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PROLOGO
LA DAMA DEL REJO
Don Julio Olivera Oré nos regala
esta vez La dama del Rejo, su
Milgicha – la mujer de labios de alas de colibrí, de mejillas de flor de
manzano, de pechos enhiestos y dóciles –
capaz de producir la más intensa de las
melancolías.
Milgicha, la gacela de cabellera
azabache y larga, es en la poética de Julio Olivera lo que Silvia es en la
poesía de Melgar: símbolo e ideal múltiple más que de fémina de ser humano
pleno, carnal y espiritual. Ser humano que fluye cual espejo perfecto ante el
poeta quien en sus pupilas ve su propia imperfección y se alza en la lucha por
deslumbrarla, por conquistarla, por amarla, por poseerla con intensa angustia
por la temporalidad que discurre y marca nuestro cuerpo como el viento andino
marca el paisaje, como el sol del ocaso marino va pinceleando los arreboles. Es
ese asombro por la perfección de Milgicha, por sus flancos tiernos y ardientes,
que conducen al yo poético más allá de la mirada y lo sitúan en lo trascendente
del miraje para compararla con la melodía de Wagner o de Mendel con la misma
naturalidad plena que cuando la nombra jilguero o torcaza.
Olivera por Milgicha ama a la
vida, al ónix, al bronce y a las retamas, por ella ama al mundo natural. Por
ella también ama y recrea la cultura, en
un verso un quipu y en otro Ruben; en un verso Eros o Ápolo, en otros
Huayna Cápac cuando no el Señor de Sipán. Por eso, en Ansiedad la ‘poesía oliveresca’ se acerca a la de Salomón en
Cantares, dialogan los amantes con la serena privacidad de la alcoba y del
saber geográfico del cuerpo escudriñado
en mística alteridad. Es Milgicha
singular versión trasandina de la Reina de Saba; solo ella con su
nobleza puede trocar a un río en trovador, solo ella es el cantarino arroyo que
aplaca la sed, solo ella es la fruta que sustenta, solo su alma es el camino
del apasionado idilio. De ese idilio que aligera nuestra carga, que nos hace
seres religiosos para trascender en el ruego, en la contemplación, en la
paciente y ecuánime espera del último viaje. A propósito, Olivera escribe: “¿Por qué demoras y
no vienes?// ¿Aún no es la hora de la cita // o mis frutos no están maduros //
y no es tiempo de la siega?”.
y no es tiempo de la siega?”.
Como el poeta, retocemos con Milgicha y veamos en
su perfección nuestra imperfección perfecta; en nuestros diez cristos curvados,
sujetemos la esperanza que anuncian sus ojos de amanecer. Leamos…
Bertha Consuelo Navarro Navarro
Universidad Complutense de Madrid
Docente Universidad Nacional Federico Villarreal, Lima –Perú
Milgicha en el Rejo es una estrella primaveral. No
se vio antes mayor gloria de la belleza ni el portento de hermosura como en
aquella exhúbera gacela de cabellera azabache y larga.
En ella se luce la lozanía de las manzanas de San
Ignacio y el tinte de las flores de Concuyay. En el rostro virginal las
mejillas de amapola son arrebatadoras y en los labios angelicales maduran las
fresas y las moras. Aquellos labios son un esbozo de alas de colibrí o de
capullo de flor de manzano. El cuerpo egregio es escultural. Ella sabe que es
admirada y codiciada y que cada uno de sus encantos rinde y fascina.
Impóluta la frente de Minerva. Y por entre las
afelpadas pestañas se abría el sol en sus ojos y el fulgor de sus miradas pone
en el alma y las cosas un dulce encanto de gracia. Su cara tiene la sana
alegría y el hechizo primaveral de una flor de calabaza. Espléndida, maravillosa
es una fuente de arrebol y de calor. Un halo de perla y carmesí iluminaba su
ser y en los labios de coral brotan la sonrisa como un plácido crepúsculo.