Ya van
muchísimas hojas escritas y no dicen nada de mis memorias;pues la realidad es
esa, que solo comento mis obras y quizá parte de mi vida, como la historia que
les obsequio en este instante, que trata de mi juventud enamorada y mis sueños y
ensueños de adolescente-
Sus
abuelos, sus padres, todos sus parientes habian fallecido uno
tras
otro y
se han ido quedando solos.
Los
primeros amores no se olvidan con facilidad, marcan una vida.
A
veces
otro sentimiento quizas lo supera, pero cuando no es asi resulta inútil
luchar
contra
ellos, porque suponen la felicidad del pasado y cuando un sentimiento
perdura
muchos
años ha de ser positivo.
No se
si Héctor Chenedollé se quizo realizar antes de envejecer, pero
es
evidente
que lo logró pero no con Albertina. Tampoco sé si lo hizo por ella, pero
es
igualmente
valido.
Evocaron
sus besos, dulces, cálidos, apasionados y vehementes. Toda
una
relación añeja se cubrió como una nube caliente y poderosa. Habían
acaparado
una
vida completamente. El destino es jugetón y a veces muy cruel. Hay que
tener
voluntad
suficiente y también olvido para no traicionarse.
Héctor
era de esos hombres suabes, intelectuales, silenciosos,
personales,
llenos de ternura que siempre suelen atraer a una mujer. Albertina
había
vivido
su vida dedicada a la literatura y al arte. Sabia en diferenciar un afecto de
un
sentimiento;
también sabía que la mujer tiene tanto derecho como el
hombre.
Tenía
pocos años cuando sintió aquella atracción por Héctor y nunca
pudo
sentir
lo mismo por otro hombre. Era un amor casi platónico, nunca lo negó,
pero
profundo
y además siempre tuvo el presentimiento de que Héctor Chenedollé
sentía
lo
mismo por ella. Imaginaba su alta inteligencia, su firme estatura, su
arrogancia, su
pelo
negro apenas ondulado y largo, sus ojos café, aveces acerados, mirando
de
aquél
modo que tal se diría que la despojaba prenda a prenda de toda su ropa y
la
dejaba
desnuda.
La
docencia le atraía, licenciada en Literatura y Letras, su vocación
y
su
illusion era escribir. Solía enviar colaboraciones a revistas femeninas que
no
tenían
mucha trascendencia pero que la habrian iniciado en su futura carrera.
En
Perú se
publicaba mucho pero se leía muy poco. Escribia sobre “El Cholo Meza”,
don
Ladizlao
F. Meza, huaracino, de espiritu bohemio y rebelde impertinente,
cuya
temprana
muerte segó antes de llegar a sazón, uno de los valores dramáticos
más
firmes
de Hispanoamérica. Escribir para que su libro se muriera en un escaparate
no
le
atraía. Tampoco aspiraba a ser una Best- Séller. Sería demasiada
suerte.
Era el
vivo retrato de su madre doña Angélica, de esos ojos verdes
y
grandes,
de mirada acariciadora, cabellera rubia con rulos espaciados; pudorosa
en
su
intimidad, evidentemente tenía clase, había nacido con ella y la llevaba como
un
troféo,
sin orgullo y sin soberbia, pero sabiendo que la tenía.
Chenedollé
y Albertina se fueron conociendo día a día a travez de sus
cartas
y se correspondían en todas sus aspiraciones, en lo físico, lo moral, en
lo
intellectual
y espiritual. Se amoldaban divinamente.
Los
gustos, la comprensión y la tolerancia y, la pasión que inspiran ciertas
personas
se
daban la mano aquí, en esta pareja.
Estimado Sr. Olivera, he leido "El Tabaco Regalo de America" y dejeme decirle que es un excelente trabajo de investigación histórica.
ResponderEliminarMe gustó mucho su publicación.
Saludos Cordiales
Fernando Echeandia