que

explica la razón de quienes anuncian una tempestad cuando

ella no amenazaba o hacía prever por sus apariencias.

Tal una modalidad de la presencia o sentimiento mágico

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del paisaje, de cuya evolución son fruto el mito y al mística,

que la poesía y la música logran y, alcanzan significarlo en

su plena función de relación e identificación.

El paisaje es fruto de una simbiosis estética. El verdor del

prado, el rumor del follaje, la cadencia y el brillo de una

cascada, el lago especular, la montaña cuajada de nieve y

el sol opulento que esparce la magia de su luz no pueden

contemplarse sino en el conjunto armónico en que lo ha

dispuesto la naturaleza. Y es entonces que dejamos de

percibir las cosas aisladas para concebir o sentirlas en

relación. Este concierto y armonía no se habría logrado

de otra manera.

Si las cosas en el panorama, son apreciables en su función

de relación, tienen un alma y una esencia. Por supuesto, en

este caso la elaboración mental entra en juego, y entonces

las cosas adquieren cierta irrealidad y mucho más; cuando,

como es natural, tienen que proyectarse en el espacio

donde un dulce tono de lejanía le da una atmósfera de

melancólica espiritualidad.

En el logro de captar un trozo del paisaje, primero ofrecemos

al alma la belleza distante y luego nuestro espíritu

aparte de saturarse de lejanía, se transporta y parece flotar

en un ambiente de idealidad. Esta ficción de hondo contenido

espiritual y estético comunica al alma una modalidad

sensible y emotiva.

Para enfocar y captar el paisaje, es preciso sentir y tener

noción de la perspectiva; es decir de la dirección, distancia

y posición de las cosas en la naturaleza y en el alma. Una

estampa del amanecer, un rincón florido del valle son en

sí, bellezas, se mire de donde se mire.

Pero si a esta estampa y rincón florido asocia el hombre de

las culturas el acervo de las imágenes y emociones de su

experiencia, y, al contemplarlo lo hace ubicándose desde

cierto punto del horizonte y desde tal altura emotiva logrará

advertir y suscitar una riqueza de emociones que las demás

personas no alcanzarán.

Tiene el paisaje como toda belleza, un poder de seducción

sobre el hombre que muy fácilmente se apodera de él. A

fuerza de admirar las maravillas de la naturaleza se encarna

con ellas. El primor de los prados y el fulgor de las auroras,

vive en sus entrañas; su corazón es como un ánfora en el

que se escancian todos los perfumes y su alma una lira en

el que vibran todas las melodías.

La alegría y la fiesta del paisaje son su propia alegría y

fiesta, y son suyos la melancolía y la pena de las tardes.

Tanto es su compenetración que el paisaje, es la visión de

sus pupilas, el latido de su ser y el ensueño de su espíritu.

Es que todo paisaje tiene la fuerza de una vivencia sicológica,

es decir que el alma experimenta y vive la belleza

que encarna y sugiere.

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El paisaje tiene una vida real. No en vano el animismo primitivo

concebía las cosas de la naturaleza como a seres

animados. Nace en los lugares más hermosos del universo,

se desenvuelve en un ambiente de admiración, hace acopio

de riquezas con la música de sus bardos, el cantar de sus

juglares y con el mito y la leyenda del folklore. Adquiere

madurez y define su estilo y personalidad, para acabar por

esbozar un rostro y delinear su fisonomía.

En esta etapa el paisaje acrecienta su magia de simpatía y

acercamiento y pone en juego la maravilla de su lenguaje

de formas, de melodía y color, de su literatura y poética.

Esta clave da al hombre una facilidad de adaptación que

consterna y sorprende. El lenguaje de formas ha tocado

su sensibilidad. El espectáculo de la naturaleza se refleja

en su ser con una exquisita emoción. Es en virtud de ésta

organización espiritual que entre la naturaleza y el alma

se establece una relación de contenidos inmersos y, así,

como la perla se hace al molde, el alma se hace al paisaje

y nuestra vida al ritmo que irresistiblemente nos envuelve

y rodea. Esto explica aquel acendrado amor al terruño y

a la patria, aquella fuerza cósmica que atrae al hombre y

aquél sentimiento religioso de veneración y cariño que le

comunica.

El poder telúrico es mucho más fuerte cuanto más intenso

y rico es su contenido y cuanto más sensible son las facultades

del hombre.

En un cielo especular las nubes son una decoración y el fondo

de cuadros y paisajes ensoñadores. El alba despereza

cobertores; hay como un revuelo de sábanas y encajes al

amanecer. Las cabezas de los picachos dejan sus gorros

de armiño y una bufanda de Martha sibilina cubre sus gargantas.

Ha amanecido. Las nubes rodean las montañas,

ascienden y navegan nostálgicas. Los primeros rayos solares

los irisa de matices translúcidos y como volutas de

oro y rosa se colocan en la estampa matinal para hacer la

perspectiva de la aurora. Una diana de colores anuncia al

sol por sobre el nevado: es la salva de la naturaleza. Las

nubes transidas de crepúsculos decoran la belleza de las

mañanas.

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El sol avanzado


Corriendo el velo del alba; primero es una fragancia de

oro rojo anaranjado que diseña un horizonte irídico, luego

como si dejara un lecho de púrpuras asciende espléndido.

El cielo se despeja y le ofrece su escenario limpio y claro;

por lo bajo, las nubes se alejan en caravanas, evolucionan

en el espacio y un fondo cristalino con tono de índigo puro

le sirve de escenario. El trino matinal de las aves se une a

la melodía cósmica. Las nubes se mecen arrobadas ante

el hechizo de la música. Navegan arrullados, les fusiona

el ritmo y en raudos movimientos se elevan al infinito. Se

reedita la escena por doquier y el admirador que contempla

la riqueza y profusión de formas que las nubes adoptan

ensancha su fantasía, se extasía y se aduerme en ella.

Todas las escenas de la vida se representan en las nubes,

ora vemos paisajes siderales en el que argentados vellones

diseñan prados y panoramas munificentes, ora palacios y

jardines sobre los que las estrellas ofrecen su luminaria de

brillantes, ora personajes edénicos que flotan y pueblan el

empíreo.

La magia de las nubes cautiva la imaginación de los niños,

de los jóvenes y de los ancianos. Con una delectación espiritual

persiguen el vuelo y transfiguración caprichosa de las

formas. El misticismo del observador y morador encuentra

en las nubes la reproducción de todas las estampas del paisaje

y de las escenas de la vida real... Ahí están sus sotos

y vegas, sus montes y arboledas, sus cumbres y montañas

y también los seres queridos. Es tan vehemente la ilusión,

que el pastor de la puna espera en la contemplación de las

nubes ubicar la oveja perdida.

A medio día

el cielo queda

especular y

limpio. Es un

cristal celeste

que irradia

nítidos destellos;

alguna

que otra estrella

le añade su

inusitado esplendor. Por sobre los 6,000 metros de altura

cirrus plumiformes o filamentos y velos blanquísimos orlados

de agujas de hielo evolucionan ritmos ensoñadores.

Flecos de nubes plateadas arrastra la brisa y en exóticos

arabescos se disuelven en el espacio; otras, como cisnes

y garzas navegan perínclitas y se sumergen en la vorágine

azul; luego como copos de escarcha o alas de cisnes

navegan en el firmamento, se esfuman y dejan su ilusión

fugaz.

Y en la bóveda

del cielo queda

limpio y translucida

en una orgía

de tinte azul

y en un derroche

de esferas y pla
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nos inconmensurables. Es un cielo poético y filosofal donde

el alma se anega de éxtasis.

En las tardes volutas de nubes ascienden de los confines,

son gruesos vellones que se desflecan con la brisa y se

vuelven a confundir en masas apretadas. Luego se difuminan

y surge un claro de cielo como un lago de turquesa

fileteado de sedería.

En La Pampa, provincia de Corongo, las nubes se extienden

como un manto de armiño por sobre la población y la campiña.

El observador que mira de Yánac o de los bastiones

de Corongo tiene la ilusión de estar flotando sobre un mar

de nubes que se agitan en marejadas o que evolucionan

quedas. El viajero que baja de Corongo tiene la impresión

de estar descendiendo a las entrañas de un océano.

La población está envuelta en el manto escarlata que fingen

las nubes en su arrullo; es un damasquinado manto

espeso de plata que hace de bóveda en toda la comarca;

por ningún lado asoma el cielo ni se entrevé el horizonte. Y

a una altura como de mil metros la capa de nubes se apiña

y abatana y los moradores contemplan embelesados las

maravillas de su

evolución.

Esta escena es

frecuente en las

mañanas y las tardes

de los días

de invierno. Igual

paisaje se da en

las par tes

bajas de Llapo,

Cabana

y Pallasca.

Las campiñas

de Cajamala,

Aija,

Bolognesi,

Shullgomo

y Maybur se

cubren de

mantones de

nube blanca y, las poblaciones altas gozan de la perspectiva

argentada que se extiende a sus pies y que les da la

sensación de estar flotando en el espacio por sobre ondas

de encajes o plumones níveos.

En las poblaciones de las provincias de Corongo y Pallasca

la neblina tiene formas de cortina que en masas apretadas

invaden las poblaciones y acortan la visión. A las cinco de

la tarde en el Callejón de Huaylas las nubes blancas se

tiñen de púrpura. El ocaso del sol decora la bóveda celeste

de volutas de oro que flotan como globos. Caravanas

de nubes rojas circundan el horizonte y en las cimas de

las cumbres nevadas contrasta la profusión dorada con la

inmaculada blancura.

En Corongo, Llapo, Tauca, Cabana y Pallasca el horizonte

es más despejado y amplio y los crepúsculos son más grandiosos.

Halos anaranjados en forma de anillos concéntricos

van invadiendo el firmamento azul. Pronto el cielo no es

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más que un velo de oro. Copos proscelarios de nube vagan

como llamas de fuego agitadas por el viento... En el confín

marino la magia de las cumbres es sublime.

El sol envuelto en la voluptuosa embriaguez de tintes

de paletadas de

óleo y esbozos

geniales, derrocha

el oro y

la púrpura para

matizar colores

y diseñar auroras.

Y las nubes

transfiguradas

en oro y cuajadas

de pedrería se elevan del horizonte con la cauda

de un incendio lejano. Es en ésta estampa prodigiosa del

ocaso donde el color llega hasta la alucinación y desvarío

y el tono se desborda y reboza; los tintes espectrales en la

refracción del crepúsculo ofrecen una riqueza exuberante

de combinaciones. Nada iguala a la orquestación cromática

de la tarde. El oro líquido se prodiga en raudales y una

espolvoración de púrpura invade el firmamento. Fue sin

duda que en ocasos semejantes, más que en el cálculo

de evolución teórica, que Guillermo Otswall descubrió los

seis millones de matices para la pintura.

Por las noches las nubes no son menos bellas. Como

montañas en marcha ascienden y se agitan, toman formas

caprichosas y fantásticas, y otras veces parecen circunvalaciones

cerebrales que estuvieran en plena elucubración

mental con los astros. Copos blancos y plomizos navegan

en un cielo estrellado y al pasar por debajo de la luna se

tiñen de un fulgor melancólico. En los días lluviosos las

nubes tienen también su sabor pictórico. Vellones opacos

invaden el horizonte y cada vez se hacen más lóbregos.

Flagela implacable el viento y las nubes cargadas de agua

desatan la tempestad. Entonces el relámpago y el trueno

invaden el escenario y el paisaje se reviste de severidad y

de un tono de acero oscuro.

Brochazos pardos de nubes flotan como llamaradas y flamean

como penachos; otras veces como helechos gigantescos

extienden su garfio negro cargado de electricidad

y sobreviene el trueno y el relámpago con sus pinceladas

rutilantes. Un alboroto de copos en fragor, una orgía de

plasticidad cárdena y violeta se difumina y cubre el cielo

atónito: son monstruos apocalípticos, dragones fabulosos,

hidras voraces, pulpos sanguinarios, centauros desbocados

y fantasmas terroríficos que infunden pavor.

Se disipa la tormenta y el cielo queda otra vez como un

esmalte azul. En el terso raso de seda de la bóveda celeste

un brochazo de nube blanca da a cautivar nuestra imaginación.

Es un bruñido copo de algodón sobre un fondo de

platino afiligranado que se mece con apostura sensorial

Otras veces las nubes como una espuma se esponjan

y elongan dando admirar sus irisaciones y sus galas de

rosicler, se disuelven lentos en un arrobo de levedad y

ensueño, dejando tras de sí, un sentimiento de inestabili
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dad y nostalgia. Son una

sucesión plástica de armonías

interminables y

una sinfonía feérica de

gamas fantásticas.

La brisa es el acuarelista

más afortunado de los

andes, con tenues filamentos

de nube diseña

paisajes lácteos y hiperbóreos,

burila perfiles de

efebos en canteras de

nácar, esboza alas de

querubines, plumones

de cisnes, siluetas de

garzas y de ánades. Y la

magia del pincel los hace navegar en un mar de azur con

ritmos de procesión etérea. En los horizontes, ondas de

nubes escarlata evolucionan como flores o velos nupciales,

escalan raudos y se disgregan como algas cristalinas. Un

espejismo grandioso sobreviene: el cielo como una turquesa

impoluta y el sol como un disco de oro fluido reverberan

translúcidos.

Y una como coloración de rosas otoñales da su tonalidad

al paisaje y significación a aquellas metáforas de ópalo y

laca transparente.

Tal las nubes en este escenario. Su plasticidad sutil y

su vaporosa belleza son un rico filón para la producción

artística. Frente al macizo severo de la montaña pétrea

contrasta la frondosidad y riqueza etérea de las nubes. La

moles gigantes con su profusión y convulsión de ramales

exacerbantes inducen a la meditación severa y urgen la

acción enérgica del pensamiento; la blancura inmaculada

de los nevados despeja la mente; la inmensa soledad de

sus paisajes de altura reconcentra; la pesada cuesta y el

camino abrupto o interminable forman la constancia y el

alma del nativo. Luego la imaginación se ensancha en el

fulgor de los nevados, en los cristales del aire que hienden

el panorama, en los espejos lagunarios y en la brillante

pedrería de la cristalización.

Pero lo que sosiega la ansiedad, lo que alivia el fuego de

la fantasía,es la maravilla de las nubes. Hay en ellas el

embrujo de todas las formas y el capricho de todas las

ambiciones. Y para contrastar con la gravedad del contrafuerte

las nubes prestan su ilusión etérea, su vaporosidad

y encaje, la ebriedad de sus arabescos, su barroquismo

delirante, el alarde de su frivolidad y hasta su hechizante

fragilidad y difuminación de humo. De aquí la pasión por la

forma en el arte, aquél afán de pulimento y orfebrería, de

tamización y refinamiento, de estilización y decantamiento

que llegan hasta el paroxismo. La poesía ha urdido sutiles

versos con celajes y ha enriquecido el arte regional con

poemas de nubes y óleos de ocasos apocalípticos.

Un escenario tan exultante y próvido como es la sierra

de Ancash, no podía ser menos que la cuna de una gran

cultura. El embeleso que produce la admiración de sus ma
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ravillas suscita el ejercicio de la mente y, es fuente emotiva

de riquísimos matices.

Los aluviones y ventisqueros, los animales salvajes, las

hordas guerreras y la insalubridad de las tierras cálidas

obligaron al hombre a morar en las cumbres. Alguna que

otra campiña ofreció su riqueza y el contrafuerte andino

para su seguridad.

Y surgió Chavín. Por encima, del nevado de Cahuish

ofrecía su pedestal a los cóndores y al pie de las vegas

de San Marcos y Pomachaca rondaba el jaguar. Y mito y

divinidad se dieron cita en un templo que desafía la eternidad.

Un cielo amplio y especular, sobre el que el cóndor

hace acrobacias y da a la fantasía vuelos raudados, una

campiña munificente que avanza a la Selva cada vez más

sortílega dieron su tónica a la cultura. Y la laguna de Querochota

pulcra y soñadora hecha de rocíos crepusculares

y de espejismos de aurora guarda la leyenda de hombres

gigantes nacidos de sus aguas.

A lo largo de toda la cordillera las lagunas señorean y dieron

a surgir a una y otra estribación a pobladores afines, Chiquián

y Aija al pie de Conococha, Chavín y Recuay a uno

y otro lado de Querococha, Huaraz al pie de las lagunas

de Tullpa-raju, Mancaruri, Cojup, Colotacocha y Taurapampa;

Caraz y Chacas a uno y otro lado de Aquia-cocha;

Yungay y Yanama a uno y otro lado de Llanganuco; Caraz

y Pomabamba a uno y otro lado de Parón y Yuracocha;

Corongo al pie de la laguna de Acuán; Tauca y Llapo al pie

de las lagunas de Tuctubamba y Vicos; Cabana,Bolognesi,

Huandoval y Pallasca al pie de las ocho lagunas de Pusacocha.

A los pobladores vecinos de estas lagunas se les

llamó “Cocha-runacunas” o “Cochacunas”, con arreglo a

la semántica del lenguaje y a la naturaleza que designa o

nombra según la filogenia del idioma. Los españoles foráneos

a la fonética quechua los llamaron “Conchucos”y con

este nombre se ha dado a conocer la nación pre-incaica

que tuvo por capital Chavín.

“Huarica”, ruinas pre-incas que quedan a la cabecera del

río Manta en Cuzca, provincial de Corongo, es una cumbre

por donde asoma el sol; las antiguas poblaciones, como

Querobamba, Hualla y Churtay lo dieron a llamar así por

la aurora por allí anuncia el día para toda la región. Igual

aconteció en el Callejón

de Huaylas. “Huari”, es

el oriente por donde

amanece. Más tarde el

mito y la leyenda hacen

su obra y estructuran la

abstracción del vocablo

y la palabra “huari” llegó

a significar lo primitivo,

lo oriundo, es decir que

de sus cumbres irradia la

cultura (Huamán Poma).

En efecto Chavín en

Huari, Pumacayán en

Huaraz, Yayno en Po
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mabamba, Churtay en Corongo, Pashash en Cabana, Pambagua

en Pallasca, Taule en Conchucos son los centros

custodios de la cultura.

Todas estas poblaciones se establecieron a una altura

superior a los 3 mil metros, desde allí incursionaban a las

partes templadas donde el maíz y la papa se dan ubérrimos.

A` esta zona intermedia entre la puna y las tierras cálidas

o yungas se les llamó “quichua”, vocablo que ahora mismo

sirve para denominar en Ancash a las zonas templadas.

En estas regiones la agricultura por rezones de medio y

ambiente se desenvolvió a tal grado que no hubo palmo de

terreno donde no llegara la industria del hombre y cuando

faltó se hicieron andenerías o “patas” para sostener la tierra

en los repechos y contrafuertes andinos. Para su comprobación

bastan las andenerías de Uruchán y Cobamires

en la provincial de Corongo, que suben a las cumbres de

Guashgo en una extensión de más de15 kilómetros.

Este proceso de aclimatación del hombre y tecnificación

de la industria generó un sentimiento religioso por la tierra

generosa y un amor entrañable que culminó con su apego,

a tal grado que estas tierras labradas pasaban al “ayllu”, es

decir a la familia, mientras que las de la puna conservabanel

carácter comunitario. Así surgió el Ayllu.

El método de cultivo de las tierras “quechuas” se extendió

y sirvió el vocablo para denominar a la región, a su cultura,

civilización e idioma.

Decimos que el idioma

Quechua, es de los Conchucos

porque la lengua

hablada por esta nación

fue homogénea en su territorio.

De otro lado desde

la invasión de Pachacutec

hasta la llegada de los españoles

no transcurrieron

más de 70 años y en tan

poco tiempo habría sido

imposible establecer un

idioma uniforme y borrar

hasta las huellas del primitivo. En cambio la influencia

de los Conchucos perduró muchos siglos y, su cultura se

remonta a X-IV A.C. anterior a la llegada de Pachacutec.

La primera nación quechua que se organiza se denominó

“Conchucos”, con su capital; Chavín. El territorio ocupado

por esta nación se extendió desde la quebrada de Rapayán,

en la provincia de Huari, hasta la quebrada de Uchupampa,

en la provincial de Pallasca (Santiago Márquez). Dentro de

esta extensión se desenvolvió y culminó una civilización que

alcanzó en el orden religioso espiritualizar la idea de Dios

tras haber adorado a las fuerzas de la naturaleza representados

por la serpiente el jaguar y el cóndor (falcónidas). En

el orden agrícola la producción de calendarios agrícolas.

En el orden social, creó el ayllu, célula familiar, sobre que

reposa la organización del Estado. Y cuando la conquista,

el ayllu había evolucionado a semejanza de la Europa

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feudal, creando una armonía social hacienda posible su

convivencia democrática.

Surge así una cultura autóctona. Los vestigios de esta civilización

son un testimonio elocuente del grado de perfeccionamiento

a que llegó. Chavin, Pumacayán,Coronguimarca,

Pasash, Yayno y Tumpa, son los monumentos representativos

de aquella cultura.

En una superficie de 30 mil metros cuadrados y a una altura

de 3,0180, las construcciones se repliegan en plataformas

hacia el cerro. El templo se halla asentado en la Segunda

plataforma y consta de tres pisos. El material utilizado es la

piedra labrada en forma rectangular; los frisos y las cornisas

estaban guarnecidos de piedras grabadas, con motivos

estilizados de serpientes, jaguares, falcónidas y grandes

cabezas líticas clavadas en la pared, representados por

personajes gigantescos con cabellera y arrugas en la cara,

caracterizados por serpientes. En el interior una profusión

de salas y galerías Cruzan el edificio y en un extremo el

santuario tiene suspendido en su bóvedas el “Lanzón”,

señor del templo.

Las paredes interiores del santuario, supuestamente estaban

revestidas por láminas de plata o tapizados por paños

o lienzos finísimos.

Todo el edificio es de piedra pulida. Tanto las escalinatas

interiores como la escala de la fachada principal son

perfectas. Nivel, peso, resistencia, detalle, distribución y

armonía están previstos y ofrecen el conjunto de una obra

arquitectónica maestra. Una red de canales de irrigación y

ventilación asegura la salubridad de la ciudadela.

El edificio ha sufrido la acción del tiempo, el impacto de

varios aluviones, la ira de los extirpadores de idolatrías, la

codicia de los huaqueros y de los hurtadores de piedras y

no obstante esta casi intacto.

Los motivos ornamentales son

estilizaciones de falcónidas,

del jaguar y de la serpiente.

Una profusión de arabescos y

simbolismos muestra el refinamiento

estético de la obra. En

las artes principales del edificio

se han encontrado cabezas de

gigantes, acaso en homenaje y

recuerdo a sus héreliscos cilíndricos

epónimos. Por sobre las

portadas de honor las estelas

del cóndor lucen su elegancia,

estatuas, obeliscos cilíndricos

de piedra ricos en expresión y

relieve.

Una efigie zooantropomorfizada en piedra muestra al Dios

Wuiracocha, el Lanzón Monolítico. Tiene la cara de un

gigante, ojos de felino, nariz ancha cara pequeña, orejas

grandes de las que cuelgan aretes en forma de aro, mentón

pronunciado es decir como dice Lumbreras cráneo mesocéfalo,

labios grandes y gruesos que dejan entrever una

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formidable dentadura en cuyos extremos se destacan gruesos

colmillos. La ceja, las arrugas de la cara y de la frente

como de los cabellos están simbolizados por serpientes.

La cabeza remata en una alta tiara con motivos de bocas

estilizadas de jaguar; por entre el medio un finísimo canal

baja a la cabeza y pasa la punta de la nariz. Por este conducto

bajaba la sangre del altar del sacrificio para aplacar

la ira del ídolo.

El resto del cuerpo guarda simetría con la cabeza, lleva una

falcónida que remata con labores dentadas sobre el que

un festón con motivos estilizados de bocas de felinos le da

relieve; los dedos de las manos y de los pies, terminan en

garras de falcónidas. Por la espalda multitud de relieves

en forma de arabescos y por los costados de las piernas

cuelgan dragones en formas de serpientes. Tan raro y

terrorífico dios está intacto, en el mismo lugar en que lo

colocó el pueblo que lo veneraba. El santuario ubicado en

un extremo del templo es una capilla en forma de cruz, en

cuyo centro está de pie el ídolo.

Joya de arte imponderable, es el Obelisco de Chavín, que

se halla en el museo de la Magdalena de Lima. El dios

jaguar, es representado en un simbolismo más idealizado.

El jaguar va ocultando su fiereza en un copioso y pródigo

juego y derroche de filigranas. Los colmillos del felino, las

cabezas de las serpientes y las garras de las falcónidas

se insinúan como motivos decorativos y no como signos

terroríficos. Entra en la composición el elemento vegetal.

La estela del rayo vibra por entre los motivos figurativos. El

obelisco termina en cabezas estilizadas de felino y falcónida.

Hay en él un empeño de abstracción y una ansiedad

espiritual claramente manifiestas.

Las representaciones del supuestamente “cóndor” ocupan

lugar preferente en el arte Chavín. La imaginación del artista

es pródiga en la composición de motivos decorativos con

las características morfológicas de éste vultúrido. La fantasía

lo elevó a regiones míticas en donde el ave es el rey

del universo. El cóndor desgarra a la serpiente y ahuyenta

al jaguar o felino. Es el dios tutelar del hombre. Epopeya y

religión, son los principales elementos espirituales que el

artista de Chavín aprovecha en sus creaciones.

Son muchas las representaciones de falcónidas, pero para

los fines de nuestra labor bastará que nos ocupemos de las

más representativas. La Estela Raimondi tiene la cabeza

de un felino con un cuerpo de arrogante expresión, que

remata en tres penachos, apreciándose los pies de un ser

humano y las puntas de dos alas. Una gran tiara reproduce

las cabezas de jaguar; los brazos del ídolo sostienen enormes

lanzones estilizados; las manos y los pies rematan en

formidables garras de cóndor.

Una profusión de arabescos y de motivos serpentiformes

completa la decoración y dan al dios una majestad solemne.

Hay estelas de 3, 4 y 8 falcónidas. Las unas de frente y

las otras de lado con las alas y la cola desplegadas. Por

sobre las alas cabezas de jaguar completan la composición.

En las plumas de las alas se han esculpido motivos

32 33


decorativos con cabezas de jaguar, de pez y de serpientes

y potentes garras y picos hacen resaltar las características

de las falcónidas sobre el jaguar. Cuando las falcónidas

no están grabadas en obeliscos o columnas cilíndricas,

sus estilizaciones sirven de cornisas en los muros de los

templos y fortalezas o en su cerámica nativa.

El jaguar y la serpiente medran tanto en los valles y en las

punas de la sierra por lo que su presencia en el arte lítico

y cerámico Chavín, no tenía que ser precisamente de la

montaña. La constante presencia del cóndor, del jaguar, del

pez y de la serpiente, la persistencia de los temas y de las

formas evolucionadas a través de un horizonte tan dilatado

y de un tiempo tan remoto muestra la unidad y originalidad;

es decir, la idea directriz y el sentimiento que lo sustenta y

que explican un estilo orgánico en la expresión artística al

punto que se manifiesta espontáneo en cualquier parte y

en cualquier tiempo.

Los enormes bloques como tajados a cuchillo ofrecen

superficies pulidas y aristas simétricas, se superponen y

entraban con precisión, y las líneas parecen fusionarse en

la juntura. Planos y líneas en un escalofriante equilibrio, su

serena y grave solidez, el juego escalonado de sus líneas, la

fascinación de sus masas pétreas, el hieratismo de sus filos

y su coloración musgosa. Magnitudes abismales de granito

y turquesa, tempestades de líneas en tensión dramática,

sobriedad y lujuria en la talla y relieve se mueven como en

un conjuro mágico dando a aflorar ritmos de belleza ricos

en energía y voluntad. Tal la arquitectura como un himno

lítico que en su melodía engarzara, la fuerza, el enigma,

el ritmo y la leyenda.

Lo que ocurre en las piedras sucede en la arcilla y el metal.

La cerámica representó los mismos motivos simbólicos

en todos sus estilos, como el Huacheksa,Gregoriano,

Floral,Fotapukyo, Mosna y Chongoyape y se caracterizó por

su finura y color Negro, gris, rojo o matizado, por su base

plana, por sus dibujos incisos, punteados escarificados o

acanalados, por su ornamentación en alto relieve que le

da una impresión de estar tallada.

La textilería supero las posibilidades de color y técnica. La

orfebrería que se ha salvado y cuyos valores son los de

Chongoyape, demuestran el progreso y el ingenio de los

artesanos.

El arte Chavín es el fruto de una civilización avanzada.

Por ningún lado se ve el tanteo o la improvisación; por el

contrario hay en él las manifestaciones y la influencia de

una cultura madura y rectora, que abarcando los problemas

sociales, económicos y religiosos imprimió su sello

a la actividad artística al punto de crear una técnica y un

estilo, con la consiguiente unidad de concepción y expresión,

maestría en la concepción de la idea, en la ejecución

del motivo principal y de los detalles, simetría hasta en los

más abstractas y recargadas decoraciones; destreza y

perfección en el trazo hasta en el material más difícil como

es la piedra, donde la perfección de las superficies de las

líneas y relieves llego a su esplendor.

34 35


Por bajo el nevado

las lagunas

extienden su piel

de acero bruñido

o de plata labrada.

Transfiguran el

paisaje circundante

y al reflejarlo en

sus aguas le dan

una temblorosa

idealidad.

El sol extiende su brillante orfebrería sobre la superficie de

los lagos, la luna le engarza de estrellas y le colma de su

irradiación ambarina.

La mitología y la tradición han enriquecido la vida de los

lagos de los Andes. Unas veces parejas enamoradas han

surgido de su seno y en otras han servido de tumba. No

pocas veces monstruos fantásticos se ocultan en sus aguas

y salen en las noches lóbregas o de tormenta.

Como 50 lagunas de la Cordillera Negra y no menos de 200

en la Cordillera Blanca prestan el embrujo de su ensueño al

paisaje. En la Cordillera Negra la lluvia o los manantiales alimentan

el caudal y sus aguas dan al panorama circundante

la belleza de sus espejos y al agro la riqueza de su linfa.

Como las mujeres de la bella naturaleza, que encierra el

fulgor del ensueño en las cordilleras de los andes, como

canto de respuesta en eco,

escucha el cielo con truenos

en la superficie y en la

profundidad de los mares.

El paisaje adula dulzura

e impregna imagen en la

mente, capturando semejanza

creación de un Dios

vivo; convencidos de la

nuestra naturaleza conviven

el ser viviente con los

regalos de riqueza prestos

de Dios.

La riqueza del verdor, las corrientes de agua y el brillo de

la luz, son la alegría y el fruto de compartir.

Esto significa trabajar con fuerza y unión, para el logro de

cada pueblo conducido al crecimiento y desarrollo.

Los pueblos circunvecinos,

en el verano

hacen faenas

pintorescas, refuerzan

los diques de

las lagunas, mientras

conjuntos musicales

ejecutan

melodías vernaculares.

Mientras las

lagunas de la Cor
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37


dillera Negra captan un

cielo nítido y sus aguas

tienen la calma del arrobo,

las de la Cordillera

Blanca reflejan las

cumbres nevadas y

en sus ondas navegan

bloques de nieve.

En la Cordillera Negra, Murpacocha, Murpapunta, Huishuish,

Conococha, majococha,, Toca, Chinchac y Palcarruri

sobre Recuay son lagunas apacibles y de íntima cordialidad;

las de Huancapetí tienen la elegancia inusitada que

le presta el nevado; las de Julcán, Purucuta, Torococha,

Chachán, Pucairca, Shaullán, Tecllo, Chonta y Chachapunta

sobre ceros resecos y rojisos son como una panacéa o

como láminas de agua sobre el afelpado de la puna. Las

de Rocarre, Rumicruz y Kochap sobre Mato y Huaylas son

como una constelación lacunaria.

Para adelante

la Cordi llera

Negra ha cerrado

su escenario

a las lagunas

y los cerros se

retuercen de

sed. Cuanto

más sed, más

sed conduce al ladrido de los

cerros donde remece la tierra.

En la Cordillera Blanca las

lagunas lucen sus galas y sus

joyas panorámicas. En la Pampa

de Lampas, Conococha,

Aguash, Yanacocha, Ocullo,

Taparacocha, Chacracocha y

Queshque tienen contornos

trémulos y bellezas hechizantes

que el viajero capta con

fruición y alborozo. Querococha,

es una laguna principesca

y una belleza de primer orden; fina y escultural se elonga

por entre riveras verdes y refleja los nevados de Cahuish

y Yanamarey dando al viajero una emoción de dulzura y

de encanto…

Hualmish, Collotacocha

y Rurey en Yanamarey y

Olleros, Huamashraju en

Macasca y Huitococha y

Carhuascancha en Huastán

son lugares que están

en terna comunión con

las cumbres nevadas.

Cayesh, Palcacocha y

Cojup en los nevados de

38 39


Pucaranra de Huaraz son un primor; sobre las ondas del

Cojup navegan trozos de nieve y flota en ellos la ilusión.

Ocshapallca sobre Paltay, Urus, las Once lagunas de Copa

las siete del Huascarán y las 34 de Santa Cruz, Huandoy

y Alpamayo son como inmensos abalorios líquidos que

captan los paisajes siderales para escanciarlos en sus

corrientes…

Entre ellas las de Llanganuco ofrecen al espíritu y al arte

la fuerza de su sugestión y la belleza de su estampa. En

las zonas nevadas de Santa Cruz, Huandoy y Alpamayo

sobresale Parón con sus aguas azul-verdosas y la maravilla

de su joya excelsa. Viene enseguida Artesonraju con sus

islas exóticas. Rajucocha con su península de roca y su

zócalo de nieve, Cullicocha con la tersidad de sus ondas y el

vuelo de las faldas nevadas que la circundan y Atuncocha,

la perínclita y ensoñadora ofrece su belleza de perla líquida.

Hasta aquí la ruta

del Callejón de

Huaylas. Para adelante

se ralean las

lagunas y su belleza

resalta más.

La de Champará

sobre Yánac, provincia

de Corongo,

está al pie del nevado y entre zócalos de enormes rocas;

el escenario y el corte de sus contornos dan a la laguna

una belleza soberbia. La Cordillera Nevada prosigue entre

picos y gargantas estrechas y da a brotar en Cuzca la

melódica laguna de Querobamba, luego en la Pampa de

Tuctubamba sobre Corongo y Cabanaestán las de Acuán,

Pachorgo y Piticocha con sus aguas llenas de cielo y sus

orillas repletas de Ganado.

Las 8 lagunas de Pusacocha, sobre Huandobal y Conchucos

son como un rosario de esmeraldas en la cañada. Es

un paisaje primoroso.

Más adelante surgen las lagunas de Huacchumachay,

Llamacocha, Challuacocha y Labrascocha, también en

Conchucos que con sus estampas sugestivas preparan al

viajero para admirar la majestad de la laguna de Pelagatos,

sobre Pampas. Es una soberbia, augusta y bella estampa

lacunaria.

40 41


Con esta maravilla del paisaje se cierra la cadena de lagunas

de la Cordillera Blanca en Ancash.

Al recorrer los andes peruanos, Milgicha, en una aventura

de impactante contraste encontró ríos similares al Susquehanna,

al Potomac, Hudson, Delaware y Misisipi, ríos

de su país y, donde practicar a sus anchas el ecoturismo,

el canotaje y el kayac, ya que las reservas del paisaje

son maravillosas; un viaje único, personalmente siempre

me ha gustado, como dicen de sus pueblitos y ciudades

enclavadas en los cerros y bañadas por las aguas caudas

de ríos profundos.

Milgicha nos cuenta que estos ríos están sobre territorios

de los indios Chavines y Huaylas que poblaron las Andes

miles de años atrás y es de rigor oír sus aguas o perderse

en su silencio. Ni en los más dulces de sus sueños, se

hubiera imaginado lo que le deparaba el destino a toda su

vida. Había compadecido a las mujeres cuyos maridos se

enamoraban de otras y las dejaban plantadas en la mitad

de la vida, con sus

niños, sin papá en

la casa, sus ilusiones

hecha pedazos

y mucho más

pobres que antes.

No, a ella jamás le

auguraría el destino

algo así.

Pero no se equivocó de medio a medio. Un día cruzó las

alturas de las punas y miró en las aguas de estos ríos, reflejado

su destino y encontró un viajero errante en medio

de su camino quien le habló así:

“Los ríos en Ancash están dispuestos como un quipo incaico.

Aquí se refleja el pensamiento de quien los mira y se

da cuenta que vive. Es un léxico y su lira: el rumor parlero

de sus voces y la sonora melodía de sus notas llenan el

paisaje”

En todo el largo del Callejón de Huaylas se extiende el

Santa, dando su potente tono cromático. Los demás ríos

afluyen de él y el conjunto es una orquesta sinfónica de

riquísimas partituras.

Las vertientes de Cashapampa, Yanahuanca, Raju-Pallas,

Pachacoto y Quesqueyacu cabriolean en la Pampa de

Lampas. En verano son como las primas de un violín: el

viento les arranca gélidas melodías; en invierno son como

los bordones de una guitarra, roncos y taciturnos nos dice

Damián. La cordillera nevada le presta la sonoridad de

sus tormentas y las sábanas de la pampa la melodía de

su nostalgia. El Yanacuyacu en Recuay se desprende del

nevado de Cahuish y de la pulcra y legendaria laguna de

Querococha; es como una cuerda de platino por cuyas

notas estilará la melodía de la soledad y de la puna; toda

la angustia del nevado y la nostalgia de la laguna se vierten

por él.

42 43


En el pasado, Pueblo Viejo,

cuyas ruinas nos muestran

su osatura, le dan prestigio y

nombradía social, al presente

el rio rememora su grandeza.

Más abajo el río Negro aporta

sus aguas cargadas de limo.

Es un río fogoso y gusta de su

lecho profundo. El terreno arcilloso

y deleznable se desliza

sobre el río y el aluvión pone

su nota tremente. Baja de los

nevados de Yanashalla y de

las mesetas de Canray, se deja

abrevar en el agro; en el poblado de Olleros se informa del

parco movimiento social y se precipita al Santa revolviendo

su lecho, carcomiendo sus orillas, sumergiéndose bajo el

peso de su carga. Es un río histriónico y sus notas tienen

el rumor de un eco geológico.

El “Arzobispo” es un río veleidoso. Baja precipitado y sus

aguas se escurren como cuchillas. Las curvas de su lecho

guardan emboscadas que los malevos aprovechan para

el asalto. En sus aledaños un Curaca lascivo, reacio al

consejo envenenaba al arzobispo Gonzalo de Ocampo el

19 de diciembre de 1626. El río entra al Santa por entre

orillas surcadas de cruces.

El “Mashuán” es un río corto pero caudaloso, sus aguas

límpidas se avienten sobre un cause pedregoso y caen

como cristales rotos sobre remolinos. Desciende de las

lagunas y quebradas de Cashán y Shacsha. El nevado de

Jauna le ha dado sus espejos claros y las piedras de su

lecho un compás rimado. Entra al Santa con una tremola

melodía por entre el sutil y furtivo aroma de las antahuetas.

De Macashca baja el Paris. Es un río generoso y musical.

Trae en sus aguas el rumor de las tempestades de sus

cumbres y la euforia de sus pagos y cortijos. A su vera

cipreses solemnes mecen sus copas melancólicas. El río

desciende alegre, luego cauto para acabar torrentoso en

el Santa.

En Huaraz, está el río Quilcay. A la derecha de la población

recibe las aguas del Auqui y Paria que bajan de las

lagunas de Cojup, Tullpa-Raju, Mancaruri y Quellg-huanca.

El Quilcay es una lira musical y un número poético. Tiene

mito, leyenda e historia.

En sus nevados y lagunas genios benignos y maléficos se

disputan el destino

de los pueblos; y

sus aguas son un

emporio de felicidad

o un reservorio

de tragedia.

Vegas y campiñas

policromas florecen

en sus orillas

enriquecidas por

44 45


la tradición bucólica

del lugar. Otras veces

el aluvión arrasa

y siembra la muerte.

Con un rumor de

aventura e idilio y de

color transido el Quilcay

entra al Santa

llevando su partitura

de himno y elegía.

El “Palmira” es un río virgiliano, nace de las vertientes y

manantiales de Huanchac y Marián. Sus aguas transportan

la albura de sus cumbres nevadas y el escenario pastoral

de la estancia. Un espléndido paisaje le precede.

La comarca es la media luna de un anfiteatro; llanuras verdes

salpicadas de casas y lagunas cercadas por barreras

de nieve. Baja El “Palmira” ledo y suave por entre casas

y huertos; luego crece y busca su lecho en las quebradas

para retozar por pendientes y llegar al Santa en tono de

fiesta. En el pasado Inca, los palacios de Wilca-Huain, captaron

la belleza de sus ñustas y el eco de sus romances,

que ahora el río rememora y esparce. Al presente aquellos

monumentos de civilización antigua atraen al investigador

y acogen a las parejas para arrobarlos en la leyenda de

sus idilios.

El “brioso”, “Mullaca”

y “Luena”, son

vertientes geórgicas.

Tienen el rumor de

agro, en sus aguas

resuena el “huají”,

voz de virilidad y estímulo.

El “Pariahuanca”, es

un río reseco. En su

cause las piedras

hacen canciones tronitantes

y acuarelas cósmicas. El “Marcará” es un río de

caminantes. A su borde va una mísera senda que le hace

aflictiva en la quebrada, anhelante en la puna o invisible en

el nevado. Son huellas de una ruta y un destino. El río ha

captado la fatiga del caminate y aquella música melancólica

que el viajero modula al pasar una encañada. Hay en

sus aguas el reflejo atónito de pupilas deslumbradas por

la majestad del paisaje nevado. Y en la corriente ejecuta

una música telúrica que se hace cortesana en Chancos y

Marcará. Ingresa al Santa en tono tremolo de gaitas y en

un compás de tango arrabalero.

El “Huanchac”, “Ueucha” y “Chuchún” son ríos de oropel.

El hombre ha hurtado sus aguas para el agro carhuasino y

hebras de plata se vierten por las quebradas. Una melodía

queda de laúd esparce la música de sonatas y las almas

arrullan ensueños y romances a su vera sosegada.

46 47


El “Buhín” es un río histórico y bravío. Una batalla de la

Confederación le dio nombradía. En estas aguas el Mariscal

Castilla dejó la resonancia de su braveza de militar y

más tarde en su travesía a San Luís, el clamor de su pena

de enamorado. En la quebrada de Ulta, hatos de Ganado

embravecido barman y mugen su ansiedad y el viajero

que transmonta la cumbre da a escuchar su hombría imprecando

incesante a la peara y al destino. Y el rio trae

aquellas impaciencias y protestas de una música de pífanos

y timbales para acabar en torrentes de bordones de arpa

emuladoras de la explosión y del fragor de los cañones.

El río “Mancos” es viscolor. Formado por el deshielo de los

nevados desciende por la campiña ensanchando su cause

y su vida, aromándose por el perfume de las flores de retama

y embriagándose en la evocación de los apasionados

idilios de Huashcao y Piscuy. En Yánac, el Conde de San

Donas vino a vivir un romance y un poema de amor. La real

pareja renunció las galas palatinas a cambio del espléndido

paisaje. Y floreció un exquisito ensueño principesco orlado

de poesía y melodía de ópera. El óleo de la bella princesa,

los indígenas de la región heredaron para convertirlo en

icono; al presente una cauda de humo y veneración han

puesto patina en el lienzo

que veneran y ocultan. Y las

aguas del río tienen aún la

resonancia de los ósculos,

el rumor de versos y cantares,

el eco de diálogos y

coloquios, el escozor de los

deseos, el perfil ebúrneo de la belleza de las mujeres que

ofrendaron sus tesoros al amor.

El “Ranrahirca” es arrogante y discursivo. Tiene la pompa

y la magnificencia de sus genitores. Sus aguas llevan los

cielos impolutos y los horizontes infinitos captados por las

lagunas de Llanganuco y el nevado del Huascarán. Hay

en su corriente el orgullo de grandezas soberbias y en sus

burbujas se sincronizan los colores del arco iris.

Franjas de espumas escarlata bordan y festonan la orilla

y por en medio bloques de nieve navegan como cisnes

de armiño. El viajero ha dejado su oración al pasar por;la

“barbacoa”, el turista su admiración atónita y los visitantes

lugareños su aventura amorosa. Una leyenda de tremola

urdiembre da al rio una nota de romance. Es “María Josefa”,

flor de castidad y símbolo de pureza. Su belleza incitó una

pasión fatal. Prefirió el sacrificio a la mansilla y ofrendó su

vida como una mártir. El hombre brutal cegó una vida que

se negaba al goce malsano de la pasión. Desde entonces

en la corriente hay voces lúgubres de deseos insatisfechos

que estallan y se ahogan, lamentos que flotan y resuenan

en la comarca como admonición y protesta, melodías

lúgubres que pontifican el inmemorial de la virgen y que

llenan de tribulación al viajero. Una ermita que los pasajeros

han improvisado a la vera del camino recoge la oración y

el tributo de los transeúntes. El río baja con una nota de

soprano por los quinuales, se hace angustiosa en María

Josefa, pasa galante y decidor por Ranrahirca para entrar

48 49


al Santa, con su tono de órgano y una melodía de liturgia

cósmica.

En Yungay el río es una fantasía. Un cause soberbio y un

puente artístico le prestan su ilusión. Por el fondo discurren

hebras discretas que pasan por el poblado en una sinfonía

de silencio monacal. El río ha querido pasar así, para

no distraer el arrobo de la ciudad y perturbar el sueño del

camposanto y a las almas del cementerio. El río se pierde

en las praderas de Utcush, lo absorbe el agro y de vez

en cuando entra al Santa llevando su fantasía de río y su

ensueño de trovador.

El “Ancash “es un río exhausto, sus aguas han emigrado

y dejado playas desoladas. Los andes jamás vaciaron un

aluvión de aquellas proporciones para arrasar un pueblo y

barrer la campiña. Una cuenca disforme y un hacinamiento

de piedras es la osamenta del río. Algunas hebras de agua

destilan su pena y una aflictiva melodía de quena recorre

el cause como una elegía de dolor.

El “Llulanca” en Caraz es un río cortesano y galante. El

clima ardiente de su campiña obliga abrevar en él y, la

sombra de sus bosques y la arena de sus playas cobijan a

los amantes y les ofrecen un recreo apacible. La laguna de

Parón le da sus aguas y la carga de sus fiórdicos paisajes.

Una música de serenata ejecuta el río y voces de violines

y guitarras pueblan el cause plagado ya de juramentos y

coloquios. Margina el río vergeles y moradas risueñas como

ofrendas y templos del amor. Ingresa al Santa con el paso

medroso y sensual de una odalisca.

El “Shangol” y el

“Colcas” vierten

melodías sobre

campos pastosos

y cálidos. En

sus aguas navegan

el rumor de

los cañaverales.

El río de “Los

Cedros” es de

melodía filosofal y gnóstica. Desciende de los nevados y

un cause de granito sólido le ofrece su lecho limpio y descarnado.

Se precipita por las pendientes de las montañas

y sus aguas se golpean implacables levantando una cortina

de nube como cauda y aventando el torrente de sus

espumas como una avalancha de brillantes. El estruendo

del río tiene la magnitud de gigante de sus cumbres; es la

música proteiforme de las montañas. Por sus aguas bajan

el fragor de las tempestades y el retumbar de los truenos,

brilla y bullen en ella el reflejo del rayo y el eco de las tormentas,

el ruido de las estrellas fugitivas y el restallar de

los bólidos que ruedan y de los mundos en formación. Es

una música fantástica, como si los elementos en furia ejecutaran

óperas geológicas y metafísicas para un auditorio

de dioses y genios mitológicos.

Entran en escena armonías planetarias con engarces

siderales, la furia desbocada de los elementos en un raro

50 51


concierto con la púrpura de las auroras y el torbellino de

los vientos.

Y finalmente está la cascada del Cañón, es una miniatura

de catarata. Es un raudo río cascabelero y resonante que

baja de las cumbres en saltos gráciles y elásticos de jilguero

y con alardes plásticos y acrobáticos de colibrí. Sus aguas

cristalinas se cuelgan como luengas láminasde esmalte

estucados de diamantes y llevan joyeles troquelados con

oriflamas de estrellas y auroras de amaneceres. Es una

larga y sutil cuerda de violín que rebota y se tiembla en el

traste de malaquita de la montaña. Trina y gorjea, es una

música de alondra al amanecer y por la tarde un arrullo de

palomas o un efluvio de capullos. El céfiro y la brisa arpegian

acordes dulcísimos y el viento y el huracán arrancan

voces airadas de flautín que la encañada trasmite al paisaje.

El “Quitaraxa” es un río ascético. Baja silenciosamente de

la cordillera y se escurre en su lecho de rocas por en medio

de quebradas profundas. Sin playas, sin setos ni Vegas

el río trae solo el rumor de su soledad de anacoreta y el

rosario cristalino de sus burbujas.

El “Coronguillo” es un filtro de cidras para Yuramarca. La

cordillera lo descarga por una pendiente abrupta a la cálida

campiña y da a crujir sus aguas en los terrenos pastosos

y resecos. Las piedras del río están teñidas de rojo-gris y

las espumas de la corriente le prestan su capa de armiño.

El río se refunde por entre los frutales y lleva al Santa su

aroma enervador.

El “Cuyuchín” es una orquesta. Primero el “Manta” que

baja de Huarirca,luego el “Polla” que se precipita de Cuzca,

el “Cuyllurón” que resume de Aco, el Taricáque viene

de Urcón y del Champará; el de “Corongo” que viene de

Tuctubamba y el río Negro de Ashacush le prestan su

embrujo y melodía, su canción y el rico anecdotario de los

pueblos y de la puna. Una brisa cálida que comenzando en

Pakatqui sube de tono en La Pampa, sirve de diapasón al

río. La estridencia de los trapiches se alterna con el rumor

de la corriente y, algo así como un aroma de mieles y una

leyenda de romances navega al Santa.

El “Tablachaca” es un bordón entorchado en oro, en sus

playas pululan los lavaderos de oro, la fantasía y la ambición

se entrelazan. Legendario, trae su prestigio desde

muy lejos. El río “Taule” y “El Consuso” en Conchucos, le

han dado el eco de sus taladros, el bruñido de sus hatos

y el temple del tunsgteno de sus minas; el “Sacaycacha”

le presta el ritmo social de las poblaciones de Bolognesi y

Huandoval; el “Llactabamba” la algazara de Cabana y Tauca

y “El Ancos” el embrujo del carbón. Negro pero con caudas

de oro y melodías furtivas, el Tablachaca entra al Santa

con garbo sensorial y filantrópico, ostentando riquísimas

partituras y regalando caudales maravillosos.

El “Santa” es el colector de melodías, un orfeón cósmico,

una antología musical con partituras telúricas y folklóricas.

Sale del Aguash con una pulcritud de remanso, en Conococha

forma su seno lacustre, es hermosa en las ondas y

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se embriaga en las espirales de los remolinos. Gentil, lleno

de donaire y señorío recorre la pampa de Lampas en una

cadencia de flautas y clarines. Las garzas han puesto sobre

su apostura la semblanza de euritmias impolutas y el ritmo

alado de sus vuelos ledos e infinitos. El nevado y la altura

dan un cromatismo de acusada posición artística al paisaje

musical y discursivo del rio, cuyo dulce andante moderato

es premonitorio de excelsos vencimientos melódicos, de

giros recónditos, de expresiones luminosas e inauditas. Da

saltos de gamo y gorjeos de canario en Utcuyacu y borda

las márgenes de Ticapampa y Recuay con voces floridas y

allegros traviesos, para entrar con su tono y paso trenzado

de danza a los collados huaracinos, donde la música sacude

las lentejuelas de los corpiños y hace temblar los senos

en una tortura íntima de grandeza airosa y presumida. Por

Carhuaz cobra arrobos y deliquios dulcísimos en el valle

tibio y acariciador y sus notas de piano van dando paso al

tono grave del violín que ofrece el Santa en Yungay, donde

la música ganado por el arte se arrebata y angustia en la

madurez exacerbada y anhelante de las grandes oblaciones

de la naturaleza y de la ópera.

Corre el Santa en un lecho encandilado y entra a Caraz

bajo un dombo azul irídico refrescando la égloga virgiliana

con los plácidos temas de la sonata. Bajo el influjo de la

floresta el Santa se ufana y embriaga de fragancias. En

Mate capta de los jazmines, tónicas de perfume para la

música. El hechizo sube a lo sublime en el Cañón; la música

se deshumaniza y la fantasía abarca partituras metafísicas.

La brisa sonora y fluida asume cadencias arrebatadoras,

llena de estruendos telúricos y de acordes angélicos. Con

una maravillosa maestría el Santa pasa de la melodía pía

y tierna del callejón al scherzo susurrante de la encañada.

La transición es más sutil en el encanto contrapuesto que

ofrece ya el suspiro o el apostrofe, el trueno o la amenaza,

la bondad o la ira. Desbordante y tormentoso, con virtudes

ascéticas y caprichos histriónicos, rico en las cascadas

y cataratas el Santa rebasa a la costa dando a escuchar

melodías y rememorando en la lujuria del valle su fanfarria

de don Juan criollo, más atrás laureado conquistador de

náyades y vergeles.

Al finalizar el viaje fueron Milgicha y Damián a merendar al

campo riéndose de la situación que habían vivido por los

augurios de los ríos.

La exquisitez de su alma ha podido proporcionarme un

momentode saludable emoción y bañar mi espíritu cual

bálsamo samaritano.

Una mirada retrospectiva me ha conducido a la tierra del

armiño. He rondadoinquieto en el jardín bajo la fronda cariñosa

de los árboles, “El Famoso Callejón”, “los Lirios”,“El

Comercio” y la bocina de un carro que puso término a

aquella gira de ensueñojuvenil.

No puedo justificar mi ida como primicia de primavera.

Pensé que entrelágrimas ysonrisas y música terminaba el

año y a sus alegrías quise sumarme como partículainvisible.

Me abrazan sus inmerecidas indulgencias. No me asiste el

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menor privilegio paraconvertirme en “guirnaldas de magnolias

y ungirle de fragancias”. Quizá si debecontinuar en

el crisol para merecer este don del cielo.

Aprovechando los intervalos de los días de otoño me di

vacaciones enel campo. Un minuto que llegué a casa me

dieron la agradable sorpresa de mi viaje a Perú. Más tarde

supe de mi retorno a ese país, Circunstancias egoístas me

han privado de instantesamables de insospechada armonía.

Mancos y Ranrahirca, Yungay y Pueblo Libre, Caraz, Mato y

Huaylas, El Cañón del pato y la ruta férrea.

arranca notas melancólicas.

A inmediaciones el viajero descubre

Mancos y Ranrahirca.

Asentados en medio de una estancia

acogedora son como una

aureola o halo de campiña. Las

estancias de Huashcau, Mushu,

Piscui y Yánac vuelcan su aroma

y belleza. La magia argentada

del Huascarán ha puesto un broche

de luz sobre los poblados y

coloraciones esfumantes sobre

el matiz remilgado de su floresta. El panorama lunar es

grandioso... Licúa la cumbre nevada el fulgor lunar y la refleja

nívea en el horizonte haciendo temblar de emoción el

paisaje. La luz nacarada pone sobre la pradera un perlado

tono de ensueño.

De Ranrahirca a Yungay una campiña barroca vuelca sus

galas y se despliega zalamera. Por entre una alameda de

cipreses la carretera serpentea ufana e ingresa a la ciudad.

La población era un vergel. Instintivamente el morador de

la ciudad y del campo tenía su jardín y extensas parcelas

de azucenas que invadían los mercados vecinos. Pero

si una variedad policroma de flores matiza y excelsa los

jardines han de ser la magnolia la que le dé su prestancia

y realce. La magnolia es la flor simbólica de Yungay. En la

mayor parte de los huertos y jardines su flor es un blasón

de nobleza y emblema de señorío espiritual.

Tras una jornada llena de impresiones y novedades Milgicha

entra a Tingua. La floresta en el campo y en los huertos de

experimentación se enseñorea. El Convento de los Descalzos

convertido en Escuela, antes agro-pecuaria, está como

en retiro. Por las arcadas de sus claustros el eco de las

plegarias tiene melodías nostálgicas. El campanario está

como en espera y de los bronces suspendidos el viento

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Por todas partes las campiñas se anuncian como estrofas

de un himno o canciones de una copla. El verdor reverbera

como una aurora de esmeraldas y hay en el campo

oriflamas de melodía. Por Huarascucho y Uchucoto hay

vehemencias de madrigal, se contorsiona en hexámetros

en Shacsha, rutila en Aíra, tiene paletadas de aurora en

Shillcop y Rayan, irradiaciones de brillantes en Yanama y

en Marap, cromatismos fiorídicos en Huarca y Huashao,

rumor de idilio en Puchcoj, atalaya en Atma, folklore en

Huantucán, oblación de fragancias en Buenos Aires, poemas

y alejandrinos en Acobamba, música de colores en

Pampac, metáforas de luz en Husiscoljoto, magnificencia

y grandeza de óleo en Utcush y Caya, melodía de brisa

en Yanacaca, búcaro de azahar en Matacoto, brocado de

púrpura en Chuchín, melodías en Shillacaca, evocación y

ensueño en Sedán, dulzura de acuarela en Chuquibamba,

ritmo de danza en Llacta y Huaytacaca y sabor de romance

en Punyán.

Los escenarios del

campo alucinan y

sugestionan. Los

frutales dan su

tono efusivo y cautivo

el esmerado

porte de sus cultivos.

La campiña

es como un ánfora

delirante. Hay en

la tierra inhalaciones

de simiente, de germinación y vitalidad que aroman y

exultan, que prodigan y exuberante.

Un miraje de auroras se experimenta en yungay. Aquí la vida

es fragante. El valle escancia perfumes y la brisa melodías.

Al occidente las cumbres dan a dorar al sol sus lomos de

trabajo; titanes ancestrales han tendido sus brazos como

una barrera para proteger al valle. A lo largo de la cadena

de montañas están trenzadas en una maravillosa semblanza

de estatuas de Rodin. Al oriente las cumbres nevadas

simulan una procesión de vestales.

En Yungay el Huascarán da a la aurora un magnífico espectáculo.

El sol de levante irradia su luz por sobre la cúspide

Nevada y sus destellos dan a la nubes una coloración sonrosada

y una maravilla boreal. Así comienza el día como

una risueña paletada de pinturas, avanza como un verso o

una canción, es un himno a medio día y una melodía tierna

por las tardes.

Cuando se recorren las estancias de Yungay la pradera se

dilata a la vista en una grandiosa y elegante elasticidad

de gacela. Exhalante, alada, como una cauda de aureolas

luce la pradera en el paisaje especular su voluptuosidad

de campiña lujuriante.

En este brezal florido el tono y la plástica se enseñorean, la

belleza tiene rebozos sublimes y sus galas recortan un cielo

de ensoñación. En el alba el combo celeste reluce áureo:

la alborada ha puesto su pincelada maestra y la atmósfe
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ra se cubre como de una dorada

claridad; a medio día las nubes

flotan como melodías, navegan en

escolta arabesca y la imaginación

descubre figuras mitológicas en

extraña procesión de recreo; por

las tardes los últimos rayos del

ocaso transfiguran las nubes y el

escenario se cubre de un manto

dorado, orlado en su base por

pinceladas cárdenas y paletadas

de bermellón oscuro.

A pesar de la magnitud de la montaña todas las colinas

parecen que estuvieran en movimiento, dando la sobrecogedora

emoción de pliegues y repliegues o la impresión

de un abanico abierto. El flujo y reflujo de las quebradas

que se asoman, que se ocultan y cruzan sin transición,

refundiéndose unas veces y otras surgiendo más osadas,

matizando con la sonoridad

del eco de las curvas, con

la inquietud de las encrucijadas

y la luz fulgente de

los vanos de las cimas dan

al cuadro una movilidad dinámica

infinita comparable

solo con el claro oscuro de una superficie cromática.

Por encima del festón níveo el Huascarán se eleva majestuoso,

impone su señorío y hace flamear su penacho de

cumbre egregia. Aparte de

ser la más alta de la cordillera

blanca es la más bella y

augusta. Es un monumento

de cristal asentado sobre una

campiña de esmeralda.

Su albura es un mensaje que se irradia en la extensa

pradera dando un tinte de idealidad a las cosas. Ningún

nevado tiene la opulencia ebúrnea de sus formas, ninguno

el vuelo ágil y extenso de sus flancos, ninguno la sugestión

de altura y la sensación de hechizo como él.

El Huascarán tiene un empeño canonista y litúrgico. Da

alas para el ensueño y marca el ritmo del arte. Insinúa

tonos, distribuye tintes, su paleta suaviza el verdor de las

campiñas y el color encendido de las auroras; da al cielo

verberaciones fulgentes, celajes argentados, lampos damasquinados;

sincroniza el carmín de las mañanas y el

bermellón de los ocasos. Y las auroras y los crepúsculos

van halándose de ilusión en el paisaje y haciendo plácido

el tono de la acuarela del alba.

Otra de las fuentes de belleza del paisaje son las lagunas

de Llanganuco. Mientras el Huascarán se yergue como

una visión de armiño, las lagunas en la base del nevado

tienen refulgencias de cristal y ondulaciones de ensueño y

de ilusión. A un lado se reflejan las cumbres nevadas y la

fantasía descubre bustos alabastrinos y nacarados en una

rara y caprichosa inmersión; al otro lado, el follaje de los

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quinuales estremecidos

por la brisa dibuja sobre

las aguas arabescos de

sombra que se refunden

en los abismos de los lagos

para luego brotar en

el fondo como bosques

acuáticos. En medio de

los lagos se licúa el cielo

y las estrellas fulgen destellos de diamante; la luna posa su

ambarino resplandor y las nubes navegan en sus ondas.

Una melodía de silencio y de belleza puebla el ambiente

y el viajero o espectador insensiblemente se transporta a

regiones de ensueño.

En el extremo occidental está el cementerio, la colina preinca

de Wuansacay se ha erguido en un colosal mausoleo.

El morador ha querido aún en la muerte tener una atalaya

para avizorar el exultante paisaje. Y los monumentos de las

explanadas y los nichos de los círculos concéntricos tienden

la mirada a la campiña en un postrer reclamo y evocación.

Hacia el norte la campiña engarza dos reliquias del paisaje:

Ancash y Pan de Azúcar. Ancash está diseccionada.

El Ande sangró su fiebre; la herida se ha cerrado, pero la

cicatriz denuncia la devastación. La imaginación se detiene

suspensa al considerar el espectáculo horrible que habría

captado un lente en el desmoronamiento de las cumbres

nevadas. Paisajes fiorídicos, poesías siberianas y polares

no alcanzarían a dar una idea de lo que han visto los contrafuertes

andinos en el dislocamiento de las nieves sobre

el pueblo inerme. Pan de azúcar exhibe su silueta de gorro

de general. Por sobre él se calcinan en todos los veranos

los huesos de los héroes de la Confederación y en el invierno

el musgo le pone un tinte de bronce. El observador

deja Pan de Azúcar y desde lejos ve flamear el penacho

vencido del gorro de Santa Cruz y de súbito le viene a la

memoria el trágico desastre del 20 de enero de 1839 en

el que la menguada ambición de Gamarra sacrificó la esperanza

del país.

En un inventario de la belleza del paisaje yungaino no

podía excluirse la exquisita gracia de la mujer. La pródiga

naturaleza le ha otorgado sus mejores galas y ha dado a

brotar un tipo de excepción. Egregia como un tibor de esencias,

hermosa y pulcra como un botón de magnolias o un

bouquet de lirios, tiene de la aurora su tinte rosa y del sol

el oro mate de su brillo. La atmósfera le presta su tersidad

y ensoñación y la campiña su refinamiento y elegancia.

Bajo el influjo de un clima de emoción y de arte el viajero

sigue el curso de la carretera que le va descorriendo aquél

telón de gasas y tules que muestra la atmósfera en el Callejón.

A la margen izquierda del Santa está Pueblo Libre.

Se insinúa como un nido de ensoñación, como un oasis de

tono y ternura en medio de la estribación parda y abigarrada

de la Cordillera Negra. Por encima del poblado, que era de

corte colonial, un brochazo de esmeralda luce su tinte de

primavera; al pie las campiñas de Chorrillos y San Lauro

arrullan la ilusión y los aromas lujuriantes se refrescan en

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la brisa emotiva del Santa. En Barranco se ha esmerado

la naturaleza, al regalo de una estampa colorida ha añadido

la maravilla de las Cavernas de Yungay, por entre los

laberintos se pasea la ilusión y la inquietud se anega en

el misterio.

En Caraz se excelsa el panorama, toma contornos definidos

de gracia y hermosura. La naturaleza retoza eufórica, el

escenario muda de decoración, se engalana de cederías y

tules, se adorna de esmeraldas. El arte se objetiva, se colora;

brota la plástica en una profusión de exóticas bellezas.

El cromatismo vital de Caraz lo da el sol y la campiña: magnifico

y esplendoroso el uno y fecunda y bella la otra. El sol

da su luz ardorosa y la campiña su elasticidad sensual; y hay

tonalidades subyugantes en la atmósfera y armonías que

excitan y fustigan en la vega. El concierto hace brotar una

alegría amplia y la ansiedad de un goce pleno y rebosante.

En ninguna parte de Callejón de Huaylas como en Caraz

tiene la vida mejores estímulos: es el embrujo del paisaje,

el hechizo de la mujer, el ritmo de sus melodías.

La campiña está como enfervorizada, pronta a la oblación y

fecundación. En Pucapacha y Cabiña los huertos de naranjos

exhalan fragancias de azahar; en San Miguel y Molino

Pampa la efervescencia del campo irrumpe avasalladora

y sensual; en Cumpayhuara la vegetación se estiliza, el

hombre ha bordado franjas y cenefas y por sobre los cercos

las copas de los árboles rebalsan y dan a mecer ramales

de jazmines que perfuman la ilusión. En Llullanca hay

esteros eglógicos: en los follajes hay nidos para el idilio y

en la corriente del río estallan resonancias de ósculos. En

Tunsgucayco e Ynca-Huain, en Shallan-Cotu, Pueblo Viejo

de Huandoy y Ruinas de Parón hay paisajes históricos. En

Yanaucra la campiña tiene eflorescencias crepusculares y

la vegetación se espolvorea de púrpuras. Luce encajes de

terciopelo en Llacta, tintes de alborada en Yuracoto, melodía

de esmeraldas en Tinco y mirajes de iris en Cullapampa.

Por Shandol y Pati torbellinos verdes revolucionan tras el

arenal de las Colinas y como brochazos de pintura al oleo

los bosques decoran el campo y dan a fluir colores apasionados

y tonos profundos.

Entre las moles pétreas y las cumbres nevadas está la laguna

de Parón. Es un espejo de plata orlado en sus bordes

por acantilados verduscos y salpicados de una vegetación

melancólica. En la superficie navegan convoyes de nieve

y las imágenes de las cumbres nevadas pueblan el fondo

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del lago. Parón es el

estor musical de Caraz

y galardón máximo del

paisaje.

El Huandoy no filosofa

ni mira el espacio con

ojos desorbitados. El

Huandoyes una actitud

definida: traza en el valle

su silueta y se proyecta

en el espacio como

un fanal de brillantes.

Nietzchehabria encontrado

en él un pedestal

para las estatuas de Zarathustra.

La expresión estética de Caraz es la pintura. El paisaje se

desborda en una sinfonía plástica. En las aguas lacustres de

la cordillera hay tintes especulares y tonos apasionados en

la euforia de las Vegas de Santa cruz. En las cercas de Cañasbamba

la melena de los sauces diseñan cumbres graves

y pensativas. Finge toda la campiña un alfombrado persa

sobre que el sol se requiebra en ritmos profusos.

Del Puente de Choquechaca la carretera ingresa a las

asoleadas Vegas de Pomachuco. El verdor de los alfalfares

refresca la imaginación. Más adelante está Mato. El color

glauco de sus cañaverales y el casto perfume de sus jazmines

estructuran sinfonías de color y fragancia.

Una cadena de Colinas superpuestas se concatena y dan

a la campiña de Huaylas su plataforma de color pajizo.

Señorial, con un abolengo de marquesa y una donosura

de bayadera la campiña huaylina es el broche de oro del

Callejón. Por algo excelso y especial el Marqués Pizarro

lo acogió por su encomienda y tomó por compañera a la

ñusta Inés Huaylas Yupanqui, hija de la palla Añas Colque

y del Inca HuaynaCápac y en la que tuviera a sus dos hijos

Francisca y Gonzalo. Más tarde don Simón Bolívar en mayo

de 1824, se postraba de hinojos ante el hechizo de Manolita

Madroño: musa de un idilio inmortal y corazón que confortó

en el campo de batalla de Junín al espíritu del libertador.

En Curcuy, Chirakajta. Pueblo Viejo, Plaza Pampa y Cuba

Libre el agro se enseñorea y tiene emoción bucólica. En las

cumbres resuenan los ecos de los taladros de las minas

de Patara y Kjakjapunni. Tal la pulquérrima Huaylas que

como un empeño o una indagación está engarzado en la

pendiente. Centinela y augusta. Un afán espiritual de evasión

y de salto son los signos telúricos del paisaje huaylino.

Al pie de Huaylas a una profundidad como de mil metros,

muy cerca de Los Cedros queda el Cañón del Pato. Las

dos cordilleras dan la ilusión de que se unieran en este

punto. El rio Santa ha cortado su lecho y sus aguas tienen

en esta ruta arresto de bordones encandilados. La galería

de 49 túneles que el hombre ha horadado en la montaña

sirve de soberbia antesala a Huallanca.

En Huallanca está la Central Hidroeléctrica. Desde la cabecera

del Cañón del Pato los acueductos subterráneos

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se asoman por las ventanas y dan a admirar campamentos

de obreros que se han incrustado en las rocas.

En la Casa de Fuerza el alma se sobrecoge de admiración.

El hombre ha taladrado en el granito un enorme templo industrial.

Por uno y otro lado la red de oficinas y socavones

se pierden sigilosos.

Las enormes maquinarias completan la decoración con su

acerada severidad. Mientras tanto el Santa se revuelve indómito,

embiste con ferocidad los sácalos de su lecho, se refunde

en remolinos y se aleja con alaridos de rebeldía.

La zona urbana de Huallanca muestra su ranchería de

población de campamento. Los traficantes de baratijas y

los cafés con radiolas marcan el tono chillón del poblado.

De Huallanca hasta Chimbote el viajero hacia un recorrido

por ferrocarril y observa en las estaciones la ansiedad y

la preocupación de las gentes. La ruta es móvil. El juego

de los pliegues de las montañas y la riqueza de la carga

del río en el invierno distraen la atención. En uno que otro

oasis el verdor de las sementeras atrae la curiosidad. A la

margen derecha del Santa y a partir de la estación de La

Limeña y hasta el mar se observa los 65 kilómetros de la

Gran Muralla. En Tablones y Suchimán cambia el paisaje;

primero como un difumino de verdor luego con brochazos

fuertes los bosques se ofrecen a la vista. En Vinzos, La

Rinconada y Tambo Real se ensancha el valle y son grandes

extensiones de arroz, de caña de azúcar y de algodón

que marcan el tono del escenario.

El panorama se ensancha y enriquece cada vez… Los

algarrobos y tamarindos extienden su copa de sombrilla y

su sombra tachonada. Tímidas garzas ululan en los espejos

lagunarios de los almácigos de arroz y las rancherías

serrinas denuncian la proximidad de la Casa hacienda. De

repente se tropieza con un Mayoral que cabalga impertérrito

en su corcel, su soberbia y masonería. Esparcidos en las

bocatomas alguno que otro escuálido peón se consume en

la fiebre del paludismo.

Aparece Chimbote. A los costados de la línea férrea se

enfilan las casas de los obreros. El cementerio tiene todo el

abandono de la muerte. En la ciudad las amplias avenidas

bostezan. Alguna que otra construcción moderna salva el

olvido arquitectonal de las fachadas. Las mujeres salan el

pescado y juegan a la suerte. Los hombres se lanzan al

mar en la faena de la

pesca y las guitarras

y el alcohol encienden

su imaginación. Los

varones en celo están

prontos a desenvainar

el puñal, mientras que

las mujeres ciñen su

lascivia al vendedor.

Al norte de la ciudad las usinas modernas y los enormes

hornos y muelles en espera de industrias gigantescas que

forjaran la nueva fisonomía del paisaje. Entre tanto las fábricas

de la industria del hierro y del pescado dan su colorido

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con el movimiento obrero cotidiano y son el coágulo de las

rebeldías de clase.

El mar presta el sortilegio de su cercanía e inmensidad.

Una bahía espléndida y una isla rocosa decoran el litoral,

mientras las pampas se esfuman por entre granadales y

lomas de arena rumbo al desierto y al misterio.

Cajamala, Ancos, Llapo, Tauca


Ante el contacto con el universo el alma de Migicha se

transfigura, vibra en ondas luminosas y se diluye en el

ritmo melodioso del paisaje. Esta fusión y conjunción de

aproximaciones elabora una aptitud y disposición espiritual

singular. En la contemplación del paisaje no es tanto la

vista sino el sentimiento que aprecia y avalora. Luego se

desarrolla un mundo interior donde no solo se reproducen

los paisajes de la naturaleza sino que se transforman y

evolucionan profundamente y se ornamentan de florestas

emotivas, se orfrebrizan en el oro y la pedrería de nuestra

fantasía, se teje con la seda sutil de los ensueños y se ta
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chonan, engarzan y guarnecen con gajos de luz, remansos

de lagos y arabescos de jardinería espiritual.

Lo que le da sentido, unidad y emoción al paisaje es el

hombre con su facultad de relación y asociación. Y entonces

será más bello para aquellos espíritus refinados que han

acumulado tesoros espirituales y que están en condiciones

de revestir con magnificencia e interpretar con mayor acierto

y provecho los recursos de la naturaleza. De aquí, que en

cierto modo, la verdadera belleza del paisaje radique en la

visión subjetiva que suscita.

Es en estos dominios cuando la evocación y la fantasía

reconstruyen y edifican paisajes y palacios magníficos

y suntuosos, quintaesenciados y refinados hasta el desborde

y la embriaguez. La imaginación concibe estampas

magnificentes, destaca aldeas edénicas asentadas como

en pétalos de rosa o campos de esmeralda, ríos en que la

plata riela en los remansos y la pedrería de brillantes se

desgrana en las cascadas, lagos tersos y ambarinos sobre

cuyos cristales el sol hace acrobacias luminosas y la luna

juega a la ronda.

Estas maravillosas visiones interiores evolucionan creciendo;

la imaginación recorre mansiones de cristal, palacios

de oro habitados por hadas, parques primorosos en cuyos

estanques de perla liquida navegan los cisnes del ensueño.

Las metáforas cromáticas y musicales invaden las esferas

del arte con un fervor exacerbante. Y aquél aparente desvarío

y vértigo tienen su lógica como lo tuvieron el gongorismo

de España de la época de las guerras de conquista de

Carlos V, el rococó en el resplandor de la victorias napoleónicas,

las letras cabalísticas y la Thora sagrada en las

aldeas de los primitivos israelitas o el nirvana en el azar de

la teogonía India del tiempo de Buda.

Viniendo de Chimbote y siguiendo la ruta del paisaje el viajero

atraviesa estampas de trigales e ingresa a Cajamala.

La población de clima templado está como en siesta y la

vecindad de la costa ha dejado su nota de éxodo y melancolía.

Pero el paisaje es magnífico. Las extensas zonas

de alfalfares le dan su nota y animación plástica. En las

campiñas de Chacolla, Collocollo, Puripuc, El Castillo, Casa

Blanca, Cahuac y Matala hay huertos de frutales y montes

ubérrimos con tintes al óleo. Por sobre la ciudad están las

alquerías de Miraflores con su sabor de acuarela.

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El clima suave y los cultivos de la vid y de la caña de azúcar

dan a Cajamala un dulzor de balneario y regalo.

En Ancos el paisaje es plácido. La población se recuesta en

la arboleda de los huertos y hay un frescor de esperanza y

una emanación de aromas que el viajero aspira con codicia.

En Cocabal y la Galgada los esplendidos campamentos

mineros dan su típica algarabía. El carbón ha puesto su

difumino en las fisonomías y en las cosas. Las minas vuelcan

sus entrañas y los hombres ceban su ambición.

Los campamentos en el día están en espera, mientras el

trabajo de las máquinas ensordece. Por las noches en los

casinos y rancherías arde la pasión. La música de radio vierte

su música estereotipada y las guitarras se exacerban en

su ardor., encienden el fuego de las pasiones y hace correr

a raudales el alcohol. Al amanecer los hombres vuelven a

los socavones exhaustos y cansados. Una lánguida esperanza

de retorno al jolgorio alienta la jornada. Las mujeres

descansan y se reponen para renovar sus desfallecientes

halagos al varón.

Las bocaminas campean en los ceros de Ancos y la Galgada.

Son una vorágine: tientan al hombre y lo atrapan en

sus fauces. De vez en cuando lo sueltan como un estropajo

y esta vez es sólo para aventarlo como un despojo.

Por sobre Cajamala hay escarpados y cerros negros de

patina milenaria. El cinabrio y el antimonio prestan la decoración

de sus óxidos y acicatean la curiosidad de los

mineros. Escarpados y cresterías de pizarra se recogen

y forman un nudo en la cumbre. En esta cima se asienta

la población de Llapo,” Nido de águilas”, y sus casas con

sus tejados áureos son como una corona de la cúspide.

Las calles en declive tienen una precipitación acrobática y

una movilidad vehemente. No obstante prima el equilibrio

y el desnivel es un matiz que da su colorido típico a esta

población.

Las campiñas de Matunan, Buena Vista, Huamán,Curhuay

y Chuquique ofrecen a Llapo una tenue coloración esmeralda.

La quebrada de Urunduy tiene remembranzas de río y

ofrece su ilusión de agua. Entretanto las lagunas de Uycos

y el manantial de Pogta prestan su escasa corriente y hace

brotar en las parcelas de cultivo una vegetación parva.

Vellones de pajonales se extienden como un manto para

cubrir el frío de Llapo; sábanas de ichus con sus flecos

cortos rodean al pueblo y lo envuelven. Por encima Shihaunca

y la puna de Uyco muestran su ceño adusto y su

laguna helada.

La ubicación y altura de Llapo le hacen el visor del panorama

más extenso que la visión humana puede alcanzar.

Tiene al frente los contrafuertes de Huaylas, el Océano

Pacifico y la provincia de Santiago de Chuco. Por las noches

las luces de los barcos en el mar prestan su luminaria

al ensueño y a la fantasía y de día los horizontes lejanos

sugestionan con su vértigo y atraen con el hechizo de nostalgia

que infunde a melodía de lo infinito.

74 75


Una Iglesia de tipo colonial muestra la pasada grandeza

de Llapo. Y los subterráneos del Convento de los Jesuitas,

dan a cavilar en dantescas escenas inquisitoriales o en

aventuras románticas que los naturales narran con emoción

y orgullo.

En Urunday, las momias paradas en hornacinas talladas

en la roca. Por el camino del Inca hay clabas de granito y

en el Ushno la tradición dice que se veneraba a un cóndor

de oro. El Santuario “ScalaCeli”, al costado de la Iglesia

Matriz tiene un subterráneo y la capilla de Copacabana en

la plazuela Miramar, tiene subterráneos y en el paisaje de

Cangolla están los templos pre-incas del Sol y de la Luna,

de la cultura Haylas.

Una franja de senda se abre paso por entre la pizarra,

atraviesa Chuquique y conduce a Tauca (Kakia) por esta

entrada el hombre se resbala por la pendiente de las calles

al centro de la población. Apiñada y repleta están las casas.

Un inusitado movimiento anuncia la actividad del agro por

las mañanas. Huachuspiña, ConculayQuisuarball, Parga,

Asumachay y Huamapara son las campiñas de Tauca que

ofrendan su sonrisa cascabelera y desairosa. Más abajo

un clima tibio ofrece sus galas de balneario y estampas

como las de Llactabamba, Tiñayoc, Hualalay, Quichua y

Matibambadan a Tauca con su vegetación barroca y sus

praderas floridas, un gusto renacentista.

El alfalfar absorbe las praderas y sus flores de azul-violeta

se extienden como brochazos sobre un campo de arcilla

amarilla. Por el cerro de Angollca las minas de plata ceban

la ambición y la fantasía.

Hualalay es al presente lo que otrora fuera Llactabamba:

un templo y un parnaso del amor. El idilio tiene la efusión

del campo y el perfume de las flores. Por Parga los recodos

anidan recuerdos y ponen hitos a la aventura.

La riqueza de las campiñas y el sabor artístico del pueblo

está representada en su templo. El arte colonial agotó los

recursos barrocos y erigió altares soberbios cargados de

ornamentos inverosímiles, de volutas que se esfuman como

esencias, de adornos quintaesenciados, de columnas esbeltas

transidas de una ebriedad mística y otras cargadas

de racimos de uva, grávidas y apasionadas.

Los artistas vaciaron su fantasía y captaron la emoción del

pueblo para plasmarlo en su templo. De aquí los ábacos

llanos y severos del arte dórico o los remilgados y estilizados

del corintio y gótico, capiteles, bazas y cenefas de

ornamentación bizantina donde la imaginación se pierde,

estrías de pilastras pulidas con pan de oro y tallados con

lujo, frisos de alto y bajo relieve con motivos arabescos

engastados entre arbitrales griegos y cornisas árabes, jambas,

molduras y cenefas de oro que irradian vivos fulgores.

Rejas toledanas de tipo renacimiento y ventanales con barrotes

de madera tallada o esculpida; arcones esmaltados,

relicarios de concha y carey; cálices, custodias y candelabros

elegantes con incrustaciones de piedras preciosas

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tallados en el oro y la plata de la región; palios y casullas

de seda y oro donde el arte se ha esmerado y agotado sus

recursos y en los que enhebró la mujer tauquina su pasión

angelical y su fe cristiana.

El púlpito de madera donde no hay una pulgada libre de

talla o de motivo decorativo es el orgullo del pueblo y reliquia

nacional. El artista se ha esmerado y su fantasía se ha

excedido en el portento de la obra; la imaginación apenas

puede seguir la prodigalidad decorativa. El oro burilado en

el púlpito aumenta el fausto de la obra y excita la ambición

de los extraños.

En Tauca la manzana es una planta silvestre. Los montes

se repliegan en los ceros o se cuajan en las acequias o

junto a los cercos de los corrales, abunda en los huertos

y hasta invade el patio de las alquerías. Una fragancia de

fruta aroma el ambiente. Y las gacelas de la campiña dulces

y sonrosadas como unas manzanas llevan a los mercados

vecinos su mercadería y el garbo de su belleza lozana y

turbadora. Este caso singular de hermosura tenía que generar

bardos y romances y por fuerza una música y una

poesía romántica.

El campo poblado de cadencias incitó a la aventura y las

pasiones tenían que incursionar por el verso y la melodía.

Y la mujer como un ángel o una vestal fue endiosada y venerada

la campiña como un templo le ofreció el escenario

de las sombras de sus montes o el furtivo recodo de sus

caminos para dar a florecer una promesa o un beso.