sábado, 30 de julio de 2011
viernes, 1 de julio de 2011
Versos en Prosa para Milgycha
PRÓLOGO
Julio Olivera nos entrega los Versos en Prosa para Milgycha. El trascurrir de su poemario nos revela palmo a palmo el cuerpo y el espíritu de Milgycha, la Venus de Callampampa, cuya síntesis se entiende en la belleza primaveral sobre la arena de Pisco con la desnudez diáfana de quien se nutre de Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni.
En Milgycha se condensan el influjo íbero y andino que la convierten en un ser sin igual y el poeta, en la voz del amado amante, la contempla absorto desde esa mirada bifocal. Es así que Milgycha resulta la Venus de Botticelli que entrega su virginidad solo en el lecho nupcial y siendo esa Venus occidental sus senos cual magnolias emanan tonalidades canela y el destello de la quinua.
La conoce el amado con cada sentido, lo demuestra cuando nos describe la espiritualidad sensual y seductora a través de un poeta que escucha los suspiros, la maravilla sonora de la risa, los musicales silencios y el laúd de su voz: “tu voz vehemente/ sobrecargada de sensualidad/ parecía estremecer y avasallar/a tu anonadado interlocutor”. El yo-poético mira en las manos de la amada a dos palomas dormidas y en las formas de su cuerpo una arquitectura perfecta.
Pero, el amado no sólo oye y mira, toca y se deja tocar cuando “como una guirnalda de trinitarias/ tu cuerpo se arrullaba al mío” y siente entonces los “pies traviesos y juguetones/ y más ágiles que una libélula/ y más tersos que una flor”. Y el aroma de Milgycha está presente en el olfato del amado; para él, ella es “un ramo de violetas, / la esencia de un perfume” cotidiano.
Sus papilas la han gustado por ello afirma “había también en tu piel, / fresca, suave y sedosa/un sabor de agua de cordillera”. Y fue la cordillera quien enseño a Milgycha a amar, a darse en el altar del mutualismo; por ello, absorto el amado recuerda: “y para deslumbrarme con el tesoro/ de tus caricias primaverales”.
Las caricias primaverales se perfeccionaron perpetuamente al compartir el tiempo bajo el mismo techo, como en la casa de Cabana que la amada transformó en un museo por el buen gusto de sus detalles. Donde vivieron, ella lo adornaba todo con el encanto de su aroma oculto en las flores del campo y la sinfonía lírica de su risa…
Ahora, Milgycha ruega por nosotros mientras el poeta nos acerca al deslumbrarte ser de la mujer amada que ama a quien el ama.
Bertha Consuelo Navarro Navarro
Universidad Complutence de Madrid
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