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LÁGRIMAS Y
SONRISAS
DE
MILGICHA
JULIO OLIVERA ORÉ
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P R O L O G O
LÁGRIMAS Y SONRISAS DE MILGICHA
“El campo poblado de cadencias
incitó a la aventura y las pasiones
tenían que incursionar por el verso
y la melodía. Y la mujer como un
ángel o una vestal fue endiosada
y venerada
, la campiña como un
templo le ofreció el escenario de las
sombras de sus montes o el furtivo
recodo de sus caminos para dar a
florecer una promesa o un beso”.
(Julio Olivera Oré)
Los paisajes ancashinos son descritos por Julio Olivera, en
Lágrimas y sonrisas de Milgicha, con la pluma de un artista
de la palabra que – línea a línea – va contando cada detalle
geográfico como una invitación constante para verlos ya no
solo en su ingenioso y singular recorrido literario sino para
presenciarlos y sentirlos como testigos de excepción de
un rincón de la natura dispuesto siempre a sorprendernos
para enriquecer nuestra condición humana.
Los ríos, los montes, las nubes, los arreboles y los campos
son en el discurso de Julio Olivera una atracción multisensorial
que logran dinamizar aún mayores y múltiples afectos
Impreso y hecho en el Perú
Printed and made in Peru.
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que despiertan las huellas de la historia y las culturas allí
vividas. La domesticación en esas tierras fue más que de
la flora y de la fauna, fue también lítica y textil. Supieron
los antiguos ancashinos hacer de cada piedra un vehículo
comunicativo y testimonial que perdura a través de los siglos;
pese a paréntesis de olvido y soberbia ocasionados
por quienes niegan la trascendencia del mundo andino, de
ese mundo que empieza con las montañas que emergen del
mar en las costas de Chimbote y se alzan en la blanquinegra
cordillera a varios miles de metros en picos coronados
de nieve que dan origen a riachuelos que siembran vida a
su paso antes de formar enormes torrentes que llegarán
al Pacífico y al Atlántico.
Los tejidos de hoy y de antaño saben conjugar los matices
del arcoíris en la trama para abrigar el cuerpo y el ingenio,
la creatividad y la fantasía, cada hebra es una historia, cada
punto es un discurso que cuenta de su autor y de su vida.
Así, una manta, una chompa, unos guantes ancashinos
nos acercan a una cultura viva y milenaria, tan presente
y tan antigua como sus montañas que acunan preciosos
metales y minerales.
Milgicha, la mujer amada que encarna a todo sujeto de
amor, está presente en la travesía: sus ojos tienen la luz
de las múltiples lagunas que llenan de espejos al paisaje
ancashino, su fuerza y su tesón comparten el aroma de
Ranrairca, su ingenio sabe al Cañon del Pato, su esperanza
es del color de Yungay, su sonrisa cristalina suena a la Plaza
de Chavín en una escena de lluvia, su susurro viene con la
brisa que huele a capulí y su travesura se hace presente
en el pescado salado que viaja del mar a la cordillera de la
mano y con el teclado de Julio Olivera Oré.
Berta Consuelo Navarro
Universudad Compluence de Madrid
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MIRANDO EL MUNDO
ANDINO DEL
CALLEJON DE HUAYLAS
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Milgicha es la muchachita de estos relatos, venida de las
abruptas y matizadas sierras del norte andino, pura en
sus decires, de nítida pasión. Es la reencarnación de las
viejas tradiciones del folklore, del paisaje, en ella se mira
solamente la fertilidad y la simbiosis del hombre con la
naturaleza divina. Es la mueca viva del paisaje.El paisaje
es para Milgicha el poblado airoso o el villorrio humilde, la
campiña próvida o el páramo agreste, los ríos ululantes,
las lagunas sensitivas, los cerros trenzados y las cumbres
nevadas. Su ubicación y, su riqueza lograrán un cielo acogedor,
una atmósfera y un horizonte sugestivo, una luz
solar y lunar más esplendentes.
El paisaje revive en el hombre, nos dice, la emoción mágica
que la naturaleza impone. Suscita una renovación de
emociones en el contacto con la belleza del universo. No
es que el paisaje tiene la fuerza vital de comunicar al ser
una simpatía y fusión que le da la sensación y emoción
de vivir el contacto de la primavera, la armonía del color,
la melodía de un ritmo o el halo sutil de los crepúsculos.
La belleza de una estampa o la hermosura de una flor nos
transfiguran al punto que nos sentimos identificados con el
paisaje o anegados de su fragancia. La naturaleza por la
ingeniosa obra de sus armonías y vibraciones nos traspasa
y penetra tanto que crea un sentido especial de relación que
explica la razón de quienes anuncian una tempestad cuando
ella no amenazaba o hacía prever por sus apariencias.
Tal una modalidad de la presencia o sentimiento mágico
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del paisaje, de cuya evolución son fruto el mito y al mística,
que la poesía y la música logran y, alcanzan significarlo en
su plena función de relación e identificación.
El paisaje es fruto de una simbiosis estética. El verdor del
prado, el rumor del follaje, la cadencia y el brillo de una
cascada, el lago especular, la montaña cuajada de nieve y
el sol opulento que esparce la magia de su luz no pueden
contemplarse sino en el conjunto armónico en que lo ha
dispuesto la naturaleza. Y es entonces que dejamos de
percibir las cosas aisladas para concebir o sentirlas en
relación. Este concierto y armonía no se habría logrado
de otra manera.
Si las cosas en el panorama, son apreciables en su función
de relación, tienen un alma y una esencia. Por supuesto, en
este caso la elaboración mental entra en juego, y entonces
las cosas adquieren cierta irrealidad y mucho más; cuando,
como es natural, tienen que proyectarse en el espacio
donde un dulce tono de lejanía le da una atmósfera de
melancólica espiritualidad.
En el logro de captar un trozo del paisaje, primero ofrecemos
al alma la belleza distante y luego nuestro espíritu
aparte de saturarse de lejanía, se transporta y parece flotar
en un ambiente de idealidad. Esta ficción de hondo contenido
espiritual y estético comunica al alma una modalidad
sensible y emotiva.
Para enfocar y captar el paisaje, es preciso sentir y tener
noción de la perspectiva; es decir de la dirección, distancia
y posición de las cosas en la naturaleza y en el alma. Una
estampa del amanecer, un rincón florido del valle son en
sí, bellezas, se mire de donde se mire.
Pero si a esta estampa y rincón florido asocia el hombre de
las culturas el acervo de las imágenes y emociones de su
experiencia, y, al contemplarlo lo hace ubicándose desde
cierto punto del horizonte y desde tal altura emotiva logrará
advertir y suscitar una riqueza de emociones que las demás
personas no alcanzarán.
Tiene el paisaje como toda belleza, un poder de seducción
sobre el hombre que muy fácilmente se apodera de él. A
fuerza de admirar las maravillas de la naturaleza se encarna
con ellas. El primor de los prados y el fulgor de las auroras,
vive en sus entrañas; su corazón es como un ánfora en el
que se escancian todos los perfumes y su alma una lira en
el que vibran todas las melodías.
La alegría y la fiesta del paisaje son su propia alegría y
fiesta, y son suyos la melancolía y la pena de las tardes.
Tanto es su compenetración que el paisaje, es la visión de
sus pupilas, el latido de su ser y el ensueño de su espíritu.
Es que todo paisaje tiene la fuerza de una vivencia sicológica,
es decir que el alma experimenta y vive la belleza
que encarna y sugiere.
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El paisaje tiene una vida real. No en vano el animismo primitivo
concebía las cosas de la naturaleza como a seres
animados. Nace en los lugares más hermosos del universo,
se desenvuelve en un ambiente de admiración, hace acopio
de riquezas con la música de sus bardos, el cantar de sus
juglares y con el mito y la leyenda del folklore. Adquiere
madurez y define su estilo y personalidad, para acabar por
esbozar un rostro y delinear su fisonomía.
En esta etapa el paisaje acrecienta su magia de simpatía y
acercamiento y pone en juego la maravilla de su lenguaje
de formas, de melodía y color, de su literatura y poética.
Esta clave da al hombre una facilidad de adaptación que
consterna y sorprende. El lenguaje de formas ha tocado
su sensibilidad. El espectáculo de la naturaleza se refleja
en su ser con una exquisita emoción. Es en virtud de ésta
organización espiritual que entre la naturaleza y el alma
se establece una relación de contenidos inmersos y, así,
como la perla se hace al molde, el alma se hace al paisaje
y nuestra vida al ritmo que irresistiblemente nos envuelve
y rodea. Esto explica aquel acendrado amor al terruño y
a la patria, aquella fuerza cósmica que atrae al hombre y
aquél sentimiento religioso de veneración y cariño que le
comunica.
El poder telúrico es mucho más fuerte cuanto más intenso
y rico es su contenido y cuanto más sensible son las facultades
del hombre.
En un cielo especular las nubes son una decoración y el fondo
de cuadros y paisajes ensoñadores. El alba despereza
cobertores; hay como un revuelo de sábanas y encajes al
amanecer. Las cabezas de los picachos dejan sus gorros
de armiño y una bufanda de Martha sibilina cubre sus gargantas.
Ha amanecido. Las nubes rodean las montañas,
ascienden y navegan nostálgicas. Los primeros rayos solares
los irisa de matices translúcidos y como volutas de
oro y rosa se colocan en la estampa matinal para hacer la
perspectiva de la aurora. Una diana de colores anuncia al
sol por sobre el nevado: es la salva de la naturaleza. Las
nubes transidas de crepúsculos decoran la belleza de las
mañanas.
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El sol avanzado
Corriendo el velo del alba; primero es una fragancia de
oro rojo anaranjado que diseña un horizonte irídico, luego
como si dejara un lecho de púrpuras asciende espléndido.
El cielo se despeja y le ofrece su escenario limpio y claro;
por lo bajo, las nubes se alejan en caravanas, evolucionan
en el espacio y un fondo cristalino con tono de índigo puro
le sirve de escenario. El trino matinal de las aves se une a
la melodía cósmica. Las nubes se mecen arrobadas ante
el hechizo de la música. Navegan arrullados, les fusiona
el ritmo y en raudos movimientos se elevan al infinito. Se
reedita la escena por doquier y el admirador que contempla
la riqueza y profusión de formas que las nubes adoptan
ensancha su fantasía, se extasía y se aduerme en ella.
Todas las escenas de la vida se representan en las nubes,
ora vemos paisajes siderales en el que argentados vellones
diseñan prados y panoramas munificentes, ora palacios y
jardines sobre los que las estrellas ofrecen su luminaria de
brillantes, ora personajes edénicos que flotan y pueblan el
empíreo.
La magia de las nubes cautiva la imaginación de los niños,
de los jóvenes y de los ancianos. Con una delectación espiritual
persiguen el vuelo y transfiguración caprichosa de las
formas. El misticismo del observador y morador encuentra
en las nubes la reproducción de todas las estampas del paisaje
y de las escenas de la vida real... Ahí están sus sotos
y vegas, sus montes y arboledas, sus cumbres y montañas
y también los seres queridos. Es tan vehemente la ilusión,
que el pastor de la puna espera en la contemplación de las
nubes ubicar la oveja perdida.
A medio día
el cielo queda
especular y
limpio. Es un
cristal celeste
que irradia
nítidos destellos;
alguna
que otra estrella
le añade su
inusitado esplendor. Por sobre los 6,000 metros de altura
cirrus plumiformes o filamentos y velos blanquísimos orlados
de agujas de hielo evolucionan ritmos ensoñadores.
Flecos de nubes plateadas arrastra la brisa y en exóticos
arabescos se disuelven en el espacio; otras, como cisnes
y garzas navegan perínclitas y se sumergen en la vorágine
azul; luego como copos de escarcha o alas de cisnes
navegan en el firmamento, se esfuman y dejan su ilusión
fugaz.
Y en la bóveda
del cielo queda
limpio y translucida
en una orgía
de tinte azul
y en un derroche
de esferas y pla
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nos inconmensurables. Es un cielo poético y filosofal donde
el alma se anega de éxtasis.
En las tardes volutas de nubes ascienden de los confines,
son gruesos vellones que se desflecan con la brisa y se
vuelven a confundir en masas apretadas. Luego se difuminan
y surge un claro de cielo como un lago de turquesa
fileteado de sedería.
En La Pampa, provincia de Corongo, las nubes se extienden
como un manto de armiño por sobre la población y la campiña.
El observador que mira de Yánac o de los bastiones
de Corongo tiene la ilusión de estar flotando sobre un mar
de nubes que se agitan en marejadas o que evolucionan
quedas. El viajero que baja de Corongo tiene la impresión
de estar descendiendo a las entrañas de un océano.
La población está envuelta en el manto escarlata que fingen
las nubes en su arrullo; es un damasquinado manto
espeso de plata que hace de bóveda en toda la comarca;
por ningún lado asoma el cielo ni se entrevé el horizonte. Y
a una altura como de mil metros la capa de nubes se apiña
y abatana y los moradores contemplan embelesados las
maravillas de su
evolución.
Esta escena es
frecuente en las
mañanas y las tardes
de los días
de invierno. Igual
paisaje se da en
las par tes
bajas de Llapo,
Cabana
y Pallasca.
Las campiñas
de Cajamala,
Aija,
Bolognesi,
Shullgomo
y Maybur se
cubren de
mantones de
nube blanca y, las poblaciones altas gozan de la perspectiva
argentada que se extiende a sus pies y que les da la
sensación de estar flotando en el espacio por sobre ondas
de encajes o plumones níveos.
En las poblaciones de las provincias de Corongo y Pallasca
la neblina tiene formas de cortina que en masas apretadas
invaden las poblaciones y acortan la visión. A las cinco de
la tarde en el Callejón de Huaylas las nubes blancas se
tiñen de púrpura. El ocaso del sol decora la bóveda celeste
de volutas de oro que flotan como globos. Caravanas
de nubes rojas circundan el horizonte y en las cimas de
las cumbres nevadas contrasta la profusión dorada con la
inmaculada blancura.
En Corongo, Llapo, Tauca, Cabana y Pallasca el horizonte
es más despejado y amplio y los crepúsculos son más grandiosos.
Halos anaranjados en forma de anillos concéntricos
van invadiendo el firmamento azul. Pronto el cielo no es
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más que un velo de oro. Copos proscelarios de nube vagan
como llamas de fuego agitadas por el viento... En el confín
marino la magia de las cumbres es sublime.
El sol envuelto en la voluptuosa embriaguez de tintes
de paletadas de
óleo y esbozos
geniales, derrocha
el oro y
la púrpura para
matizar colores
y diseñar auroras.
Y las nubes
transfiguradas
en oro y cuajadas
de pedrería se elevan del horizonte con la cauda
de un incendio lejano. Es en ésta estampa prodigiosa del
ocaso donde el color llega hasta la alucinación y desvarío
y el tono se desborda y reboza; los tintes espectrales en la
refracción del crepúsculo ofrecen una riqueza exuberante
de combinaciones. Nada iguala a la orquestación cromática
de la tarde. El oro líquido se prodiga en raudales y una
espolvoración de púrpura invade el firmamento. Fue sin
duda que en ocasos semejantes, más que en el cálculo
de evolución teórica, que Guillermo Otswall descubrió los
seis millones de matices para la pintura.
Por las noches las nubes no son menos bellas. Como
montañas en marcha ascienden y se agitan, toman formas
caprichosas y fantásticas, y otras veces parecen circunvalaciones
cerebrales que estuvieran en plena elucubración
mental con los astros. Copos blancos y plomizos navegan
en un cielo estrellado y al pasar por debajo de la luna se
tiñen de un fulgor melancólico. En los días lluviosos las
nubes tienen también su sabor pictórico. Vellones opacos
invaden el horizonte y cada vez se hacen más lóbregos.
Flagela implacable el viento y las nubes cargadas de agua
desatan la tempestad. Entonces el relámpago y el trueno
invaden el escenario y el paisaje se reviste de severidad y
de un tono de acero oscuro.
Brochazos pardos de nubes flotan como llamaradas y flamean
como penachos; otras veces como helechos gigantescos
extienden su garfio negro cargado de electricidad
y sobreviene el trueno y el relámpago con sus pinceladas
rutilantes. Un alboroto de copos en fragor, una orgía de
plasticidad cárdena y violeta se difumina y cubre el cielo
atónito: son monstruos apocalípticos, dragones fabulosos,
hidras voraces, pulpos sanguinarios, centauros desbocados
y fantasmas terroríficos que infunden pavor.
Se disipa la tormenta y el cielo queda otra vez como un
esmalte azul. En el terso raso de seda de la bóveda celeste
un brochazo de nube blanca da a cautivar nuestra imaginación.
Es un bruñido copo de algodón sobre un fondo de
platino afiligranado que se mece con apostura sensorial
Otras veces las nubes como una espuma se esponjan
y elongan dando admirar sus irisaciones y sus galas de
rosicler, se disuelven lentos en un arrobo de levedad y
ensueño, dejando tras de sí, un sentimiento de inestabili
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dad y nostalgia. Son una
sucesión plástica de armonías
interminables y
una sinfonía feérica de
gamas fantásticas.
La brisa es el acuarelista
más afortunado de los
andes, con tenues filamentos
de nube diseña
paisajes lácteos y hiperbóreos,
burila perfiles de
efebos en canteras de
nácar, esboza alas de
querubines, plumones
de cisnes, siluetas de
garzas y de ánades. Y la
magia del pincel los hace navegar en un mar de azur con
ritmos de procesión etérea. En los horizontes, ondas de
nubes escarlata evolucionan como flores o velos nupciales,
escalan raudos y se disgregan como algas cristalinas. Un
espejismo grandioso sobreviene: el cielo como una turquesa
impoluta y el sol como un disco de oro fluido reverberan
translúcidos.
Y una como coloración de rosas otoñales da su tonalidad
al paisaje y significación a aquellas metáforas de ópalo y
laca transparente.
Tal las nubes en este escenario. Su plasticidad sutil y
su vaporosa belleza son un rico filón para la producción
artística. Frente al macizo severo de la montaña pétrea
contrasta la frondosidad y riqueza etérea de las nubes. La
moles gigantes con su profusión y convulsión de ramales
exacerbantes inducen a la meditación severa y urgen la
acción enérgica del pensamiento; la blancura inmaculada
de los nevados despeja la mente; la inmensa soledad de
sus paisajes de altura reconcentra; la pesada cuesta y el
camino abrupto o interminable forman la constancia y el
alma del nativo. Luego la imaginación se ensancha en el
fulgor de los nevados, en los cristales del aire que hienden
el panorama, en los espejos lagunarios y en la brillante
pedrería de la cristalización.
Pero lo que sosiega la ansiedad, lo que alivia el fuego de
la fantasía,es la maravilla de las nubes. Hay en ellas el
embrujo de todas las formas y el capricho de todas las
ambiciones. Y para contrastar con la gravedad del contrafuerte
las nubes prestan su ilusión etérea, su vaporosidad
y encaje, la ebriedad de sus arabescos, su barroquismo
delirante, el alarde de su frivolidad y hasta su hechizante
fragilidad y difuminación de humo. De aquí la pasión por la
forma en el arte, aquél afán de pulimento y orfebrería, de
tamización y refinamiento, de estilización y decantamiento
que llegan hasta el paroxismo. La poesía ha urdido sutiles
versos con celajes y ha enriquecido el arte regional con
poemas de nubes y óleos de ocasos apocalípticos.
Un escenario tan exultante y próvido como es la sierra
de Ancash, no podía ser menos que la cuna de una gran
cultura. El embeleso que produce la admiración de sus ma
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ravillas suscita el ejercicio de la mente y, es fuente emotiva
de riquísimos matices.
Los aluviones y ventisqueros, los animales salvajes, las
hordas guerreras y la insalubridad de las tierras cálidas
obligaron al hombre a morar en las cumbres. Alguna que
otra campiña ofreció su riqueza y el contrafuerte andino
para su seguridad.
Y surgió Chavín. Por encima, del nevado de Cahuish
ofrecía su pedestal a los cóndores y al pie de las vegas
de San Marcos y Pomachaca rondaba el jaguar. Y mito y
divinidad se dieron cita en un templo que desafía la eternidad.
Un cielo amplio y especular, sobre el que el cóndor
hace acrobacias y da a la fantasía vuelos raudados, una
campiña munificente que avanza a la Selva cada vez más
sortílega dieron su tónica a la cultura. Y la laguna de Querochota
pulcra y soñadora hecha de rocíos crepusculares
y de espejismos de aurora guarda la leyenda de hombres
gigantes nacidos de sus aguas.
A lo largo de toda la cordillera las lagunas señorean y dieron
a surgir a una y otra estribación a pobladores afines, Chiquián
y Aija al pie de Conococha, Chavín y Recuay a uno
y otro lado de Querococha, Huaraz al pie de las lagunas
de Tullpa-raju, Mancaruri, Cojup, Colotacocha y Taurapampa;
Caraz y Chacas a uno y otro lado de Aquia-cocha;
Yungay y Yanama a uno y otro lado de Llanganuco; Caraz
y Pomabamba a uno y otro lado de Parón y Yuracocha;
Corongo al pie de la laguna de Acuán; Tauca y Llapo al pie
de las lagunas de Tuctubamba y Vicos; Cabana,Bolognesi,
Huandoval y Pallasca al pie de las ocho lagunas de Pusacocha.
A los pobladores vecinos de estas lagunas se les
llamó “Cocha-runacunas” o “Cochacunas”, con arreglo a
la semántica del lenguaje y a la naturaleza que designa o
nombra según la filogenia del idioma. Los españoles foráneos
a la fonética quechua los llamaron “Conchucos”y con
este nombre se ha dado a conocer la nación pre-incaica
que tuvo por capital Chavín.
“Huarica”, ruinas pre-incas que quedan a la cabecera del
río Manta en Cuzca, provincial de Corongo, es una cumbre
por donde asoma el sol; las antiguas poblaciones, como
Querobamba, Hualla y Churtay lo dieron a llamar así por
la aurora por allí anuncia el día para toda la región. Igual
aconteció en el Callejón
de Huaylas. “Huari”, es
el oriente por donde
amanece. Más tarde el
mito y la leyenda hacen
su obra y estructuran la
abstracción del vocablo
y la palabra “huari” llegó
a significar lo primitivo,
lo oriundo, es decir que
de sus cumbres irradia la
cultura (Huamán Poma).
En efecto Chavín en
Huari, Pumacayán en
Huaraz, Yayno en Po
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mabamba, Churtay en Corongo, Pashash en Cabana, Pambagua
en Pallasca, Taule en Conchucos son los centros
custodios de la cultura.
Todas estas poblaciones se establecieron a una altura
superior a los 3 mil metros, desde allí incursionaban a las
partes templadas donde el maíz y la papa se dan ubérrimos.
A` esta zona intermedia entre la puna y las tierras cálidas
o yungas se les llamó “quichua”, vocablo que ahora mismo
sirve para denominar en Ancash a las zonas templadas.
En estas regiones la agricultura por rezones de medio y
ambiente se desenvolvió a tal grado que no hubo palmo de
terreno donde no llegara la industria del hombre y cuando
faltó se hicieron andenerías o “patas” para sostener la tierra
en los repechos y contrafuertes andinos. Para su comprobación
bastan las andenerías de Uruchán y Cobamires
en la provincial de Corongo, que suben a las cumbres de
Guashgo en una extensión de más de15 kilómetros.
Este proceso de aclimatación del hombre y tecnificación
de la industria generó un sentimiento religioso por la tierra
generosa y un amor entrañable que culminó con su apego,
a tal grado que estas tierras labradas pasaban al “ayllu”, es
decir a la familia, mientras que las de la puna conservabanel
carácter comunitario. Así surgió el Ayllu.
El método de cultivo de las tierras “quechuas” se extendió
y sirvió el vocablo para denominar a la región, a su cultura,
civilización e idioma.
Decimos que el idioma
Quechua, es de los Conchucos
porque la lengua
hablada por esta nación
fue homogénea en su territorio.
De otro lado desde
la invasión de Pachacutec
hasta la llegada de los españoles
no transcurrieron
más de 70 años y en tan
poco tiempo habría sido
imposible establecer un
idioma uniforme y borrar
hasta las huellas del primitivo. En cambio la influencia
de los Conchucos perduró muchos siglos y, su cultura se
remonta a X-IV A.C. anterior a la llegada de Pachacutec.
La primera nación quechua que se organiza se denominó
“Conchucos”, con su capital; Chavín. El territorio ocupado
por esta nación se extendió desde la quebrada de Rapayán,
en la provincia de Huari, hasta la quebrada de Uchupampa,
en la provincial de Pallasca (Santiago Márquez). Dentro de
esta extensión se desenvolvió y culminó una civilización que
alcanzó en el orden religioso espiritualizar la idea de Dios
tras haber adorado a las fuerzas de la naturaleza representados
por la serpiente el jaguar y el cóndor (falcónidas). En
el orden agrícola la producción de calendarios agrícolas.
En el orden social, creó el ayllu, célula familiar, sobre que
reposa la organización del Estado. Y cuando la conquista,
el ayllu había evolucionado a semejanza de la Europa
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feudal, creando una armonía social hacienda posible su
convivencia democrática.
Surge así una cultura autóctona. Los vestigios de esta civilización
son un testimonio elocuente del grado de perfeccionamiento
a que llegó. Chavin, Pumacayán,Coronguimarca,
Pasash, Yayno y Tumpa, son los monumentos representativos
de aquella cultura.
En una superficie de 30 mil metros cuadrados y a una altura
de 3,0180, las construcciones se repliegan en plataformas
hacia el cerro. El templo se halla asentado en la Segunda
plataforma y consta de tres pisos. El material utilizado es la
piedra labrada en forma rectangular; los frisos y las cornisas
estaban guarnecidos de piedras grabadas, con motivos
estilizados de serpientes, jaguares, falcónidas y grandes
cabezas líticas clavadas en la pared, representados por
personajes gigantescos con cabellera y arrugas en la cara,
caracterizados por serpientes. En el interior una profusión
de salas y galerías Cruzan el edificio y en un extremo el
santuario tiene suspendido en su bóvedas el “Lanzón”,
señor del templo.
Las paredes interiores del santuario, supuestamente estaban
revestidas por láminas de plata o tapizados por paños
o lienzos finísimos.
Todo el edificio es de piedra pulida. Tanto las escalinatas
interiores como la escala de la fachada principal son
perfectas. Nivel, peso, resistencia, detalle, distribución y
armonía están previstos y ofrecen el conjunto de una obra
arquitectónica maestra. Una red de canales de irrigación y
ventilación asegura la salubridad de la ciudadela.
El edificio ha sufrido la acción del tiempo, el impacto de
varios aluviones, la ira de los extirpadores de idolatrías, la
codicia de los huaqueros y de los hurtadores de piedras y
no obstante esta casi intacto.
Los motivos ornamentales son
estilizaciones de falcónidas,
del jaguar y de la serpiente.
Una profusión de arabescos y
simbolismos muestra el refinamiento
estético de la obra. En
las artes principales del edificio
se han encontrado cabezas de
gigantes, acaso en homenaje y
recuerdo a sus héreliscos cilíndricos
epónimos. Por sobre las
portadas de honor las estelas
del cóndor lucen su elegancia,
estatuas, obeliscos cilíndricos
de piedra ricos en expresión y
relieve.
Una efigie zooantropomorfizada en piedra muestra al Dios
Wuiracocha, el Lanzón Monolítico. Tiene la cara de un
gigante, ojos de felino, nariz ancha cara pequeña, orejas
grandes de las que cuelgan aretes en forma de aro, mentón
pronunciado es decir como dice Lumbreras cráneo mesocéfalo,
labios grandes y gruesos que dejan entrever una
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formidable dentadura en cuyos extremos se destacan gruesos
colmillos. La ceja, las arrugas de la cara y de la frente
como de los cabellos están simbolizados por serpientes.
La cabeza remata en una alta tiara con motivos de bocas
estilizadas de jaguar; por entre el medio un finísimo canal
baja a la cabeza y pasa la punta de la nariz. Por este conducto
bajaba la sangre del altar del sacrificio para aplacar
la ira del ídolo.
El resto del cuerpo guarda simetría con la cabeza, lleva una
falcónida que remata con labores dentadas sobre el que
un festón con motivos estilizados de bocas de felinos le da
relieve; los dedos de las manos y de los pies, terminan en
garras de falcónidas. Por la espalda multitud de relieves
en forma de arabescos y por los costados de las piernas
cuelgan dragones en formas de serpientes. Tan raro y
terrorífico dios está intacto, en el mismo lugar en que lo
colocó el pueblo que lo veneraba. El santuario ubicado en
un extremo del templo es una capilla en forma de cruz, en
cuyo centro está de pie el ídolo.
Joya de arte imponderable, es el Obelisco de Chavín, que
se halla en el museo de la Magdalena de Lima. El dios
jaguar, es representado en un simbolismo más idealizado.
El jaguar va ocultando su fiereza en un copioso y pródigo
juego y derroche de filigranas. Los colmillos del felino, las
cabezas de las serpientes y las garras de las falcónidas
se insinúan como motivos decorativos y no como signos
terroríficos. Entra en la composición el elemento vegetal.
La estela del rayo vibra por entre los motivos figurativos. El
obelisco termina en cabezas estilizadas de felino y falcónida.
Hay en él un empeño de abstracción y una ansiedad
espiritual claramente manifiestas.
Las representaciones del supuestamente “cóndor” ocupan
lugar preferente en el arte Chavín. La imaginación del artista
es pródiga en la composición de motivos decorativos con
las características morfológicas de éste vultúrido. La fantasía
lo elevó a regiones míticas en donde el ave es el rey
del universo. El cóndor desgarra a la serpiente y ahuyenta
al jaguar o felino. Es el dios tutelar del hombre. Epopeya y
religión, son los principales elementos espirituales que el
artista de Chavín aprovecha en sus creaciones.
Son muchas las representaciones de falcónidas, pero para
los fines de nuestra labor bastará que nos ocupemos de las
más representativas. La Estela Raimondi tiene la cabeza
de un felino con un cuerpo de arrogante expresión, que
remata en tres penachos, apreciándose los pies de un ser
humano y las puntas de dos alas. Una gran tiara reproduce
las cabezas de jaguar; los brazos del ídolo sostienen enormes
lanzones estilizados; las manos y los pies rematan en
formidables garras de cóndor.
Una profusión de arabescos y de motivos serpentiformes
completa la decoración y dan al dios una majestad solemne.
Hay estelas de 3, 4 y 8 falcónidas. Las unas de frente y
las otras de lado con las alas y la cola desplegadas. Por
sobre las alas cabezas de jaguar completan la composición.
En las plumas de las alas se han esculpido motivos
32 33
decorativos con cabezas de jaguar, de pez y de serpientes
y potentes garras y picos hacen resaltar las características
de las falcónidas sobre el jaguar. Cuando las falcónidas
no están grabadas en obeliscos o columnas cilíndricas,
sus estilizaciones sirven de cornisas en los muros de los
templos y fortalezas o en su cerámica nativa.
El jaguar y la serpiente medran tanto en los valles y en las
punas de la sierra por lo que su presencia en el arte lítico
y cerámico Chavín, no tenía que ser precisamente de la
montaña. La constante presencia del cóndor, del jaguar, del
pez y de la serpiente, la persistencia de los temas y de las
formas evolucionadas a través de un horizonte tan dilatado
y de un tiempo tan remoto muestra la unidad y originalidad;
es decir, la idea directriz y el sentimiento que lo sustenta y
que explican un estilo orgánico en la expresión artística al
punto que se manifiesta espontáneo en cualquier parte y
en cualquier tiempo.
Los enormes bloques como tajados a cuchillo ofrecen
superficies pulidas y aristas simétricas, se superponen y
entraban con precisión, y las líneas parecen fusionarse en
la juntura. Planos y líneas en un escalofriante equilibrio, su
serena y grave solidez, el juego escalonado de sus líneas, la
fascinación de sus masas pétreas, el hieratismo de sus filos
y su coloración musgosa. Magnitudes abismales de granito
y turquesa, tempestades de líneas en tensión dramática,
sobriedad y lujuria en la talla y relieve se mueven como en
un conjuro mágico dando a aflorar ritmos de belleza ricos
en energía y voluntad. Tal la arquitectura como un himno
lítico que en su melodía engarzara, la fuerza, el enigma,
el ritmo y la leyenda.
Lo que ocurre en las piedras sucede en la arcilla y el metal.
La cerámica representó los mismos motivos simbólicos
en todos sus estilos, como el Huacheksa,Gregoriano,
Floral,Fotapukyo, Mosna y Chongoyape y se caracterizó por
su finura y color Negro, gris, rojo o matizado, por su base
plana, por sus dibujos incisos, punteados escarificados o
acanalados, por su ornamentación en alto relieve que le
da una impresión de estar tallada.
La textilería supero las posibilidades de color y técnica. La
orfebrería que se ha salvado y cuyos valores son los de
Chongoyape, demuestran el progreso y el ingenio de los
artesanos.
El arte Chavín es el fruto de una civilización avanzada.
Por ningún lado se ve el tanteo o la improvisación; por el
contrario hay en él las manifestaciones y la influencia de
una cultura madura y rectora, que abarcando los problemas
sociales, económicos y religiosos imprimió su sello
a la actividad artística al punto de crear una técnica y un
estilo, con la consiguiente unidad de concepción y expresión,
maestría en la concepción de la idea, en la ejecución
del motivo principal y de los detalles, simetría hasta en los
más abstractas y recargadas decoraciones; destreza y
perfección en el trazo hasta en el material más difícil como
es la piedra, donde la perfección de las superficies de las
líneas y relieves llego a su esplendor.
34 35
Por bajo el nevado
las lagunas
extienden su piel
de acero bruñido
o de plata labrada.
Transfiguran el
paisaje circundante
y al reflejarlo en
sus aguas le dan
una temblorosa
idealidad.
El sol extiende su brillante orfebrería sobre la superficie de
los lagos, la luna le engarza de estrellas y le colma de su
irradiación ambarina.
La mitología y la tradición han enriquecido la vida de los
lagos de los Andes. Unas veces parejas enamoradas han
surgido de su seno y en otras han servido de tumba. No
pocas veces monstruos fantásticos se ocultan en sus aguas
y salen en las noches lóbregas o de tormenta.
Como 50 lagunas de la Cordillera Negra y no menos de 200
en la Cordillera Blanca prestan el embrujo de su ensueño al
paisaje. En la Cordillera Negra la lluvia o los manantiales alimentan
el caudal y sus aguas dan al panorama circundante
la belleza de sus espejos y al agro la riqueza de su linfa.
Como las mujeres de la bella naturaleza, que encierra el
fulgor del ensueño en las cordilleras de los andes, como
canto de respuesta en eco,
escucha el cielo con truenos
en la superficie y en la
profundidad de los mares.
El paisaje adula dulzura
e impregna imagen en la
mente, capturando semejanza
creación de un Dios
vivo; convencidos de la
nuestra naturaleza conviven
el ser viviente con los
regalos de riqueza prestos
de Dios.
La riqueza del verdor, las corrientes de agua y el brillo de
la luz, son la alegría y el fruto de compartir.
Esto significa trabajar con fuerza y unión, para el logro de
cada pueblo conducido al crecimiento y desarrollo.
Los pueblos circunvecinos,
en el verano
hacen faenas
pintorescas, refuerzan
los diques de
las lagunas, mientras
conjuntos musicales
ejecutan
melodías vernaculares.
Mientras las
lagunas de la Cor
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37
dillera Negra captan un
cielo nítido y sus aguas
tienen la calma del arrobo,
las de la Cordillera
Blanca reflejan las
cumbres nevadas y
en sus ondas navegan
bloques de nieve.
En la Cordillera Negra, Murpacocha, Murpapunta, Huishuish,
Conococha, majococha,, Toca, Chinchac y Palcarruri
sobre Recuay son lagunas apacibles y de íntima cordialidad;
las de Huancapetí tienen la elegancia inusitada que
le presta el nevado; las de Julcán, Purucuta, Torococha,
Chachán, Pucairca, Shaullán, Tecllo, Chonta y Chachapunta
sobre ceros resecos y rojisos son como una panacéa o
como láminas de agua sobre el afelpado de la puna. Las
de Rocarre, Rumicruz y Kochap sobre Mato y Huaylas son
como una constelación lacunaria.
Para adelante
la Cordi llera
Negra ha cerrado
su escenario
a las lagunas
y los cerros se
retuercen de
sed. Cuanto
más sed, más
sed conduce al ladrido de los
cerros donde remece la tierra.
En la Cordillera Blanca las
lagunas lucen sus galas y sus
joyas panorámicas. En la Pampa
de Lampas, Conococha,
Aguash, Yanacocha, Ocullo,
Taparacocha, Chacracocha y
Queshque tienen contornos
trémulos y bellezas hechizantes
que el viajero capta con
fruición y alborozo. Querococha,
es una laguna principesca
y una belleza de primer orden; fina y escultural se elonga
por entre riveras verdes y refleja los nevados de Cahuish
y Yanamarey dando al viajero una emoción de dulzura y
de encanto…
Hualmish, Collotacocha
y Rurey en Yanamarey y
Olleros, Huamashraju en
Macasca y Huitococha y
Carhuascancha en Huastán
son lugares que están
en terna comunión con
las cumbres nevadas.
Cayesh, Palcacocha y
Cojup en los nevados de
38 39
Pucaranra de Huaraz son un primor; sobre las ondas del
Cojup navegan trozos de nieve y flota en ellos la ilusión.
Ocshapallca sobre Paltay, Urus, las Once lagunas de Copa
las siete del Huascarán y las 34 de Santa Cruz, Huandoy
y Alpamayo son como inmensos abalorios líquidos que
captan los paisajes siderales para escanciarlos en sus
corrientes…
Entre ellas las de Llanganuco ofrecen al espíritu y al arte
la fuerza de su sugestión y la belleza de su estampa. En
las zonas nevadas de Santa Cruz, Huandoy y Alpamayo
sobresale Parón con sus aguas azul-verdosas y la maravilla
de su joya excelsa. Viene enseguida Artesonraju con sus
islas exóticas. Rajucocha con su península de roca y su
zócalo de nieve, Cullicocha con la tersidad de sus ondas y el
vuelo de las faldas nevadas que la circundan y Atuncocha,
la perínclita y ensoñadora ofrece su belleza de perla líquida.
Hasta aquí la ruta
del Callejón de
Huaylas. Para adelante
se ralean las
lagunas y su belleza
resalta más.
La de Champará
sobre Yánac, provincia
de Corongo,
está al pie del nevado y entre zócalos de enormes rocas;
el escenario y el corte de sus contornos dan a la laguna
una belleza soberbia. La Cordillera Nevada prosigue entre
picos y gargantas estrechas y da a brotar en Cuzca la
melódica laguna de Querobamba, luego en la Pampa de
Tuctubamba sobre Corongo y Cabanaestán las de Acuán,
Pachorgo y Piticocha con sus aguas llenas de cielo y sus
orillas repletas de Ganado.
Las 8 lagunas de Pusacocha, sobre Huandobal y Conchucos
son como un rosario de esmeraldas en la cañada. Es
un paisaje primoroso.
Más adelante surgen las lagunas de Huacchumachay,
Llamacocha, Challuacocha y Labrascocha, también en
Conchucos que con sus estampas sugestivas preparan al
viajero para admirar la majestad de la laguna de Pelagatos,
sobre Pampas. Es una soberbia, augusta y bella estampa
lacunaria.
40 41
Con esta maravilla del paisaje se cierra la cadena de lagunas
de la Cordillera Blanca en Ancash.
Al recorrer los andes peruanos, Milgicha, en una aventura
de impactante contraste encontró ríos similares al Susquehanna,
al Potomac, Hudson, Delaware y Misisipi, ríos
de su país y, donde practicar a sus anchas el ecoturismo,
el canotaje y el kayac, ya que las reservas del paisaje
son maravillosas; un viaje único, personalmente siempre
me ha gustado, como dicen de sus pueblitos y ciudades
enclavadas en los cerros y bañadas por las aguas caudas
de ríos profundos.
Milgicha nos cuenta que estos ríos están sobre territorios
de los indios Chavines y Huaylas que poblaron las Andes
miles de años atrás y es de rigor oír sus aguas o perderse
en su silencio. Ni en los más dulces de sus sueños, se
hubiera imaginado lo que le deparaba el destino a toda su
vida. Había compadecido a las mujeres cuyos maridos se
enamoraban de otras y las dejaban plantadas en la mitad
de la vida, con sus
niños, sin papá en
la casa, sus ilusiones
hecha pedazos
y mucho más
pobres que antes.
No, a ella jamás le
auguraría el destino
algo así.
Pero no se equivocó de medio a medio. Un día cruzó las
alturas de las punas y miró en las aguas de estos ríos, reflejado
su destino y encontró un viajero errante en medio
de su camino quien le habló así:
“Los ríos en Ancash están dispuestos como un quipo incaico.
Aquí se refleja el pensamiento de quien los mira y se
da cuenta que vive. Es un léxico y su lira: el rumor parlero
de sus voces y la sonora melodía de sus notas llenan el
paisaje”
En todo el largo del Callejón de Huaylas se extiende el
Santa, dando su potente tono cromático. Los demás ríos
afluyen de él y el conjunto es una orquesta sinfónica de
riquísimas partituras.
Las vertientes de Cashapampa, Yanahuanca, Raju-Pallas,
Pachacoto y Quesqueyacu cabriolean en la Pampa de
Lampas. En verano son como las primas de un violín: el
viento les arranca gélidas melodías; en invierno son como
los bordones de una guitarra, roncos y taciturnos nos dice
Damián. La cordillera nevada le presta la sonoridad de
sus tormentas y las sábanas de la pampa la melodía de
su nostalgia. El Yanacuyacu en Recuay se desprende del
nevado de Cahuish y de la pulcra y legendaria laguna de
Querococha; es como una cuerda de platino por cuyas
notas estilará la melodía de la soledad y de la puna; toda
la angustia del nevado y la nostalgia de la laguna se vierten
por él.
42 43
En el pasado, Pueblo Viejo,
cuyas ruinas nos muestran
su osatura, le dan prestigio y
nombradía social, al presente
el rio rememora su grandeza.
Más abajo el río Negro aporta
sus aguas cargadas de limo.
Es un río fogoso y gusta de su
lecho profundo. El terreno arcilloso
y deleznable se desliza
sobre el río y el aluvión pone
su nota tremente. Baja de los
nevados de Yanashalla y de
las mesetas de Canray, se deja
abrevar en el agro; en el poblado de Olleros se informa del
parco movimiento social y se precipita al Santa revolviendo
su lecho, carcomiendo sus orillas, sumergiéndose bajo el
peso de su carga. Es un río histriónico y sus notas tienen
el rumor de un eco geológico.
El “Arzobispo” es un río veleidoso. Baja precipitado y sus
aguas se escurren como cuchillas. Las curvas de su lecho
guardan emboscadas que los malevos aprovechan para
el asalto. En sus aledaños un Curaca lascivo, reacio al
consejo envenenaba al arzobispo Gonzalo de Ocampo el
19 de diciembre de 1626. El río entra al Santa por entre
orillas surcadas de cruces.
El “Mashuán” es un río corto pero caudaloso, sus aguas
límpidas se avienten sobre un cause pedregoso y caen
como cristales rotos sobre remolinos. Desciende de las
lagunas y quebradas de Cashán y Shacsha. El nevado de
Jauna le ha dado sus espejos claros y las piedras de su
lecho un compás rimado. Entra al Santa con una tremola
melodía por entre el sutil y furtivo aroma de las antahuetas.
De Macashca baja el Paris. Es un río generoso y musical.
Trae en sus aguas el rumor de las tempestades de sus
cumbres y la euforia de sus pagos y cortijos. A su vera
cipreses solemnes mecen sus copas melancólicas. El río
desciende alegre, luego cauto para acabar torrentoso en
el Santa.
En Huaraz, está el río Quilcay. A la derecha de la población
recibe las aguas del Auqui y Paria que bajan de las
lagunas de Cojup, Tullpa-Raju, Mancaruri y Quellg-huanca.
El Quilcay es una lira musical y un número poético. Tiene
mito, leyenda e historia.
En sus nevados y lagunas genios benignos y maléficos se
disputan el destino
de los pueblos; y
sus aguas son un
emporio de felicidad
o un reservorio
de tragedia.
Vegas y campiñas
policromas florecen
en sus orillas
enriquecidas por
44 45
la tradición bucólica
del lugar. Otras veces
el aluvión arrasa
y siembra la muerte.
Con un rumor de
aventura e idilio y de
color transido el Quilcay
entra al Santa
llevando su partitura
de himno y elegía.
El “Palmira” es un río virgiliano, nace de las vertientes y
manantiales de Huanchac y Marián. Sus aguas transportan
la albura de sus cumbres nevadas y el escenario pastoral
de la estancia. Un espléndido paisaje le precede.
La comarca es la media luna de un anfiteatro; llanuras verdes
salpicadas de casas y lagunas cercadas por barreras
de nieve. Baja El “Palmira” ledo y suave por entre casas
y huertos; luego crece y busca su lecho en las quebradas
para retozar por pendientes y llegar al Santa en tono de
fiesta. En el pasado Inca, los palacios de Wilca-Huain, captaron
la belleza de sus ñustas y el eco de sus romances,
que ahora el río rememora y esparce. Al presente aquellos
monumentos de civilización antigua atraen al investigador
y acogen a las parejas para arrobarlos en la leyenda de
sus idilios.
El “brioso”, “Mullaca”
y “Luena”, son
vertientes geórgicas.
Tienen el rumor de
agro, en sus aguas
resuena el “huají”,
voz de virilidad y estímulo.
El “Pariahuanca”, es
un río reseco. En su
cause las piedras
hacen canciones tronitantes
y acuarelas cósmicas. El “Marcará” es un río de
caminantes. A su borde va una mísera senda que le hace
aflictiva en la quebrada, anhelante en la puna o invisible en
el nevado. Son huellas de una ruta y un destino. El río ha
captado la fatiga del caminate y aquella música melancólica
que el viajero modula al pasar una encañada. Hay en
sus aguas el reflejo atónito de pupilas deslumbradas por
la majestad del paisaje nevado. Y en la corriente ejecuta
una música telúrica que se hace cortesana en Chancos y
Marcará. Ingresa al Santa en tono tremolo de gaitas y en
un compás de tango arrabalero.
El “Huanchac”, “Ueucha” y “Chuchún” son ríos de oropel.
El hombre ha hurtado sus aguas para el agro carhuasino y
hebras de plata se vierten por las quebradas. Una melodía
queda de laúd esparce la música de sonatas y las almas
arrullan ensueños y romances a su vera sosegada.
46 47
El “Buhín” es un río histórico y bravío. Una batalla de la
Confederación le dio nombradía. En estas aguas el Mariscal
Castilla dejó la resonancia de su braveza de militar y
más tarde en su travesía a San Luís, el clamor de su pena
de enamorado. En la quebrada de Ulta, hatos de Ganado
embravecido barman y mugen su ansiedad y el viajero
que transmonta la cumbre da a escuchar su hombría imprecando
incesante a la peara y al destino. Y el rio trae
aquellas impaciencias y protestas de una música de pífanos
y timbales para acabar en torrentes de bordones de arpa
emuladoras de la explosión y del fragor de los cañones.
El río “Mancos” es viscolor. Formado por el deshielo de los
nevados desciende por la campiña ensanchando su cause
y su vida, aromándose por el perfume de las flores de retama
y embriagándose en la evocación de los apasionados
idilios de Huashcao y Piscuy. En Yánac, el Conde de San
Donas vino a vivir un romance y un poema de amor. La real
pareja renunció las galas palatinas a cambio del espléndido
paisaje. Y floreció un exquisito ensueño principesco orlado
de poesía y melodía de ópera. El óleo de la bella princesa,
los indígenas de la región heredaron para convertirlo en
icono; al presente una cauda de humo y veneración han
puesto patina en el lienzo
que veneran y ocultan. Y las
aguas del río tienen aún la
resonancia de los ósculos,
el rumor de versos y cantares,
el eco de diálogos y
coloquios, el escozor de los
deseos, el perfil ebúrneo de la belleza de las mujeres que
ofrendaron sus tesoros al amor.
El “Ranrahirca” es arrogante y discursivo. Tiene la pompa
y la magnificencia de sus genitores. Sus aguas llevan los
cielos impolutos y los horizontes infinitos captados por las
lagunas de Llanganuco y el nevado del Huascarán. Hay
en su corriente el orgullo de grandezas soberbias y en sus
burbujas se sincronizan los colores del arco iris.
Franjas de espumas escarlata bordan y festonan la orilla
y por en medio bloques de nieve navegan como cisnes
de armiño. El viajero ha dejado su oración al pasar por;la
“barbacoa”, el turista su admiración atónita y los visitantes
lugareños su aventura amorosa. Una leyenda de tremola
urdiembre da al rio una nota de romance. Es “María Josefa”,
flor de castidad y símbolo de pureza. Su belleza incitó una
pasión fatal. Prefirió el sacrificio a la mansilla y ofrendó su
vida como una mártir. El hombre brutal cegó una vida que
se negaba al goce malsano de la pasión. Desde entonces
en la corriente hay voces lúgubres de deseos insatisfechos
que estallan y se ahogan, lamentos que flotan y resuenan
en la comarca como admonición y protesta, melodías
lúgubres que pontifican el inmemorial de la virgen y que
llenan de tribulación al viajero. Una ermita que los pasajeros
han improvisado a la vera del camino recoge la oración y
el tributo de los transeúntes. El río baja con una nota de
soprano por los quinuales, se hace angustiosa en María
Josefa, pasa galante y decidor por Ranrahirca para entrar
48 49
al Santa, con su tono de órgano y una melodía de liturgia
cósmica.
En Yungay el río es una fantasía. Un cause soberbio y un
puente artístico le prestan su ilusión. Por el fondo discurren
hebras discretas que pasan por el poblado en una sinfonía
de silencio monacal. El río ha querido pasar así, para
no distraer el arrobo de la ciudad y perturbar el sueño del
camposanto y a las almas del cementerio. El río se pierde
en las praderas de Utcush, lo absorbe el agro y de vez
en cuando entra al Santa llevando su fantasía de río y su
ensueño de trovador.
El “Ancash “es un río exhausto, sus aguas han emigrado
y dejado playas desoladas. Los andes jamás vaciaron un
aluvión de aquellas proporciones para arrasar un pueblo y
barrer la campiña. Una cuenca disforme y un hacinamiento
de piedras es la osamenta del río. Algunas hebras de agua
destilan su pena y una aflictiva melodía de quena recorre
el cause como una elegía de dolor.
El “Llulanca” en Caraz es un río cortesano y galante. El
clima ardiente de su campiña obliga abrevar en él y, la
sombra de sus bosques y la arena de sus playas cobijan a
los amantes y les ofrecen un recreo apacible. La laguna de
Parón le da sus aguas y la carga de sus fiórdicos paisajes.
Una música de serenata ejecuta el río y voces de violines
y guitarras pueblan el cause plagado ya de juramentos y
coloquios. Margina el río vergeles y moradas risueñas como
ofrendas y templos del amor. Ingresa al Santa con el paso
medroso y sensual de una odalisca.
El “Shangol” y el
“Colcas” vierten
melodías sobre
campos pastosos
y cálidos. En
sus aguas navegan
el rumor de
los cañaverales.
El río de “Los
Cedros” es de
melodía filosofal y gnóstica. Desciende de los nevados y
un cause de granito sólido le ofrece su lecho limpio y descarnado.
Se precipita por las pendientes de las montañas
y sus aguas se golpean implacables levantando una cortina
de nube como cauda y aventando el torrente de sus
espumas como una avalancha de brillantes. El estruendo
del río tiene la magnitud de gigante de sus cumbres; es la
música proteiforme de las montañas. Por sus aguas bajan
el fragor de las tempestades y el retumbar de los truenos,
brilla y bullen en ella el reflejo del rayo y el eco de las tormentas,
el ruido de las estrellas fugitivas y el restallar de
los bólidos que ruedan y de los mundos en formación. Es
una música fantástica, como si los elementos en furia ejecutaran
óperas geológicas y metafísicas para un auditorio
de dioses y genios mitológicos.
Entran en escena armonías planetarias con engarces
siderales, la furia desbocada de los elementos en un raro
50 51
concierto con la púrpura de las auroras y el torbellino de
los vientos.
Y finalmente está la cascada del Cañón, es una miniatura
de catarata. Es un raudo río cascabelero y resonante que
baja de las cumbres en saltos gráciles y elásticos de jilguero
y con alardes plásticos y acrobáticos de colibrí. Sus aguas
cristalinas se cuelgan como luengas láminasde esmalte
estucados de diamantes y llevan joyeles troquelados con
oriflamas de estrellas y auroras de amaneceres. Es una
larga y sutil cuerda de violín que rebota y se tiembla en el
traste de malaquita de la montaña. Trina y gorjea, es una
música de alondra al amanecer y por la tarde un arrullo de
palomas o un efluvio de capullos. El céfiro y la brisa arpegian
acordes dulcísimos y el viento y el huracán arrancan
voces airadas de flautín que la encañada trasmite al paisaje.
El “Quitaraxa” es un río ascético. Baja silenciosamente de
la cordillera y se escurre en su lecho de rocas por en medio
de quebradas profundas. Sin playas, sin setos ni Vegas
el río trae solo el rumor de su soledad de anacoreta y el
rosario cristalino de sus burbujas.
El “Coronguillo” es un filtro de cidras para Yuramarca. La
cordillera lo descarga por una pendiente abrupta a la cálida
campiña y da a crujir sus aguas en los terrenos pastosos
y resecos. Las piedras del río están teñidas de rojo-gris y
las espumas de la corriente le prestan su capa de armiño.
El río se refunde por entre los frutales y lleva al Santa su
aroma enervador.
El “Cuyuchín” es una orquesta. Primero el “Manta” que
baja de Huarirca,luego el “Polla” que se precipita de Cuzca,
el “Cuyllurón” que resume de Aco, el Taricáque viene
de Urcón y del Champará; el de “Corongo” que viene de
Tuctubamba y el río Negro de Ashacush le prestan su
embrujo y melodía, su canción y el rico anecdotario de los
pueblos y de la puna. Una brisa cálida que comenzando en
Pakatqui sube de tono en La Pampa, sirve de diapasón al
río. La estridencia de los trapiches se alterna con el rumor
de la corriente y, algo así como un aroma de mieles y una
leyenda de romances navega al Santa.
El “Tablachaca” es un bordón entorchado en oro, en sus
playas pululan los lavaderos de oro, la fantasía y la ambición
se entrelazan. Legendario, trae su prestigio desde
muy lejos. El río “Taule” y “El Consuso” en Conchucos, le
han dado el eco de sus taladros, el bruñido de sus hatos
y el temple del tunsgteno de sus minas; el “Sacaycacha”
le presta el ritmo social de las poblaciones de Bolognesi y
Huandoval; el “Llactabamba” la algazara de Cabana y Tauca
y “El Ancos” el embrujo del carbón. Negro pero con caudas
de oro y melodías furtivas, el Tablachaca entra al Santa
con garbo sensorial y filantrópico, ostentando riquísimas
partituras y regalando caudales maravillosos.
El “Santa” es el colector de melodías, un orfeón cósmico,
una antología musical con partituras telúricas y folklóricas.
Sale del Aguash con una pulcritud de remanso, en Conococha
forma su seno lacustre, es hermosa en las ondas y
52 53
se embriaga en las espirales de los remolinos. Gentil, lleno
de donaire y señorío recorre la pampa de Lampas en una
cadencia de flautas y clarines. Las garzas han puesto sobre
su apostura la semblanza de euritmias impolutas y el ritmo
alado de sus vuelos ledos e infinitos. El nevado y la altura
dan un cromatismo de acusada posición artística al paisaje
musical y discursivo del rio, cuyo dulce andante moderato
es premonitorio de excelsos vencimientos melódicos, de
giros recónditos, de expresiones luminosas e inauditas. Da
saltos de gamo y gorjeos de canario en Utcuyacu y borda
las márgenes de Ticapampa y Recuay con voces floridas y
allegros traviesos, para entrar con su tono y paso trenzado
de danza a los collados huaracinos, donde la música sacude
las lentejuelas de los corpiños y hace temblar los senos
en una tortura íntima de grandeza airosa y presumida. Por
Carhuaz cobra arrobos y deliquios dulcísimos en el valle
tibio y acariciador y sus notas de piano van dando paso al
tono grave del violín que ofrece el Santa en Yungay, donde
la música ganado por el arte se arrebata y angustia en la
madurez exacerbada y anhelante de las grandes oblaciones
de la naturaleza y de la ópera.
Corre el Santa en un lecho encandilado y entra a Caraz
bajo un dombo azul irídico refrescando la égloga virgiliana
con los plácidos temas de la sonata. Bajo el influjo de la
floresta el Santa se ufana y embriaga de fragancias. En
Mate capta de los jazmines, tónicas de perfume para la
música. El hechizo sube a lo sublime en el Cañón; la música
se deshumaniza y la fantasía abarca partituras metafísicas.
La brisa sonora y fluida asume cadencias arrebatadoras,
llena de estruendos telúricos y de acordes angélicos. Con
una maravillosa maestría el Santa pasa de la melodía pía
y tierna del callejón al scherzo susurrante de la encañada.
La transición es más sutil en el encanto contrapuesto que
ofrece ya el suspiro o el apostrofe, el trueno o la amenaza,
la bondad o la ira. Desbordante y tormentoso, con virtudes
ascéticas y caprichos histriónicos, rico en las cascadas
y cataratas el Santa rebasa a la costa dando a escuchar
melodías y rememorando en la lujuria del valle su fanfarria
de don Juan criollo, más atrás laureado conquistador de
náyades y vergeles.
Al finalizar el viaje fueron Milgicha y Damián a merendar al
campo riéndose de la situación que habían vivido por los
augurios de los ríos.
La exquisitez de su alma ha podido proporcionarme un
momentode saludable emoción y bañar mi espíritu cual
bálsamo samaritano.
Una mirada retrospectiva me ha conducido a la tierra del
armiño. He rondadoinquieto en el jardín bajo la fronda cariñosa
de los árboles, “El Famoso Callejón”, “los Lirios”,“El
Comercio” y la bocina de un carro que puso término a
aquella gira de ensueñojuvenil.
No puedo justificar mi ida como primicia de primavera.
Pensé que entrelágrimas ysonrisas y música terminaba el
año y a sus alegrías quise sumarme como partículainvisible.
Me abrazan sus inmerecidas indulgencias. No me asiste el
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menor privilegio paraconvertirme en “guirnaldas de magnolias
y ungirle de fragancias”. Quizá si debecontinuar en
el crisol para merecer este don del cielo.
Aprovechando los intervalos de los días de otoño me di
vacaciones enel campo. Un minuto que llegué a casa me
dieron la agradable sorpresa de mi viaje a Perú. Más tarde
supe de mi retorno a ese país, Circunstancias egoístas me
han privado de instantesamables de insospechada armonía.
Mancos y Ranrahirca, Yungay y Pueblo Libre, Caraz, Mato y
Huaylas, El Cañón del pato y la ruta férrea.
arranca notas melancólicas.
A inmediaciones el viajero descubre
Mancos y Ranrahirca.
Asentados en medio de una estancia
acogedora son como una
aureola o halo de campiña. Las
estancias de Huashcau, Mushu,
Piscui y Yánac vuelcan su aroma
y belleza. La magia argentada
del Huascarán ha puesto un broche
de luz sobre los poblados y
coloraciones esfumantes sobre
el matiz remilgado de su floresta. El panorama lunar es
grandioso... Licúa la cumbre nevada el fulgor lunar y la refleja
nívea en el horizonte haciendo temblar de emoción el
paisaje. La luz nacarada pone sobre la pradera un perlado
tono de ensueño.
De Ranrahirca a Yungay una campiña barroca vuelca sus
galas y se despliega zalamera. Por entre una alameda de
cipreses la carretera serpentea ufana e ingresa a la ciudad.
La población era un vergel. Instintivamente el morador de
la ciudad y del campo tenía su jardín y extensas parcelas
de azucenas que invadían los mercados vecinos. Pero
si una variedad policroma de flores matiza y excelsa los
jardines han de ser la magnolia la que le dé su prestancia
y realce. La magnolia es la flor simbólica de Yungay. En la
mayor parte de los huertos y jardines su flor es un blasón
de nobleza y emblema de señorío espiritual.
Tras una jornada llena de impresiones y novedades Milgicha
entra a Tingua. La floresta en el campo y en los huertos de
experimentación se enseñorea. El Convento de los Descalzos
convertido en Escuela, antes agro-pecuaria, está como
en retiro. Por las arcadas de sus claustros el eco de las
plegarias tiene melodías nostálgicas. El campanario está
como en espera y de los bronces suspendidos el viento
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Por todas partes las campiñas se anuncian como estrofas
de un himno o canciones de una copla. El verdor reverbera
como una aurora de esmeraldas y hay en el campo
oriflamas de melodía. Por Huarascucho y Uchucoto hay
vehemencias de madrigal, se contorsiona en hexámetros
en Shacsha, rutila en Aíra, tiene paletadas de aurora en
Shillcop y Rayan, irradiaciones de brillantes en Yanama y
en Marap, cromatismos fiorídicos en Huarca y Huashao,
rumor de idilio en Puchcoj, atalaya en Atma, folklore en
Huantucán, oblación de fragancias en Buenos Aires, poemas
y alejandrinos en Acobamba, música de colores en
Pampac, metáforas de luz en Husiscoljoto, magnificencia
y grandeza de óleo en Utcush y Caya, melodía de brisa
en Yanacaca, búcaro de azahar en Matacoto, brocado de
púrpura en Chuchín, melodías en Shillacaca, evocación y
ensueño en Sedán, dulzura de acuarela en Chuquibamba,
ritmo de danza en Llacta y Huaytacaca y sabor de romance
en Punyán.
Los escenarios del
campo alucinan y
sugestionan. Los
frutales dan su
tono efusivo y cautivo
el esmerado
porte de sus cultivos.
La campiña
es como un ánfora
delirante. Hay en
la tierra inhalaciones
de simiente, de germinación y vitalidad que aroman y
exultan, que prodigan y exuberante.
Un miraje de auroras se experimenta en yungay. Aquí la vida
es fragante. El valle escancia perfumes y la brisa melodías.
Al occidente las cumbres dan a dorar al sol sus lomos de
trabajo; titanes ancestrales han tendido sus brazos como
una barrera para proteger al valle. A lo largo de la cadena
de montañas están trenzadas en una maravillosa semblanza
de estatuas de Rodin. Al oriente las cumbres nevadas
simulan una procesión de vestales.
En Yungay el Huascarán da a la aurora un magnífico espectáculo.
El sol de levante irradia su luz por sobre la cúspide
Nevada y sus destellos dan a la nubes una coloración sonrosada
y una maravilla boreal. Así comienza el día como
una risueña paletada de pinturas, avanza como un verso o
una canción, es un himno a medio día y una melodía tierna
por las tardes.
Cuando se recorren las estancias de Yungay la pradera se
dilata a la vista en una grandiosa y elegante elasticidad
de gacela. Exhalante, alada, como una cauda de aureolas
luce la pradera en el paisaje especular su voluptuosidad
de campiña lujuriante.
En este brezal florido el tono y la plástica se enseñorean, la
belleza tiene rebozos sublimes y sus galas recortan un cielo
de ensoñación. En el alba el combo celeste reluce áureo:
la alborada ha puesto su pincelada maestra y la atmósfe
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ra se cubre como de una dorada
claridad; a medio día las nubes
flotan como melodías, navegan en
escolta arabesca y la imaginación
descubre figuras mitológicas en
extraña procesión de recreo; por
las tardes los últimos rayos del
ocaso transfiguran las nubes y el
escenario se cubre de un manto
dorado, orlado en su base por
pinceladas cárdenas y paletadas
de bermellón oscuro.
A pesar de la magnitud de la montaña todas las colinas
parecen que estuvieran en movimiento, dando la sobrecogedora
emoción de pliegues y repliegues o la impresión
de un abanico abierto. El flujo y reflujo de las quebradas
que se asoman, que se ocultan y cruzan sin transición,
refundiéndose unas veces y otras surgiendo más osadas,
matizando con la sonoridad
del eco de las curvas, con
la inquietud de las encrucijadas
y la luz fulgente de
los vanos de las cimas dan
al cuadro una movilidad dinámica
infinita comparable
solo con el claro oscuro de una superficie cromática.
Por encima del festón níveo el Huascarán se eleva majestuoso,
impone su señorío y hace flamear su penacho de
cumbre egregia. Aparte de
ser la más alta de la cordillera
blanca es la más bella y
augusta. Es un monumento
de cristal asentado sobre una
campiña de esmeralda.
Su albura es un mensaje que se irradia en la extensa
pradera dando un tinte de idealidad a las cosas. Ningún
nevado tiene la opulencia ebúrnea de sus formas, ninguno
el vuelo ágil y extenso de sus flancos, ninguno la sugestión
de altura y la sensación de hechizo como él.
El Huascarán tiene un empeño canonista y litúrgico. Da
alas para el ensueño y marca el ritmo del arte. Insinúa
tonos, distribuye tintes, su paleta suaviza el verdor de las
campiñas y el color encendido de las auroras; da al cielo
verberaciones fulgentes, celajes argentados, lampos damasquinados;
sincroniza el carmín de las mañanas y el
bermellón de los ocasos. Y las auroras y los crepúsculos
van halándose de ilusión en el paisaje y haciendo plácido
el tono de la acuarela del alba.
Otra de las fuentes de belleza del paisaje son las lagunas
de Llanganuco. Mientras el Huascarán se yergue como
una visión de armiño, las lagunas en la base del nevado
tienen refulgencias de cristal y ondulaciones de ensueño y
de ilusión. A un lado se reflejan las cumbres nevadas y la
fantasía descubre bustos alabastrinos y nacarados en una
rara y caprichosa inmersión; al otro lado, el follaje de los
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quinuales estremecidos
por la brisa dibuja sobre
las aguas arabescos de
sombra que se refunden
en los abismos de los lagos
para luego brotar en
el fondo como bosques
acuáticos. En medio de
los lagos se licúa el cielo
y las estrellas fulgen destellos de diamante; la luna posa su
ambarino resplandor y las nubes navegan en sus ondas.
Una melodía de silencio y de belleza puebla el ambiente
y el viajero o espectador insensiblemente se transporta a
regiones de ensueño.
En el extremo occidental está el cementerio, la colina preinca
de Wuansacay se ha erguido en un colosal mausoleo.
El morador ha querido aún en la muerte tener una atalaya
para avizorar el exultante paisaje. Y los monumentos de las
explanadas y los nichos de los círculos concéntricos tienden
la mirada a la campiña en un postrer reclamo y evocación.
Hacia el norte la campiña engarza dos reliquias del paisaje:
Ancash y Pan de Azúcar. Ancash está diseccionada.
El Ande sangró su fiebre; la herida se ha cerrado, pero la
cicatriz denuncia la devastación. La imaginación se detiene
suspensa al considerar el espectáculo horrible que habría
captado un lente en el desmoronamiento de las cumbres
nevadas. Paisajes fiorídicos, poesías siberianas y polares
no alcanzarían a dar una idea de lo que han visto los contrafuertes
andinos en el dislocamiento de las nieves sobre
el pueblo inerme. Pan de azúcar exhibe su silueta de gorro
de general. Por sobre él se calcinan en todos los veranos
los huesos de los héroes de la Confederación y en el invierno
el musgo le pone un tinte de bronce. El observador
deja Pan de Azúcar y desde lejos ve flamear el penacho
vencido del gorro de Santa Cruz y de súbito le viene a la
memoria el trágico desastre del 20 de enero de 1839 en
el que la menguada ambición de Gamarra sacrificó la esperanza
del país.
En un inventario de la belleza del paisaje yungaino no
podía excluirse la exquisita gracia de la mujer. La pródiga
naturaleza le ha otorgado sus mejores galas y ha dado a
brotar un tipo de excepción. Egregia como un tibor de esencias,
hermosa y pulcra como un botón de magnolias o un
bouquet de lirios, tiene de la aurora su tinte rosa y del sol
el oro mate de su brillo. La atmósfera le presta su tersidad
y ensoñación y la campiña su refinamiento y elegancia.
Bajo el influjo de un clima de emoción y de arte el viajero
sigue el curso de la carretera que le va descorriendo aquél
telón de gasas y tules que muestra la atmósfera en el Callejón.
A la margen izquierda del Santa está Pueblo Libre.
Se insinúa como un nido de ensoñación, como un oasis de
tono y ternura en medio de la estribación parda y abigarrada
de la Cordillera Negra. Por encima del poblado, que era de
corte colonial, un brochazo de esmeralda luce su tinte de
primavera; al pie las campiñas de Chorrillos y San Lauro
arrullan la ilusión y los aromas lujuriantes se refrescan en
62 63
la brisa emotiva del Santa. En Barranco se ha esmerado
la naturaleza, al regalo de una estampa colorida ha añadido
la maravilla de las Cavernas de Yungay, por entre los
laberintos se pasea la ilusión y la inquietud se anega en
el misterio.
En Caraz se excelsa el panorama, toma contornos definidos
de gracia y hermosura. La naturaleza retoza eufórica, el
escenario muda de decoración, se engalana de cederías y
tules, se adorna de esmeraldas. El arte se objetiva, se colora;
brota la plástica en una profusión de exóticas bellezas.
El cromatismo vital de Caraz lo da el sol y la campiña: magnifico
y esplendoroso el uno y fecunda y bella la otra. El sol
da su luz ardorosa y la campiña su elasticidad sensual; y hay
tonalidades subyugantes en la atmósfera y armonías que
excitan y fustigan en la vega. El concierto hace brotar una
alegría amplia y la ansiedad de un goce pleno y rebosante.
En ninguna parte de Callejón de Huaylas como en Caraz
tiene la vida mejores estímulos: es el embrujo del paisaje,
el hechizo de la mujer, el ritmo de sus melodías.
La campiña está como enfervorizada, pronta a la oblación y
fecundación. En Pucapacha y Cabiña los huertos de naranjos
exhalan fragancias de azahar; en San Miguel y Molino
Pampa la efervescencia del campo irrumpe avasalladora
y sensual; en Cumpayhuara la vegetación se estiliza, el
hombre ha bordado franjas y cenefas y por sobre los cercos
las copas de los árboles rebalsan y dan a mecer ramales
de jazmines que perfuman la ilusión. En Llullanca hay
esteros eglógicos: en los follajes hay nidos para el idilio y
en la corriente del río estallan resonancias de ósculos. En
Tunsgucayco e Ynca-Huain, en Shallan-Cotu, Pueblo Viejo
de Huandoy y Ruinas de Parón hay paisajes históricos. En
Yanaucra la campiña tiene eflorescencias crepusculares y
la vegetación se espolvorea de púrpuras. Luce encajes de
terciopelo en Llacta, tintes de alborada en Yuracoto, melodía
de esmeraldas en Tinco y mirajes de iris en Cullapampa.
Por Shandol y Pati torbellinos verdes revolucionan tras el
arenal de las Colinas y como brochazos de pintura al oleo
los bosques decoran el campo y dan a fluir colores apasionados
y tonos profundos.
Entre las moles pétreas y las cumbres nevadas está la laguna
de Parón. Es un espejo de plata orlado en sus bordes
por acantilados verduscos y salpicados de una vegetación
melancólica. En la superficie navegan convoyes de nieve
y las imágenes de las cumbres nevadas pueblan el fondo
64 65
del lago. Parón es el
estor musical de Caraz
y galardón máximo del
paisaje.
El Huandoy no filosofa
ni mira el espacio con
ojos desorbitados. El
Huandoyes una actitud
definida: traza en el valle
su silueta y se proyecta
en el espacio como
un fanal de brillantes.
Nietzchehabria encontrado
en él un pedestal
para las estatuas de Zarathustra.
La expresión estética de Caraz es la pintura. El paisaje se
desborda en una sinfonía plástica. En las aguas lacustres de
la cordillera hay tintes especulares y tonos apasionados en
la euforia de las Vegas de Santa cruz. En las cercas de Cañasbamba
la melena de los sauces diseñan cumbres graves
y pensativas. Finge toda la campiña un alfombrado persa
sobre que el sol se requiebra en ritmos profusos.
Del Puente de Choquechaca la carretera ingresa a las
asoleadas Vegas de Pomachuco. El verdor de los alfalfares
refresca la imaginación. Más adelante está Mato. El color
glauco de sus cañaverales y el casto perfume de sus jazmines
estructuran sinfonías de color y fragancia.
Una cadena de Colinas superpuestas se concatena y dan
a la campiña de Huaylas su plataforma de color pajizo.
Señorial, con un abolengo de marquesa y una donosura
de bayadera la campiña huaylina es el broche de oro del
Callejón. Por algo excelso y especial el Marqués Pizarro
lo acogió por su encomienda y tomó por compañera a la
ñusta Inés Huaylas Yupanqui, hija de la palla Añas Colque
y del Inca HuaynaCápac y en la que tuviera a sus dos hijos
Francisca y Gonzalo. Más tarde don Simón Bolívar en mayo
de 1824, se postraba de hinojos ante el hechizo de Manolita
Madroño: musa de un idilio inmortal y corazón que confortó
en el campo de batalla de Junín al espíritu del libertador.
En Curcuy, Chirakajta. Pueblo Viejo, Plaza Pampa y Cuba
Libre el agro se enseñorea y tiene emoción bucólica. En las
cumbres resuenan los ecos de los taladros de las minas
de Patara y Kjakjapunni. Tal la pulquérrima Huaylas que
como un empeño o una indagación está engarzado en la
pendiente. Centinela y augusta. Un afán espiritual de evasión
y de salto son los signos telúricos del paisaje huaylino.
Al pie de Huaylas a una profundidad como de mil metros,
muy cerca de Los Cedros queda el Cañón del Pato. Las
dos cordilleras dan la ilusión de que se unieran en este
punto. El rio Santa ha cortado su lecho y sus aguas tienen
en esta ruta arresto de bordones encandilados. La galería
de 49 túneles que el hombre ha horadado en la montaña
sirve de soberbia antesala a Huallanca.
En Huallanca está la Central Hidroeléctrica. Desde la cabecera
del Cañón del Pato los acueductos subterráneos
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se asoman por las ventanas y dan a admirar campamentos
de obreros que se han incrustado en las rocas.
En la Casa de Fuerza el alma se sobrecoge de admiración.
El hombre ha taladrado en el granito un enorme templo industrial.
Por uno y otro lado la red de oficinas y socavones
se pierden sigilosos.
Las enormes maquinarias completan la decoración con su
acerada severidad. Mientras tanto el Santa se revuelve indómito,
embiste con ferocidad los sácalos de su lecho, se refunde
en remolinos y se aleja con alaridos de rebeldía.
La zona urbana de Huallanca muestra su ranchería de
población de campamento. Los traficantes de baratijas y
los cafés con radiolas marcan el tono chillón del poblado.
De Huallanca hasta Chimbote el viajero hacia un recorrido
por ferrocarril y observa en las estaciones la ansiedad y
la preocupación de las gentes. La ruta es móvil. El juego
de los pliegues de las montañas y la riqueza de la carga
del río en el invierno distraen la atención. En uno que otro
oasis el verdor de las sementeras atrae la curiosidad. A la
margen derecha del Santa y a partir de la estación de La
Limeña y hasta el mar se observa los 65 kilómetros de la
Gran Muralla. En Tablones y Suchimán cambia el paisaje;
primero como un difumino de verdor luego con brochazos
fuertes los bosques se ofrecen a la vista. En Vinzos, La
Rinconada y Tambo Real se ensancha el valle y son grandes
extensiones de arroz, de caña de azúcar y de algodón
que marcan el tono del escenario.
El panorama se ensancha y enriquece cada vez… Los
algarrobos y tamarindos extienden su copa de sombrilla y
su sombra tachonada. Tímidas garzas ululan en los espejos
lagunarios de los almácigos de arroz y las rancherías
serrinas denuncian la proximidad de la Casa hacienda. De
repente se tropieza con un Mayoral que cabalga impertérrito
en su corcel, su soberbia y masonería. Esparcidos en las
bocatomas alguno que otro escuálido peón se consume en
la fiebre del paludismo.
Aparece Chimbote. A los costados de la línea férrea se
enfilan las casas de los obreros. El cementerio tiene todo el
abandono de la muerte. En la ciudad las amplias avenidas
bostezan. Alguna que otra construcción moderna salva el
olvido arquitectonal de las fachadas. Las mujeres salan el
pescado y juegan a la suerte. Los hombres se lanzan al
mar en la faena de la
pesca y las guitarras
y el alcohol encienden
su imaginación. Los
varones en celo están
prontos a desenvainar
el puñal, mientras que
las mujeres ciñen su
lascivia al vendedor.
Al norte de la ciudad las usinas modernas y los enormes
hornos y muelles en espera de industrias gigantescas que
forjaran la nueva fisonomía del paisaje. Entre tanto las fábricas
de la industria del hierro y del pescado dan su colorido
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con el movimiento obrero cotidiano y son el coágulo de las
rebeldías de clase.
El mar presta el sortilegio de su cercanía e inmensidad.
Una bahía espléndida y una isla rocosa decoran el litoral,
mientras las pampas se esfuman por entre granadales y
lomas de arena rumbo al desierto y al misterio.
Cajamala, Ancos, Llapo, Tauca
Ante el contacto con el universo el alma de Migicha se
transfigura, vibra en ondas luminosas y se diluye en el
ritmo melodioso del paisaje. Esta fusión y conjunción de
aproximaciones elabora una aptitud y disposición espiritual
singular. En la contemplación del paisaje no es tanto la
vista sino el sentimiento que aprecia y avalora. Luego se
desarrolla un mundo interior donde no solo se reproducen
los paisajes de la naturaleza sino que se transforman y
evolucionan profundamente y se ornamentan de florestas
emotivas, se orfrebrizan en el oro y la pedrería de nuestra
fantasía, se teje con la seda sutil de los ensueños y se ta
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chonan, engarzan y guarnecen con gajos de luz, remansos
de lagos y arabescos de jardinería espiritual.
Lo que le da sentido, unidad y emoción al paisaje es el
hombre con su facultad de relación y asociación. Y entonces
será más bello para aquellos espíritus refinados que han
acumulado tesoros espirituales y que están en condiciones
de revestir con magnificencia e interpretar con mayor acierto
y provecho los recursos de la naturaleza. De aquí, que en
cierto modo, la verdadera belleza del paisaje radique en la
visión subjetiva que suscita.
Es en estos dominios cuando la evocación y la fantasía
reconstruyen y edifican paisajes y palacios magníficos
y suntuosos, quintaesenciados y refinados hasta el desborde
y la embriaguez. La imaginación concibe estampas
magnificentes, destaca aldeas edénicas asentadas como
en pétalos de rosa o campos de esmeralda, ríos en que la
plata riela en los remansos y la pedrería de brillantes se
desgrana en las cascadas, lagos tersos y ambarinos sobre
cuyos cristales el sol hace acrobacias luminosas y la luna
juega a la ronda.
Estas maravillosas visiones interiores evolucionan creciendo;
la imaginación recorre mansiones de cristal, palacios
de oro habitados por hadas, parques primorosos en cuyos
estanques de perla liquida navegan los cisnes del ensueño.
Las metáforas cromáticas y musicales invaden las esferas
del arte con un fervor exacerbante. Y aquél aparente desvarío
y vértigo tienen su lógica como lo tuvieron el gongorismo
de España de la época de las guerras de conquista de
Carlos V, el rococó en el resplandor de la victorias napoleónicas,
las letras cabalísticas y la Thora sagrada en las
aldeas de los primitivos israelitas o el nirvana en el azar de
la teogonía India del tiempo de Buda.
Viniendo de Chimbote y siguiendo la ruta del paisaje el viajero
atraviesa estampas de trigales e ingresa a Cajamala.
La población de clima templado está como en siesta y la
vecindad de la costa ha dejado su nota de éxodo y melancolía.
Pero el paisaje es magnífico. Las extensas zonas
de alfalfares le dan su nota y animación plástica. En las
campiñas de Chacolla, Collocollo, Puripuc, El Castillo, Casa
Blanca, Cahuac y Matala hay huertos de frutales y montes
ubérrimos con tintes al óleo. Por sobre la ciudad están las
alquerías de Miraflores con su sabor de acuarela.
72 73
El clima suave y los cultivos de la vid y de la caña de azúcar
dan a Cajamala un dulzor de balneario y regalo.
En Ancos el paisaje es plácido. La población se recuesta en
la arboleda de los huertos y hay un frescor de esperanza y
una emanación de aromas que el viajero aspira con codicia.
En Cocabal y la Galgada los esplendidos campamentos
mineros dan su típica algarabía. El carbón ha puesto su
difumino en las fisonomías y en las cosas. Las minas vuelcan
sus entrañas y los hombres ceban su ambición.
Los campamentos en el día están en espera, mientras el
trabajo de las máquinas ensordece. Por las noches en los
casinos y rancherías arde la pasión. La música de radio vierte
su música estereotipada y las guitarras se exacerban en
su ardor., encienden el fuego de las pasiones y hace correr
a raudales el alcohol. Al amanecer los hombres vuelven a
los socavones exhaustos y cansados. Una lánguida esperanza
de retorno al jolgorio alienta la jornada. Las mujeres
descansan y se reponen para renovar sus desfallecientes
halagos al varón.
Las bocaminas campean en los ceros de Ancos y la Galgada.
Son una vorágine: tientan al hombre y lo atrapan en
sus fauces. De vez en cuando lo sueltan como un estropajo
y esta vez es sólo para aventarlo como un despojo.
Por sobre Cajamala hay escarpados y cerros negros de
patina milenaria. El cinabrio y el antimonio prestan la decoración
de sus óxidos y acicatean la curiosidad de los
mineros. Escarpados y cresterías de pizarra se recogen
y forman un nudo en la cumbre. En esta cima se asienta
la población de Llapo,” Nido de águilas”, y sus casas con
sus tejados áureos son como una corona de la cúspide.
Las calles en declive tienen una precipitación acrobática y
una movilidad vehemente. No obstante prima el equilibrio
y el desnivel es un matiz que da su colorido típico a esta
población.
Las campiñas de Matunan, Buena Vista, Huamán,Curhuay
y Chuquique ofrecen a Llapo una tenue coloración esmeralda.
La quebrada de Urunduy tiene remembranzas de río y
ofrece su ilusión de agua. Entretanto las lagunas de Uycos
y el manantial de Pogta prestan su escasa corriente y hace
brotar en las parcelas de cultivo una vegetación parva.
Vellones de pajonales se extienden como un manto para
cubrir el frío de Llapo; sábanas de ichus con sus flecos
cortos rodean al pueblo y lo envuelven. Por encima Shihaunca
y la puna de Uyco muestran su ceño adusto y su
laguna helada.
La ubicación y altura de Llapo le hacen el visor del panorama
más extenso que la visión humana puede alcanzar.
Tiene al frente los contrafuertes de Huaylas, el Océano
Pacifico y la provincia de Santiago de Chuco. Por las noches
las luces de los barcos en el mar prestan su luminaria
al ensueño y a la fantasía y de día los horizontes lejanos
sugestionan con su vértigo y atraen con el hechizo de nostalgia
que infunde a melodía de lo infinito.
74 75
Una Iglesia de tipo colonial muestra la pasada grandeza
de Llapo. Y los subterráneos del Convento de los Jesuitas,
dan a cavilar en dantescas escenas inquisitoriales o en
aventuras románticas que los naturales narran con emoción
y orgullo.
En Urunday, las momias paradas en hornacinas talladas
en la roca. Por el camino del Inca hay clabas de granito y
en el Ushno la tradición dice que se veneraba a un cóndor
de oro. El Santuario “ScalaCeli”, al costado de la Iglesia
Matriz tiene un subterráneo y la capilla de Copacabana en
la plazuela Miramar, tiene subterráneos y en el paisaje de
Cangolla están los templos pre-incas del Sol y de la Luna,
de la cultura Haylas.
Una franja de senda se abre paso por entre la pizarra,
atraviesa Chuquique y conduce a Tauca (Kakia) por esta
entrada el hombre se resbala por la pendiente de las calles
al centro de la población. Apiñada y repleta están las casas.
Un inusitado movimiento anuncia la actividad del agro por
las mañanas. Huachuspiña, ConculayQuisuarball, Parga,
Asumachay y Huamapara son las campiñas de Tauca que
ofrendan su sonrisa cascabelera y desairosa. Más abajo
un clima tibio ofrece sus galas de balneario y estampas
como las de Llactabamba, Tiñayoc, Hualalay, Quichua y
Matibambadan a Tauca con su vegetación barroca y sus
praderas floridas, un gusto renacentista.
El alfalfar absorbe las praderas y sus flores de azul-violeta
se extienden como brochazos sobre un campo de arcilla
amarilla. Por el cerro de Angollca las minas de plata ceban
la ambición y la fantasía.
Hualalay es al presente lo que otrora fuera Llactabamba:
un templo y un parnaso del amor. El idilio tiene la efusión
del campo y el perfume de las flores. Por Parga los recodos
anidan recuerdos y ponen hitos a la aventura.
La riqueza de las campiñas y el sabor artístico del pueblo
está representada en su templo. El arte colonial agotó los
recursos barrocos y erigió altares soberbios cargados de
ornamentos inverosímiles, de volutas que se esfuman como
esencias, de adornos quintaesenciados, de columnas esbeltas
transidas de una ebriedad mística y otras cargadas
de racimos de uva, grávidas y apasionadas.
Los artistas vaciaron su fantasía y captaron la emoción del
pueblo para plasmarlo en su templo. De aquí los ábacos
llanos y severos del arte dórico o los remilgados y estilizados
del corintio y gótico, capiteles, bazas y cenefas de
ornamentación bizantina donde la imaginación se pierde,
estrías de pilastras pulidas con pan de oro y tallados con
lujo, frisos de alto y bajo relieve con motivos arabescos
engastados entre arbitrales griegos y cornisas árabes, jambas,
molduras y cenefas de oro que irradian vivos fulgores.
Rejas toledanas de tipo renacimiento y ventanales con barrotes
de madera tallada o esculpida; arcones esmaltados,
relicarios de concha y carey; cálices, custodias y candelabros
elegantes con incrustaciones de piedras preciosas
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tallados en el oro y la plata de la región; palios y casullas
de seda y oro donde el arte se ha esmerado y agotado sus
recursos y en los que enhebró la mujer tauquina su pasión
angelical y su fe cristiana.
El púlpito de madera donde no hay una pulgada libre de
talla o de motivo decorativo es el orgullo del pueblo y reliquia
nacional. El artista se ha esmerado y su fantasía se ha
excedido en el portento de la obra; la imaginación apenas
puede seguir la prodigalidad decorativa. El oro burilado en
el púlpito aumenta el fausto de la obra y excita la ambición
de los extraños.
En Tauca la manzana es una planta silvestre. Los montes
se repliegan en los ceros o se cuajan en las acequias o
junto a los cercos de los corrales, abunda en los huertos
y hasta invade el patio de las alquerías. Una fragancia de
fruta aroma el ambiente. Y las gacelas de la campiña dulces
y sonrosadas como unas manzanas llevan a los mercados
vecinos su mercadería y el garbo de su belleza lozana y
turbadora. Este caso singular de hermosura tenía que generar
bardos y romances y por fuerza una música y una
poesía romántica.
El campo poblado de cadencias incitó a la aventura y las
pasiones tenían que incursionar por el verso y la melodía.
Y la mujer como un ángel o una vestal fue endiosada y venerada
la campiña como un templo le ofreció el escenario
de las sombras de sus montes o el furtivo recodo de sus
caminos para dar a florecer una promesa o un beso.