jueves, 30 de mayo de 2013

NUEVO FLORILEGIO DE JULIO R. OLIVERA ORE PARA PERU: LA DAMA DEL REJO


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                          PROLOGO

 

LA DAMA DEL REJO

Don Julio Olivera Oré nos regala esta vez La dama del Rejo, su Milgicha – la mujer de labios de alas de colibrí, de mejillas de flor de manzano,  de pechos enhiestos y dóciles – capaz de producir la  más intensa de las melancolías.

Milgicha, la gacela de cabellera azabache y larga, es en la poética de Julio Olivera lo que Silvia es en la poesía de Melgar: símbolo e ideal múltiple más que de fémina de ser humano pleno, carnal y espiritual. Ser humano que fluye cual espejo perfecto ante el poeta quien en sus pupilas ve su propia imperfección y se alza en la lucha por deslumbrarla, por conquistarla, por amarla, por poseerla con intensa angustia por la temporalidad que discurre y marca nuestro cuerpo como el viento andino marca el paisaje, como el sol del ocaso marino va pinceleando los arreboles. Es ese asombro por la perfección de Milgicha, por sus flancos tiernos y ardientes, que conducen al yo poético más allá de la mirada y lo sitúan en lo trascendente del miraje para compararla con la melodía de Wagner o de Mendel con la misma naturalidad plena que cuando la nombra jilguero o torcaza.  

Olivera por Milgicha ama a la vida, al ónix, al bronce y a las retamas, por ella ama al mundo natural. Por ella también ama y recrea la cultura, en  un verso un quipu y en otro Ruben; en un verso Eros o Ápolo, en otros Huayna Cápac cuando no el Señor de Sipán. Por eso, en Ansiedad la ‘poesía oliveresca’ se acerca a la de Salomón en Cantares, dialogan los amantes con la serena privacidad de la alcoba y del saber  geográfico del cuerpo escudriñado en mística alteridad. Es Milgicha  singular versión trasandina de la Reina de Saba; solo ella con su nobleza puede trocar a un río en trovador, solo ella es el cantarino arroyo que aplaca la sed, solo ella es la fruta que sustenta, solo su alma es el camino del apasionado idilio. De ese idilio que aligera nuestra carga, que nos hace seres religiosos para trascender en el ruego, en la contemplación, en la paciente y ecuánime espera del último viaje. A propósito, Olivera escribe: ¿Por qué demoras y no vienes?// ¿Aún no es la hora de la cita // o mis frutos no están maduros //
y no es tiempo de la siega?”.

Como el poeta, retocemos con Milgicha y veamos en su perfección nuestra imperfección perfecta; en nuestros diez cristos curvados, sujetemos la esperanza que anuncian sus ojos de amanecer. Leamos…


                                                       Bertha Consuelo Navarro Navarro

Universidad Complutense de Madrid Docente Universidad Nacional Federico Villarreal, Lima –Perú

 

 

 

 
LA DAMA DEL REJO

 

Milgicha en el Rejo es una estrella primaveral. No se vio antes mayor gloria de la belleza ni el portento de hermosura como en aquella exhúbera gacela de cabellera azabache y larga.

 

En ella se luce la lozanía de las manzanas de San Ignacio y el tinte de las flores de Concuyay. En el rostro virginal las mejillas de amapola son arrebatadoras y en los labios angelicales maduran las fresas y las moras. Aquellos labios son un esbozo de alas de colibrí o de capullo de flor de manzano. El cuerpo egregio es escultural. Ella sabe que es admirada y codiciada y que cada uno de sus encantos rinde y fascina.

 

Impóluta la frente de Minerva. Y por entre las afelpadas pestañas se abría el sol en sus ojos y el fulgor de sus miradas pone en el alma y las cosas un dulce encanto de gracia. Su cara tiene la sana alegría y el hechizo primaveral de una flor de calabaza. Espléndida, maravillosa es una fuente de arrebol y de calor. Un halo de perla y carmesí iluminaba su ser y en los labios de coral brotan la sonrisa como un plácido crepúsculo.

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