P R
Ó L O
G O
Mi dilecto, apreciado y antiguo amigo, Dr. Julio Olivera Oré, regresa
nuevamente a esas regiones ignotas donde la belleza conjuga con la harmonía de
la palabra, para entregarnos esta vez un manojo de versos que bajo las
fragancias de la madreselva se embelesan en la contemplación de las
ondulaciones insinuantes de la mujer de sus sueños hecha realidad, de ese ser
presente aun en los claroscuros que él busca sin fatigarse y que ahora,
finalmente, ha llegado a encontrar para felicidad suya.
Una poesía erótica que convoca al amor
físico el cual nunca llega a colmarse a
plenitud. Habrá por el tiempo interminable una reserva intocada, un algo
inconquistable que celosamente se esconda en la intimidad de la amada y que
acaso no ha de revelarse jamás. No
obstante estas limitaciones, el cuerpo, las caricias y las formas de la amada son un deleite recurrente para el autor, quien acude,
presto, a la palabra para utilizar los versos que mejor crea pertinentes a la
barroca filigrana, al exorno y al florilegio verbal, que le posibiliten
expresar su inagotable sensualidad.
Pues,
por mucho que la vea y la toque a través de las invenciones de la
voluptuosidad, los secretos de ella no han de agotarse nunca: son parte de su
peculiar naturaleza. Ante un galán
pertinaz y emotivo la amada sabrá guardar su
vital tentación, su femenina provocación, y de ese modo, acabados los preludios, ambos
acudirán sin nada ya que los inhiba, al protagonismo de ardientes
lances, de idilios volcánicos, de gozo y de placer.
Es la andina Milgicha, de la bella Sierra
del Perú, con sus veintiocho años juveniles,
quien colma de sentimiento amoroso al autor, el cual, viviendo solo para
ella, escribe febrilmente a prueba de una imaginación que no da muestras de
agotarse pese a los varios y bellos poemarios amorosos que él se ha inspirado, y al raudo paso del
tiempo que es capaz de dejar en la nada los romances más apasionados.
Si el amor físico es una irradiación de lo
que se agita en el arcano, el autor ha
de contemplar a aquella discípula de
Beatriz y de Isolda en sus más gratas poses y gestos. De este modo la ve
juvenil y maravillosa, capullo de flor,
modelo de esculturas griegas y florentinas, angelical y exótica, de trémulos
flancos, hada de coral y de biscuit, reina coronada de ensueños, sirena
titilante de luminiscencias, viajera de fruta y de miel, en fin…
Julio Olivera, prolífico escritor, ameno
narrador y magnífico poeta, convertido
en un enciclopedista amatorio, aborda, ahora en definitiva, un idilio
perdurable, un sentimiento firme y sustancioso que va enlazado a su Musa inspiradora. Para ello se vale de
un vocabulario rico y pleno, fruto
elocuente de una Lengua Latina como la nuestra que permite que nuestro
prologado sea capaz de revelarnos en este su hermoso poemario, un poco a soto
voce, sus más íntimas vivencias, sus
recónditas melodías, con tal de hacernos
conocer a la que por el resto de la eternidad ha de amar su corazón.
Huaraz, Setiembre de 2012.
Dr.
Ruben Jaime Loly Romero
APRECIACION
DE ESTE POEMARIO
Perfume de madreselva de don
Julio Olivera es un poemario que se nos presenta cual discurso a dos voces: la
voz de quienes aman, él a ella – su Milgycha- y ella a él.
Los veintiocho años de la amada son primaverales para el amado, por
ello en la voz del yo-poético describe su ser pleno de “la belleza de un capullo de flor de almendro”. La descripción del
cuerpo de la amada recorre cada uno de sus milímetros y de sus flancos, con
ternura, pasión y elegancia – difícil ensamble en la construcción lírica.
“Aquellos labios revoloteaban
como mariposas sobre los míos” expresa el poeta, en la voz varonil,
destacando la magnífica manifestación física e interactiva del amor. Ella lo
sabe, ella lo siente, ella lo ama y ese amor la satisface: “Y no sé qué preferir: o admitirle sus
endechas o dejarme desnudar por sus miradas”.
Ella, para él, es la sublimación del amor, la Maja de Goya, la Madre
Patria, un ángel y, por supuesto, también es la mujer cotidiana plena de
laboriosa belleza cuyas manos saben transformar, como las hadas, las hebras
para tejer un sueter que cobije al amado y a su amor, al amor y al amado,
porque solo habiendo amado existe ella: la mujer amada con fragancia a
madreselva.
Bertha C. Navarro
COMENTARIO AL FLORILEGIO ANTERIOR
Julio Olivera nos
entrega los Versos en Prosa para Milgycha. El trascurrir de su poemario nos
revela palmo a palmo el cuerpo y el espíritu de Milgycha, la Venus de
Callampampa, cuya síntesis se entiende en la belleza primaveral sobre la arena
de Pisco con la desnudez diáfana de quien se nutre de Juana de Ibarbourou y
Alfonsina Storni.
En Milgycha se condensan el influjo íbero y andino
que la convierten en un ser sin igual y el poeta, en la voz del amado amante,
la contempla absorto desde esa mirada bifocal. Es así que Milgycha resulta la
Venus de Botticelli que entrega su virginidad solo en el lecho nupcial y siendo
esa Venus occidental sus senos cual magnolias emanan tonalidades canela y el
destello de la quinua.
Pero, el amado no sólo oye y mira, toca y se deja
tocar cuando “como una guirnalda de trinitarias/ tu cuerpo se arrullaba al mío”
y siente entonces los “pies traviesos y juguetones/ y más ágiles que una
libélula/ y más tersos que una flor”. Y el aroma de Milgycha está presente en
el olfato del amado; para él, ella es “un ramo de violetas, / la esencia de un
perfume” cotidiano.
Sus papilas la han gustado por ello afirma “había
también en tu piel, / fresca, suave y sedosa/un sabor de agua de cordillera”. Y
fue la cordillera quien enseño a Milgycha a amar, a darse en el altar del
mutualismo; por ello, absorto el amado recuerda: “y para deslumbrarme con el
tesoro/ de tus caricias primaverales”.
Las caricias primaverales se perfeccionaron
perpetuamente al compartir el tiempo bajo el mismo techo, como en la casa de
Cabana que la amada transformó en un museo por el buen gusto de sus detalles.
Donde vivieron, ella lo adornaba todo con el encanto de su aroma oculto en las
flores del campo y la sinfonía lírica de su risa…
Ahora, Milgycha ruega por nosotros mientras el
poeta nos acerca al deslumbrarte ser de la mujer amada que ama a quien el ama.
Bertha Consuelo Navarro Navarro
FRAGANCIA
DE MADRESELVA
Cumplias veintiocho
años primaverales
Cuando tu florida
juventud
Hechó sus raíces de diamela
en el fondo de
mi alma
y tu corazón
se abria
como un botón
de liri
o
para albergar
mi afecto.
Y aquél tu
cuerpo de hada
Escultural y
maravilloso
Era mas de
tersidades de amapolas
Y lustre de
marfil.
¿Qué dulzura
en tus líneas,
En tus ojos un
arrebol de ensueños,
En tus labios
la infinita sonrisa,
En tu pecho
dos cúpulas de ámbar,
Tu talle
era un fleje de acero pulido
Que se
plegaba a mi cuerpo
En celaje
que invadía mi ser
Como una
fragancia de madreselvas
O como un
aroma de frutas
Que
ambrosia en tus labios,
Que
delicias en tus besos
Y que
embrujos en tus pupilas.
Mis ojos
sorvian tu belleza
Mientras mis
manos recorrían
La
tercidad bruñida
De tu
cutis de trinitarias
En aquel
su afán insasiable
De captar
el encanto
De gustar
tu celestia.