Otoño en el “Charles River”
Isidora mira el paisaje y concita la evocación’
despierta un mundo de sentimientos dormidos, cuadros de belleza cubiertos de
polvo, melodías aprisionadas y ráfagas de luz en las tinieblas. Es precisamente
este carácter que da al paisaje un sello espiritual de dulce emotividad y que
nos familiariza a él dándonos la sensación de cosa propia y ya conocida.
Se llevó las manos a la cabeza, sacudió su pelo
negro que le cubría los ojos. Sus mechones se agitaban cuando ella movía el
rostro de un lado a otro y gritó “octubre, ya es octubre”, mes morado en el
Perú, mes del milagro perdido, del Cristo de Pachacamilla. Isidora es una mujer
enamorada de las aguas del “Charles”, vive cerca a sus orillas y cada día que
pasa extraña más estos ritos de efusión que le vienen con ansiedad queriendo
entender la vida un poco más. Es una muchachita graciosa de ojos verdes vivaces
expresivos, frágil, esbelta, de una gran clase, muy femenina, egresada del MIT.
No concibe la vida sin la música, es concertista en sus horas libres, crea sus
propios conciertos para su solaz y vive del recuerdo de su patria y no se
percata de cada vez se vuelve más americana en sus costumbres; tal vez un día
escribiera un libro, quizá la entretuviera de su nostalgia, pero la vida no era
para vivir la soledad, había algo más en el mundo, más que su nostalgia y el
amor a su país, el amor al paisaje, que bulle en este tiempo de esplendor,
olvidándose de las guerras de terror, de las crisis y de las elecciones
presidenciales, pero con todo había que vivir y aprendió a vivir con el tiempo
y las añoranzas de un río por donde navegan recuerdos de cada día que transita
por su vera.
Nostalgia y lontananza son conceptos afines en la
evocación y, ambas cumplen un destino: suscitan la melancolía, flor del paisaje
y perfume de añoranza. Si la evocación es la aurora del recuerdo, la melancolía
es su melodía y fragancia.
La lejanía es una perspectiva del paisaje y de la
evocación; es una distancia y posición poblada de dulces silencios y de
indefinibles encantos en la que nuestra angustia anhelando liberarse de la
tristeza se vierte en sus melifluos mirajes. Y he aquí otro término y otro
concepto que concurre a estructurar la nostalgia y la melancolía de Isidora. La
lejanía no es tanto una perspectiva como una idea metafísica. Su contenido esta
cargado de historia y de sino, está en el dominio de la fisonómica. Es una lánguida visión que viniendo
de más allá del recuerdo y de la evocación se difumina como una estela por más
allá de los confines del horizonte. Solo el espíritu ahíto y la mirada absorta
lograrán asir sus encajes luminosos y navegar en el oriflama de su cielo
ensoñador.
Lo expuesto es bastante para explicar y definir lo que
hasta ahora se viene designando con la palabra nostalgia. La juventud y la
primavera, el otoño, la dicha y la bonanza expanden el alma y engalanan la
naturaleza; su presencia y goce nos anega de felicidad. Advierte un terror
cósmico y el esplendor de la naturaleza se empaña; se hace esquiva la fortuna y
un velo de tristeza cubre las almas. El vacío y la soledad intrigan; el
recuerdo tienta con su sonrisa indefinible de remembranza y con su fulgor de
pasada grandeza. Hay reclamo y añoranza; una anhelante angustia atormenta y
consuela. El espíritu vive como transplantado en otro cuerpo y con un fervor y
frenesí mezcla de esperanza y pena, ambula y espera. Es a través de éste
calidoscopio emotivo que columbra la vida y es a éste fenómeno psicológico que
se le debe su tono y colorido clorótico. Tal la nostalgia.
La nostalgia es la añoranza de un horizonte y de una
escena; esto es paisaje y evocación espiritual. Es una síntesis y abstracción
de nuestra experiencia. Una estampa de la naturaleza ha despertado nuestra
admiración y suscitado nuestro cariño y a la par que aprehendemos su belleza
una emoción de identificación nos estrecha: sentimos que le damos algo de
nuestro ser o que un jirón de nuestra alma se queda con ella.
En este mes de octubre con el orgullo de su historia
a cuestas el “Charles River” recibe las hojas que caen de cada árbol,
convirtiéndolo en un espectáculo multicolor de rojos y amarillos de todos los
tonos. El aroma característico de esta época da un ambiente de fiesta para los
niños. Montañas de hojas secas, sacudidas por el viento ponen a Boston un tinte
cromático. Es la ciudad más europea de los Estados Unidos. Pero lo que más
atrae es la actividad intelectual que proyectan sus universidades, museos,
galerías de arte, su música y sus pubs en un recorrido urbano, donde la gala y
la limpieza enseñorean. Boston como la ciudad de los irlandeses la hace más
conservadora. Sus trenes subterráneos (1897), un sistema de autopistas
voladoras y túneles bajo tierra y bajo mar, nos hacen soñar en el futuro. Tuvo
una gran participación en la lucha por la Independencia de primera linea en el
nuevo mundo, “La Cuna de la Libertad”, donde se produjo el nacimiento de una
nación.
Beacon Hill su barrio aristocrático, el oasis de la
elegancia y el refinamiento que Henry James retrata en “Las Bostonianas”. En
estas calles el tiempo se detiene. Es el Faro de Nueva Inglaterra y la Capital Histórica y Cultural de los Estados
Unidos, crisol del viejo y nuevo mundo. En 1773 el mítico “Boston Tea Party”, da
inicio a la Revolución, se abole la esclavitud y eclosiona el movimiento de
emancipación de la mujer.
El back Bay plagado de casas victorianas y Cambridge
que albergan las muy famosas Harvard y el MIT y El Charles River recibe todas
las fabulas balleneras que inspiraron novelas y películas y reúne en sus aguas
los iconos más importantes de la Revolución Americana. La ciudad le ha ido
quitando espacio a las aguas del río, pero también se ha adentrado a la otra
orilla. Hay allí otro icono de la sociedad.
A pocas cuadras del “Charles” esta Harvard Square,
es el punto de actividades y centro estudiantil más dinámico de Norte América.
Sus tradicionales barrios muestran sus farolas de gas y sus trabajos forjados
en hierro de lujosas mansiones señoriales; y el “Bunker Hill Bridge”, el más
ancho del mundo cruza el “Charles” en Boston como distintivo de la ciudad.
Muy pocas ciudades del planeta, pueden ofrecer como
la ciudad de Boston una mezcla de encanto colonial hasta la calma de un crucero
por el “Charles” y gondoleros pasivos, ganando la fama de la “Atenas de América”, también considerada como la
Esparta de Boston, como una de las ciudades deportivas más importantes de la
nación.
La paciencia y el amor son dos cosas que han de ir
juntas y de la mano, por eso Isidora sentía mejor la vida, contemplando como se
viene la muerte en el otoño de la vida. Y en la contemplación de muchos sitios de
intimidad nacieron sentimientos e ideas que perviven es su experiencia. Pues en
toda nostalgia hay un afán o un intento de vivir de nuevo. Por algo flota la
frase que todo tiempo pasado fue mejor. En el mismo caso del error o del
fracaso la nostalgia tiene el afán de borrarlo, de resanar, de no dejar fisura
por donde se filtre el pesar.
Está en nuestra naturaleza la exigencia de un anhelo
y el ansia de un vivir absoluto, pleno, profundo e infinito; el universo entero
nos absorbe con su tentación y hechizo, el pasado con su aroma de evocación y
magia, el presente con su esplendor activo y el futuro con su fascinación y
presentimiento. Sin embargo el pasado huye, el presente se escapa y el futuro
se vislumbra entre brumas en este avatar que acuna la nostalgia.
Hay en la nostalgia una ansiedad de retorno, es
decir un afán de inmutabilidad. Anhelamos con ternura el regreso y el recuerdo
y su perennidad nos conforta. Esto es que hay una protesta contra el tiempo en
el empeño de inmovilizar la escena, de sostenerlo en la estampa del paisaje y
en la escala del alma. Pero lo que da a la nostalgia su nota característica y
paradójica es su insurgencia por lo estacionario y por lo inmóvil, puesto que
su esencia es una duración pura, es decir el juego del pasado y el futuro o la
presencia de la evocación y de la esperanza.
Aquel afán de Isidora, es también nuestro, de
acariciar la evocación y perseguir la ilusión o de soñar en un mundo mejor es
una realidad sicológica, una situación vital evidente que nos mantiene como
transportados, por consiguiente, como ausentes: es decir nostálgicos. Sin las
inmediatas experiencias del pasado no habría percepción. El pasado da a las
cosas una significación y una situación vital inconfundible.
La acción es la manifestación elemental y primordial
del ser. En ella nos manifestamos; esto es expresamos nuestro poder. Y de la
limitación de nuestras facultades y previsiones surge una situación
inquietante: el sino y el azar como determinante. Y así destino y azar, sino y
casualidad con su magia y misterio alimentan la nostalgia y le dan su sabor
filosofal y su contenido emotivo. Es decir que más que modalidad y tono es una
posición óntica y una actividad existencial.
Nada nos queda de la mutación; nada abarcamos del
infinito y, sin embargo nos tienta el cambio y nos subyuga la inmensidad. Esta ansiedad es nuestra nostalgia,
la nostalgia de Isidora, de todos y de todos los días.
En todos los tiempos se han expuesto ideas y
expresiones de un contenido nostálgico. La muerte de los seres queridos, la
fuga de la dicha, la mutación de las cosas, la intimidad y la soledad, la
infidencia, la confesión, la ausencia, el retorno son conceptos constantes que
revelan un estado natural del espíritu y su contenido nostálgico.
Ochenta
millas de río pasan por las ciudades de Massachusetts y el “Charles” deja
recuerdo en cada cala de su orilla, deja conciertos, fuegos artificiales,
caminatas y gondoleros, veleros y canoas que adornan sus aguas en silencio.
Ahora se abandona al tiempo, llevando el otoño del recuerdo h
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