Homenaje al Laureado poeta César Vallejo
Julio Olivera Oré
"Estos Cuentos Andinos" nacen en el umbral de la ilusión, como la ansiedad de los buscadores de fortuna, tal vez como un himno al esfuerzo que se abre en un río atronador y un breñal de rocas milenarias como es el “Callejón de Huaylas “ y otros pueblos, enclavados en las cumbres de Ancash, de una parte del Perú, en homenaje al Laureado poeta César Vallejos.
Tal vez sea un inventario estético del paisaje natural que como los ríos ganarían tantas palmas con solo dar a admitir la carga de oro que brilla y navega en la corriente.
Legendaria y novelesca esta zona en el que el sabor bucólico del campo es poético y sortílega y hechicera la campiña, ha instado y gestado estos cuentos y leyendas como epopeya de amor, paisaje conspícuo de altura, para engalanar el arte y saciar la fantasía.
El rapto
Legendaria es la fama de Tambamba, escenario ensoñador del paisaje, olímpico parnaso de los bates y templo de cupido en Pallasca, riñó allí un antecesor del príncipe Apu Pomachaico con el cacique Atun Osco y se quedó con la bella Llullu Urpe, princesa de marca Huamachuco, hermosura primaveral que en peregrinaje idílico acampara en Tambamba para pasar a Cuyubamba a prestar juramento de amor.
Mucho antes el emperador Huayna Capac cayó en Tambamba cautivo en los brazos de una ñusta del lugar, de este idilio real, nació el inca Apallasca Vilca Yupanqui Tukihuaraca, ahijado de don Francisco Pizarro y padre de Apu Pumachaico; Huayna Capac y Apu Pumachaico, hicieron un edén en Tambamba, las flores más bonitas y exóticas y los nidos de las avecillas más hermosas engalanaron el escenario, y las parejas enamoradas hallaron allí un lugar furtivo para la aventura amorosa, desde entonces Tambamba era el recinto del amor, cuando Gualbina sintió la curiosidad de conocer el paraje era porque le acosaba su radiante juventud.
En Pallasca, una guitarra y un revólver tenían igual o mayor valor que el arte de amar de Ovidio, uno y otro debería tener todo buen pallasquino, y mientras la melodía de las guitarras edulcoraba la campiña los tiros de un revolver hacían caer una estrella, y aquella dulce y tierna doncella fue codiciada por los galanes que merodeaban en los contornos.
Por las noches la casa de Gualbina fuera asediada por las serenatas de varios grupos de mancebos, laudaban endechas de amor, rivalizaban los cantares y las guitarras y concertinas emitían melodías cautivantes, otros grupos escalaban la morada y abriéndose paso con manoplas y bastones alzaban con Gualbina, por entre un cerco de serenatistas a tiros de pistola y golpes de cachiporra.
Elegías
Conocí el dulce dolor de la ausencia, el valor íntimo de una lágrima, el silencio de la soledad, el oriflama aperlado de las lejanías y la tristeza infinita de la espera, la melancolía, aquella bella flor del recuerdo y la nostalgia, aquella invocación de reclamo....hicieron de mi la vestal de un culto idólatra.
Y adoré más para valorar mejor; por que el bien es más codiciado cuando falta que cuando se tiene, conocí el valor del consuelo, de la ternura, de la esperanza y también sufrí el temor del olvido.
La hermana sor Manuela tuvo en aquél monasterio una piedad infinita para mi, puso costra de goma en mi cara para evitarme las molestias de la admiración, y en el oratorio y la biblioteca me recreaba encontrándote, en el oratorio te adoraba como a un ángel o a un dios y en la lectura de los clásicos encontraba el contacto de tus besos a traves de los versos de san Juan de la Cruz o de sor Teresa de Jesús.
Más tarde rehuí el oratorio y temí profanar el sagrado templo, me horrorizaba el recuerdo de Eloisa y me sentía desfallecer ante las alegorías paganas de las bóvedas e imágenes, que me daban la sensación de que aquellos fáunos y sátiros hubieran de desprenderse para perseguirme.
Huí del confesionario donde el tono de mi voz y la fragancia embriagadora de mi juventud hacía temblar la castidad de aquel venerable sacerdote, me recluí en la celda más tétrica para apagar el incendio de mis cirios y ocultar aquella mi belleza turbadora, y mis sienes en la loza áspera y fría no se serenaron y más bien percibían aquel olor sensual que brota del roce del granito con el pedernal.
Y cuando la soledad comenzaba a seducirme, me anunciaron tu retorno, y aquella flor clorótica del monasterio volvió a tener en tus brazos sus tintes de azucena y su efusión fué la efusión de la primavera y su fragancia el de los azahares en el bouquet de las novias.
Doralisa
El geólogo Morris Scitovsky estudiaba los lavaderos de oro de Maybur, cuando su esposa conoció a Doralisa en aquél su campamento de Shindol, Litta, como así la llamaban a aquella excepcional gacela, era un capullo de dieciséis años, más linda que las flores del vergel y más luminosa que las estrellas, su lejano ancestro europeo se delataba en aquél su tinte de melancolía y nostalgia que hacían de ella una flor exótica.
La campiña exhuverante y próvida había hecho de Litta una mujer especial, alegre, rebosaba en ella la felicidad; en su voz argentada había el trino de las alondras y la ansiedad romántica de las gacelas, en su cara los tintes de perla y capulí le dieron un tono especial y en sus labios exquisitos afloraba la sonrisa como aurora crepuscular, en los hoyuelos de las mejillas se perdían las miradas de los admiradores y el cáliz de su boca siempre en dádiva era una incitación irresistible, el cuerpo grácil era juncal, en el busto los senos llenos, eran ensoñadores y por los flancos una línea sensual encendía el deseo haciendo delirar a los mancebos, pero lo que más embellecía a Litta no eran tanto sus formas impecables, sin aquella su alegría natural y fragancia erótica que hacía de ella una odalisca turbadora..
La mujer de Scitovsky que cobijara a Doralisa fue a pasar con ella una temporada en Cachicadán, en aquellas fuentes termales, Litta conoció a César Vallejo y a Tarnawiesqui, mientras el uno le recitaba endechas el otro hacía tintinear las esterlinas.
En lima en chacra alta, se instalaban los Scitovsky y con ellas Litta, tras las huellas de aquél astro, Vallejo se instaló también en la vecindad, el asedio del uno y la evasiva de la otra mantenían la lírica del romance hasta que en mayo de 1923 Litta decidió asistir a una festividad de Shindol, Vallejo se las compuso para emprender la jornada, Demócrito Brún, amigo de Vallejo y señor feudal de los lares de huarasácape y sus contornos facilitó el hospedaje y la movilidad, y el jolgorio en Shindol fue apoteósico y gloriosa la fiesta.
En las noches la luminaria de la cohetería y en el día los paseos en el campo hacían ensoñador y virgiliana la estadía romántica y novelesca, aquella fiesta marcó época y Litta celebridad, la musa popular cantó a ésta belleza y la bautizó de nuevo con el nombre de "la heraldos negros", y en verdad que aquella Litta, tenía de los heraldos negros el encanto melancólico que sublima y anega en una nostalgia metafísica pero que insta y alienta y "encabrita todas las ansias y todos los motivos".
Años más tarde se casó Litta con un comerciante principal, un señor de la banca capitalina celebró un trueque con el comerciante, pero Litta se rebeló y repudió a su consorte, la zalamería de Litta tenía en ascuas al vecindario, envuelta en un proceso judicial por celos y rivalidades dejó el lugar y llevó su hermosura a otros lares donde su belleza encontró un altar y su vocación romántica el escenario ensoñado para amar y ser amada, no antes deslumbró a la justicia.
Fotografias, cortesia de Nalo Alvarado Balarezo
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