lunes, 1 de octubre de 2012

OTOÑO EN EL CHARLES RIVEE


Otoño en el “Charles River”
Isidora mira el paisaje y concita la evocación’ despierta un mundo de sentimientos dormidos, cuadros de belleza cubiertos de polvo, melodías aprisionadas y ráfagas de luz en las tinieblas. Es precisamente este carácter que da al paisaje un sello espiritual de dulce emotividad y que nos familiariza a él dándonos la sensación de cosa propia y ya conocida.
 
Se llevó las manos a la cabeza, sacudió su pelo negro que le cubría los ojos. Sus mechones se agitaban cuando ella movía el rostro de un lado a otro y gritó “octubre, ya es octubre”, mes morado en el Perú, mes del milagro perdido, del Cristo de Pachacamilla. Isidora es una mujer enamorada de las aguas del “Charles”, vive cerca a sus orillas y cada día que pasa extraña más estos ritos de efusión que le vienen con ansiedad queriendo entender la vida un poco más. Es una muchachita graciosa de ojos verdes vivaces expresivos, frágil, esbelta, de una gran clase, muy femenina, egresada del MIT. No concibe la vida sin la música, es concertista en sus horas libres, crea sus propios conciertos para su solaz y vive del recuerdo de su patria y no se percata de cada vez se vuelve más americana en sus costumbres; tal vez un día escribiera un libro, quizá la entretuviera de su nostalgia, pero la vida no era para vivir la soledad, había algo más en el mundo, más que su nostalgia y el amor a su país, el amor al paisaje, que bulle en este tiempo de esplendor, olvidándose de las guerras de terror, de las crisis y de las elecciones presidenciales, pero con todo había que vivir y aprendió a vivir con el tiempo y las añoranzas de un río por donde navegan recuerdos de cada día que transita por su vera.
 
Nostalgia y lontananza son conceptos afines en la evocación y, ambas cumplen un destino: suscitan la melancolía, flor del paisaje y perfume de añoranza. Si la evocación es la aurora del recuerdo, la melancolía es su melodía y fragancia.
 
La lejanía es una perspectiva del paisaje y de la evocación; es una distancia y posición poblada de dulces silencios y de indefinibles encantos en la que nuestra angustia anhelando liberarse de la tristeza se vierte en sus melifluos mirajes. Y he aquí otro término y otro concepto que concurre a estructurar la nostalgia y la melancolía de Isidora. La lejanía no es tanto una perspectiva como una idea metafísica. Su contenido esta cargado de historia y de sino, está en el dominio de la fisonómica. Es una lánguida visión que viniendo de más allá del recuerdo y de la evocación se difumina como una estela por más allá de los confines del horizonte. Solo el espíritu ahíto y la mirada absorta lograrán asir sus encajes luminosos y navegar en el oriflama de su cielo ensoñador.
 
Lo expuesto es bastante para explicar y definir lo que hasta ahora se viene designando con la palabra nostalgia. La juventud y la primavera, el otoño, la dicha y la bonanza expanden el alma y engalanan la naturaleza; su presencia y goce nos anega de felicidad. Advierte un terror cósmico y el esplendor de la naturaleza se empaña; se hace esquiva la fortuna y un velo de tristeza cubre las almas. El vacío y la soledad intrigan; el recuerdo tienta con su sonrisa indefinible de remembranza y con su fulgor de pasada grandeza. Hay reclamo y añoranza; una anhelante angustia atormenta y consuela. El espíritu vive como transplantado en otro cuerpo y con un fervor y frenesí mezcla de esperanza y pena, ambula y espera. Es a través de éste calidoscopio emotivo que columbra la vida y es a éste fenómeno psicológico que se le debe su tono y colorido clorótico. Tal la nostalgia.
 
 
La nostalgia es la añoranza de un horizonte y de una escena; esto es paisaje y evocación espiritual. Es una síntesis y abstracción de nuestra experiencia. Una estampa de la naturaleza ha despertado nuestra admiración y suscitado nuestro cariño y a la par que aprehendemos su belleza una emoción de identificación nos estrecha: sentimos que le damos algo de nuestro ser o que un jirón de nuestra alma se queda con ella.
 
En este mes de octubre con el orgullo de su historia a cuestas el “Charles River” recibe las hojas que caen de cada árbol, convirtiéndolo en un espectáculo multicolor de rojos y amarillos de todos los tonos. El aroma característico de esta época da un ambiente de fiesta para los niños. Montañas de hojas secas, sacudidas por el viento ponen a Boston un tinte cromático. Es la ciudad más europea de los Estados Unidos. Pero lo que más atrae es la actividad intelectual que proyectan sus universidades, museos, galerías de arte, su música y sus pubs en un recorrido urbano, donde la gala y la limpieza enseñorean. Boston como la ciudad de los irlandeses la hace más conservadora. Sus trenes subterráneos (1897), un sistema de autopistas voladoras y túneles bajo tierra y bajo mar, nos hacen soñar en el futuro. Tuvo una gran participación en la lucha por la Independencia de primera linea en el nuevo mundo, “La Cuna de la Libertad”, donde se produjo el nacimiento de una nación.
 
Beacon Hill su barrio aristocrático, el oasis de la elegancia y el refinamiento que Henry James retrata en “Las Bostonianas”. En estas calles el tiempo se detiene. Es el Faro de Nueva Inglaterra y la Capital Histórica y Cultural de los Estados Unidos, crisol del viejo y nuevo mundo. En 1773 el mítico “Boston Tea Party”, da inicio a la Revolución, se abole la esclavitud y eclosiona el movimiento de emancipación de la mujer.
 
El back Bay plagado de casas victorianas y Cambridge que albergan las muy famosas Harvard y el MIT y El Charles River recibe todas las fabulas balleneras que inspiraron novelas y películas y reúne en sus aguas los iconos más importantes de la Revolución Americana. La ciudad le ha ido quitando espacio a las aguas del río, pero también se ha adentrado a la otra orilla. Hay allí otro icono de la sociedad.
 
A pocas cuadras del “Charles” esta Harvard Square, es el punto de actividades y centro estudiantil más dinámico de Norte América. Sus tradicionales barrios muestran sus farolas de gas y sus trabajos forjados en hierro de lujosas mansiones señoriales; y el “Bunker Hill Bridge”, el más ancho del mundo cruza el “Charles” en Boston como distintivo de la ciudad.
 
Muy pocas ciudades del planeta, pueden ofrecer como la ciudad de Boston una mezcla de encanto colonial hasta la calma de un crucero por el “Charles” y gondoleros pasivos, ganando la fama de la “Atenas de América”, también considerada como la Esparta de Boston, como una de las ciudades deportivas más importantes de la nación.
 
La paciencia y el amor son dos cosas que han de ir juntas y de la mano, por eso Isidora sentía mejor la vida, contemplando como se viene la muerte en el otoño de la vida. Y en la contemplación de muchos sitios de intimidad nacieron sentimientos e ideas que perviven es su experiencia. Pues en toda nostalgia hay un afán o un intento de vivir de nuevo. Por algo flota la frase que todo tiempo pasado fue mejor. En el mismo caso del error o del fracaso la nostalgia tiene el afán de borrarlo, de resanar, de no dejar fisura por donde se filtre el pesar.
 
Está en nuestra naturaleza la exigencia de un anhelo y el ansia de un vivir absoluto, pleno, profundo e infinito; el universo entero nos absorbe con su tentación y hechizo, el pasado con su aroma de evocación y magia, el presente con su esplendor activo y el futuro con su fascinación y presentimiento. Sin embargo el pasado huye, el presente se escapa y el futuro se vislumbra entre brumas en este avatar que acuna la nostalgia.
 
Hay en la nostalgia una ansiedad de retorno, es decir un afán de inmutabilidad. Anhelamos con ternura el regreso y el recuerdo y su perennidad nos conforta. Esto es que hay una protesta contra el tiempo en el empeño de inmovilizar la escena, de sostenerlo en la estampa del paisaje y en la escala del alma. Pero lo que da a la nostalgia su nota característica y paradójica es su insurgencia por lo estacionario y por lo inmóvil, puesto que su esencia es una duración pura, es decir el juego del pasado y el futuro o la presencia de la evocación y de la esperanza.
 
Aquel afán de Isidora, es también nuestro, de acariciar la evocación y perseguir la ilusión o de soñar en un mundo mejor es una realidad sicológica, una situación vital evidente que nos mantiene como transportados, por consiguiente, como ausentes: es decir nostálgicos. Sin las inmediatas experiencias del pasado no habría percepción. El pasado da a las cosas una significación y una situación vital inconfundible.
 
La acción es la manifestación elemental y primordial del ser. En ella nos manifestamos; esto es expresamos nuestro poder. Y de la limitación de nuestras facultades y previsiones surge una situación inquietante: el sino y el azar como determinante. Y así destino y azar, sino y casualidad con su magia y misterio alimentan la nostalgia y le dan su sabor filosofal y su contenido emotivo. Es decir que más que modalidad y tono es una posición óntica y una actividad existencial.
 
Nada nos queda de la mutación; nada abarcamos del infinito y, sin embargo nos tienta el cambio y nos subyuga la inmensidad. Esta ansiedad es nuestra nostalgia, la nostalgia de Isidora, de todos y de todos los días.
En todos los tiempos se han expuesto ideas y expresiones de un contenido nostálgico. La muerte de los seres queridos, la fuga de la dicha, la mutación de las cosas, la intimidad y la soledad, la infidencia, la confesión, la ausencia, el retorno son conceptos constantes que revelan un estado natural del espíritu y su contenido nostálgico.
 
Ochenta millas de río pasan por las ciudades de Massachusetts y el “Charles” deja recuerdo en cada cala de su orilla, deja conciertos, fuegos artificiales, caminatas y gondoleros, veleros y canoas que adornan sus aguas en silencio. Ahora se abandona al tiempo, llevando el otoño del recuerdo h

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