jueves, 20 de septiembre de 2012

HISTORIA DEL APELLIDO OLIVERA

El linaje de los Olivera




06/02/2008 - Domingo Olivera fue uno de los personajes que más estrechamente ha quedado emparentado con buena parte de las tierras que componen lo que consideramos "el barrio". Propietario de la Chacra de los Remedios, vendió estos terrenos a la ciudad de Buenos Aires quien erigió en ellos el Parque Olivera, actualmente conocido como Parque Avellaneda. Creemos que es útil reproducir parte de historia para enriquecer a su vez la historia de nuestro barrio. Por esta razón reproducimos parte su biografía recopilada por uno de sus descendientes Carlos Olivera Avellaneda.

El linaje de los Olivera (NdR: cuyo escudo de armas que reproducimos está identificado por el ramo de olivo, símbolo de paz y fraternidad) es originario de Castilla la Vieja y su progenitor fue un noble caballero procedente de Alemania que acudió al llamado del conde don Enrique de Trastamara, en lucha contra su hermano el rey don Pedro I.

Después de la batalla de Montiel (1363) y muerto don Pedro ("el cruel"), el conde de Trastamara fue proclamado rey de Castilla con el nombre de don Enrique II.

Ya establecido en la Península, el linaje, se extendió por diversas regiones de las Españas, especialmente Castilla, Aragón, Vizcaya, Galicia, Cataluña y pasando también a Portugal.

Probó su nobleza en la Real Cancillería de Valladolid (1558/1618) y en la Orden de Santiago. Don Diego de Olivera casado con Isabel de Vergara, fueron los padres de don Francisco de Olivera y Vergara, casado con Antonia Ordóñez y Maldonado, quienes a su vez fueron padres de Don Pedro de Olivera y Ordoñez, natural de Grajal de Campos, Maestre de Campo de la Infantería Española, fue Caballero de Santiago, Orden a la que ingresó el 18 de enero de 1687, casado con Da.Teresa de Iturrezabal. (De su hijo, Don Juan Alvaro de Olivera Iturrezabal, casado con Ana de Borja, proviene Don Domingo de Olivera y Borja, padre de Don Domingo de Olivera y Barahona, fundador de la familia Olivera en Buenos Aires). Algunos de sus ilustres descendientes se destacaron en la conquista del Nuevo Mundo, estableciéndose especialmente en el Virreinato del Perú.

Los Olivera en América

Don Domingo de Olivera y Borja, nació en la ciudad de Quito, en el antiguo Virreinato del Perú, a mediados del siglo XVIII y contrajo matrimonio con Doña Manuela Barahona, radicándose en Lima.

Fueron sus hijos:

1. Domingo, sobre cuya descendencia trata este trabajo.

2. María Luisa, nacida en Lima, casada en España y radicada en Trujillo.

3. Juan, nacido y muerto en Lima; fue prefecto de Arequipa.

4. José, nacido en Lima, murió en la Provincia de Córdoba, herido por un rayo, siendo general de los ejércitos españoles.

5. Manuel, nacido y muerto en Lima.

Breve síntesis biográfica de don DOMINGO de OLIVERA y BARAHONA, fundador del Linaje en Buenos Aires



Pintura de la Chacra de los Remedios - Autor Mauricio Battistelli

Nacido en Ambato, en ese entonces Virreinato de Perú, el 10 de octubre de 1798. Educado en Lima donde residía su familia, debió abandonar de urgencia esta ciudad teniendo poco más de 10 años, por encontrarse indirectamente implicado en la revolución de la que formaba parte su padre don Domingo de Olivera y Borja –partidario de la independencia- contra el Virrey Abascal a fines de 1809. Abascal fue conocido en la historia como el “Virrey del Acertijo” a causa de la idea de Don Domingo (el viejo) de colocar en las esquinas bolsas conteniendo sal, habas y cal, que fonéticamente indicaban “sal Abascal) en alusión al virrey. Diccionario Biográfico de Ecuador, Tomo 6/03.

Apresuradamente se refugian en el Alto Perú, trasladándose a La Paz y de allí a Chile. Luego de la batalla de Tucumán, ingresan al Río de la Plata por la provincia de Salta y en marzo de 1813 “vemos llegar al puerto de Buenos Aires a un padre cansado y a un muchacho prematuramente serio que trae consigo su inseparable violín y entre sus libros, un ejemplar latino de las églogas de Virgilio” (Arturo Peña – Linaje de los Olivera en Buenos Aires).

Siete años vivió don Domingo de Olivera y Borja en Buenos Aires, partiendo de ella el 30 de Agosto de 1820 para unirse e incorporarse al ejército libertador y reunirse con el resto de su familia. Formó parte del ingreso triunfal a Lima, la ciudad de los Reyes.

Domingo hijo, por su parte, “se había ido abriendo camino en Buenos Aires y era ya apreciado y estimado por los hombres de la Administración Nacional. Había además entregado su corazos a una beldad que brillaba con pronto fulgor en los salones porteños” (RAVELIO DUARDUE – Don Domingo Olivera – Sus Trabajos Tomo I.-), con quien contrajo matrimonio el 31 de julio de 1821 (ya había nacido Benjamín, hijo extramatrimonial fruto de sus relaciones con Antonia De Luca, hija de don Esteban. (conf. Juan Martín Olivera) *1 ver nota del autor.

Dolores Piriz y Olaguer Feliú, era hija del Coronel don Gonzalo Piriz (muerto en España en acción de guerra) y de doña Maria Pilar de Olaguer Feliz y Heredia, descendiente directa del Conde de Fuentes ( titulo que data de Fernando el Católico) y hermana de Antonio, sexto Virrey del Río de la Plata y Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos.

Don Domingo inicia su actuación pública, cuando aún no había cumplido 16 años, como empleado de Intendencia de Policía, recomendado por don Hipólito Vieytes al Director Supremo Gervasio Antonio de Posadas. El 21 de abril de 1819, ya era Oficial de Número del Ministerio de Hacienda.

Dos años antes, el 19 de Julio de 1817, el Gobernador Intendente de Buenos Aires, Manuel Luis de Oliden, lo había designado integrante de la “Sociedad del Buen Gusto en el Teatro”.

Por aquella época, frecuentaba con su padre el salón de los De Luca – en donde se cantó por primera vez el Himno Nacional – y a cuyas reuniones concurrían San Martín, Rivadavia, Pueyrredón, Guido, entre otros, siendo entonces cuando Domingo se inició como hombre de letras. Dominaba el latín y el francés, hablaba corrientemente inglés y era miembro de la Sociedad Literaria.

El 30 de Marzo de 1822, don Bernardino Rivadavia, Ministro de Gobierno del General Martín Rodríguez, lo nombra Secretario de la Legación que se enviaría a Chile y Perú, bajo el mando del coronel Don Félix de Alzaga, con el propósito de liquidar la deuda a la República Argentina por los gastos efectuados en las campañas libertadoras a Chile y Perú.

Al retornar a Buenos Aires, es designado por Rivadavia responsable del área y aspectos financieros necesarios para concretar la fundación de la “Sociedad de Beneficencia “ (Marzo de 1823). En Junio de ese año, proyecta el “Reglamento para la Economía y Orden Interior de los Colegios de la Capital”, que es aprobado por Rivadavia. También en ese año, diseña la creación de la Escuela de Agricultura.

El 1º de enero de 1825, luego de haber colaborado como periodista en los diarios El Censor y El Centinela, formando parte de la redacción del El Mensajero Argentino, con Juan Cruz Varela, Valentín Alsina y otros.

El 10 de febrero de 1826, a los dos días de instalado Bernardino Rivadavia en la Presidencia, lo designa Oficial Mayor del Ministerio de Negocios Extranjeros y al año siguiente asume como Director y Administrador de la Caja de Ahorros, conjuntamente con Vicente López y Planes y Santiago Wilde.

Simultáneamente y en el momento mas reacio de la guerra contra el Brasil, es designado Oficial Mayor del Ministerio de Guerra. En 1827 presenta al gobierno el “Reglamento para Orden y Estudio de la Universidad de Buenos Aires”.

Reprobó la revolución contra Dorrego, que lo depuso como gobernador de Buenos Aires y su posterior fusilamiento, actos ambos que lo decidieron a abandonar la política y dedicarse a las tareas rurales. Tiene apenas 30 años.

Comienza por arrendar la chacra “Los Remedios”, donde establece un tambo y molino de trigo. Adquiere además un campo en la Cañada de las Piedras, cerca de Chascomús, en donde emprende el mejoramiento del ganado ovino, que habría dado luego origen a los famosos Rambouillet Argentino creado por los Olivera y uno de los principales antecedentes del Merino Argentino.

Crea “Las Acacias” en el partido de Luján y extendiéndose mas allá de las fronteras con el indio, a través de su hijo Nicanor, funda los establecimientos Malal Tuel y La Dulce ambos en el Partido de Necochea.

“Durante la larga época de la tiranía (el autor se refiere al gobierno de Rosas), se mantiene alejado, no sólo de la política sino también del trato social, teniendo buen cuidado de ocultar sus progresos técnicos de “Los Remedios”, con el propósito de no hacerse notar por aquellos para quienes todo progreso era sospechoso”. Ravelio Doardue, obra citada, tomo II, pag.31.

Un día del año 1836, vienen a avisarle a don Domingo, que el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, estaba acampado detrás de sus montes en Los Remedios ”ocupado en detener a lecheros, que no llevaban la divisa federal bien colocada sobre el pecho”. Se vistió con la ropa mas usada y raída que tenía y se dirigió al campamento. “Allí , encontró efectivamente a su excelencia, tal cual se le había dicho, rodeado de todo lo más notable de San José de Flores, riéndose a carcajadas del susto que producía a los pobres lecheros, cuando se les detenía para eximir si llevaban sobre el pecho la divisa federal en paraje bien visible como lo había ordenado y, si a su juicio no lo estaba, se les destinaba al servido de las armas en un batallón de línea. “Olivera, había tratado a Rosas en las diferentes subsecretarías que desempeñara durante la época en que Rosas por el cargo que ejercía en las Milicias de Campaña frecuentaba a menudo los Ministerios, allí, oficialmente, atendía a este con la cortesía que habitualmente usaba con todos, sin imaginarse entonces el efecto que en el animo de Rosas producían sus corteses atenciones”. “al ver llegar a Olivera, él, que le había conocido durante la fastuosa Presidencia de Rivadavia actuando con los diplomáticos de entonces y en los salones de la alta sociedad porteña, se sorprende al verle con aquel traje, abandona su posición y levantándose, con gran asombro de todos los que le rodeaban, corre a recibirlo, dándole un fuerte abrazo y felicitándolo por su transformación. Después dirigiéndose a todo aquel séquito, exclamó: Tengo el honor de presentarles a mi amigo Don Domingo Olivera a quien estimo mucho, sintiendo no poder presentar a un federal neto como desearía, sino a un salvaje unitario, pero incapaz de hacer mal a nuestra santa causa, se los recomiendo muy especialmente y les ordeno lo respeten porque ha hecho grandes servicios al país. Y luego dirigiéndose a Olivera agregó: Si, mi amigo yo no puedo hacerle milagros, convirtiéndolo a nuestra santa causa. Debo decir la verdad: usted es un salvaje unitario, pero bueno como pocos y eso basta”. R.D. obra citada, Tomo I, pág. 124 y siguientes. Rosas no quiso trasladarse al casco de Los Remedios y, a la caída del sol, se retiró del campamento.

Después de la batalla de Caseros, uno de los primeros actos de Olivera fue el de ofrecer sus servicios al Gobierno de Buenos Aires, pero no decidido aun a reintegrarse a la política, sólo acepta el cargo de Juez de Paz del Partido de San José de Flores, al que tuvo que renunciar el 29 de abril de 1852, para incorporarse electo por la Ciudad de Buenos Aires a la Cámara de Representantes, cuya presidencia asumió al asumir el General Pinto como Gobernador de la Provincia.

En 1853, Pastor Obligado lo designa Ministro de Relaciones Exteriores y Gobierno, cargo al que renuncia.

En 1856, es nuevamente designado Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, cargo que nuevamente declina.

Junto con don Félix Frías, Vicente Fidel López, Marcelino Ugarte y Miguel Cané fundan en 1859 el Partido Conservador y el diario” La Patria” que tuvieron muy corta duración.

Ante la necesidad de ocuparse personalmente de sus intereses, se retira nueva y definitivamente de la función pública. Fallece el 3 de Mayo de 1866.

HISTORIA DEL APELLIDO OLIVERA

viernes, 7 de septiembre de 2012

DIAS DE SEPTIEMBRE Cuento

DIAS DE SETIEMBRE


“ Antologado por el Instituto de Cultura

Peruano, Miami”



Cuento de Julio Olivera Oré

Si, hoy es 11 de Setiembre y estamos en Bar Harbor, al NE del Estado de Maine, como si estuviéramos en el Cuzco (Perú) en la cima del Machu Picchu, frente a la Inti- Huatana (donde se amarra al Sol). Estamos frente a un paraje donde el Sol asoma primero en toda América; es una cumbre circundada de bosques y lagos sobre una esquina que hace el mar, una cala en el Parque Nacional de Acadia. Aquí amanece más temprano que en otros hemisferios.

Hoy se recuerda la hecatombe de las Torres Gemelas en el Word Trade Center de New York, donde se inmolaron más de tres mil inocentes de todas las sangres. Semejante acto vandálico enlutó al mundo entero y sirvió para repudiar toda acción terrorista.



Se recuerdan otras festividades en este mes, mes de la Hispanidad, la fiesta del 14 en las sierras andinas, día de la Exaltación de la Cruz, en Corongo; festividad del Señor de las Animas en Conchucos y se viene la primavera y las novenas de la Virgen de las Mercedes. Por eso Septiembre es para recordar.



La conformación de la ruta presta un magnífico escenario al Sol. El Sol, luz, calor y alma de la pintura es otra maravilla del paisaje. Da el cromatismo del color; si tenue, una sinfonía luminosa o un has de celajes albos; si intenso, una sonata de colores o un torrente de luz; si avasallador, una fuga de matices o una orgía de tonos.



Aquí en Bar Harbor, nace prístino y fúlgido sobre el mar plateado, bordeado de veleros y cruceros. Dardos de oro rasgan las muselinas del alba y descorren un cielo de corindón azul flordelisado de ópalo; ondas de luz ensanchan la alborada y las nubes como tenues alas de querubines se difuminan en el horizonte. Orfebre: decora auroras, ilumina lampos, tachona de brillantes caudas y aureolas, engasta diamantes en las corolas de las flores, hace arabescos y lentejuelas en las liquidas esmeraldas del mar, troquela efigies de ángeles para nimbar las auroras. Burbujea en las cascadas como un río de topacios, hace fosforecer el rocío e irradiar las luz mágica de los prismas, engarza en un lampo de melodía de los astros y en una centella su escala cromática. Taladra las moles pétreas y lo precipita por la pendiente levantando un torbellino de polvo cuajado de miríficas irisaciones. A medio día el Sol es magnifico, esplendoroso, flamea en la cimera de la floresta o en la cabellera de las ninfas, ondula en el mar terso o en las líneas curvas de las bayaderas, calcina áloes, sándalos y resinas olorosas, aspira zumos sutiles y da a esparcir el perfume de las flores; cascabelea en los apriscos, hace volar las mariposas de los prados y despierta a las gaviotas de las playas. Nada le opaca. El combo azul se ensancha y se hace especular. A estas horas el cielo tiene una limpidez de diamante y se infiltra exquisito en el corazón y en la mente. Bajo el ardor solar se enmarcan los helechos, vibran y se contorsionan los bosques en un espasmo paradisíaco. Desciende pomposo, opulento y mórbido, desbordante y cegador, exhalando hálitos de lujurian tropical.



Luego viene el prodigio de la tarde. Surge la sombra como otro motivo plástico y poético. Mantos de violeta anaranjado avanzan y se proyectan en un escenario azul opalescente. El vencimiento y la pena dan su tono de melancolía. Una lánguida y perlada sonrisa de evocación da a los seres y a las cosas un tinte de marfil. La remembranza desciende a las almas como una caricia y una luz de amatista pálido cónstela las pupilas y da a reflejar su tono de violeta sobre un campo de crisopacios transflorados. Hogar de musas, ambiente idílico para acunar ensueños y arrullar anhelos. Es la hora de los esfuminos y del madrigal. La forma y el sonido diluyen su ritmo y cubren el escenario de una tersidad de otoño, irreal e impalpable. El bajo relieve y el semitono tiene en ellos su fuente de inspiración.



El crepúsculo como una blonda y exangüe irradiación solar se posa en las cosas como una exhalación y caricia. En medio de un decreciente tono de azucena y amapola avanza la penumbra y una atmósfera de rosa y muaré le hace ensoñadora. En los torsos de rosa de las rocas y en las faldas de las colinas los últimos rayos de luz dejan en profusión brochazos de oro viejo y sepia. La tarde se torna trémula, pudorosa y angelical. En la vaga claridad del crepúsculo se ofrenda como un poema en verso o una melodía de dulcísimo ternura. El efluvio de la naturaleza se expande como un perfume enervador. Es la hora del arrullo y de la égloga; las gaviotas y las almas se dan a navegar en la ilusión y la fantasía.



Llega el ocaso: melodía y elocuencia sideral. En el confín marino el sol que se pone hace bullir el oro en igniciones voraces. Es un coágulo de rubí. La cumbre pétrea refleja la maravilla áurea y todo el paisaje se ilumina de nimio y grana. Es la hora del arco iris: bajo la fosforescente policromía de sus arcadas entra el sol en su ocaso. En el confín marino un dosel de rojo ocre se eleva en un alarde de decoración y suntuosidad; flamíneos cobertores, rojos gobelinos, volutas y encajes de cederías evanescentes revuelven su ansiedad nupcial y se embriagan en la magia boreal. Yemas sonrosadas y salpicadas de rojo evolucionan como vellones de oro o nubes de fuego. Ánforas incandescentes escancian sus tintes de bermellón y azafrán y genios mitológicos decoran el cielo de visiones y fantasías edénicas y la ebriedad y el delirio de la fiesta multicolor exaspera los sentidos y da un lirismo pictórico al ambiente.



Sobreviene la noche, un ritmo de salmodias lejanas preludian los contornos del misterio. Primero una vibrátil y diáfana opacidad dibuja su melifluo tono, luego tintes oscuros cargados de lobreguez anuncian estampas de misterio y enigma. La tormenta en esta zona y la luz fugitiva del relámpago en las tinieblas añaden una nota de inaudito pavor. Sin embargo el morador de la península espera con ansiedad la noche; el ambiente solitario le fascina, la aventura y el romance lo atraen. La canción de gesta brota cada vez más inédita de estas confidencias inefables entre las almas y la noche desde el mirador del Wonder View. Profunda e insondable en la cala, inmensa y cárdena en las estribaciones de la roca pétrea, diáfana y espiritual en el confín del cielo. En las fauces de las cuevas marinas y en los vericuetos de las quebradas la noche se abandona y se puebla y llena de fantasmas. La tradición deslumbra la imaginación con el relato de aparecidos piratas y danzas de duendes. Y la noche se hace tenebrosa y se puebla y llena de fantasía y misterio. El mito y la leyenda cobran aquí un relieve insospechado.



La luna tiene un lugar preferente en la pintura y en la poesía. Por entre mantos constelados de brillantes un halo de polvo de oro se proyecta en el firmamento. Nace la luna y el paisaje se estremece de emoción y ansiedad. La luz lunar pone su nota argentada a la cala de Bar Harbor y su irradiación nacarina y ambarada, su lánguido fulgor, su dulzura enfermiza y candorosa, su estupor atónito, su ingenua palidez dan a las cosas una coloración melancólica. En la cumbre luce la luna su espléndida donosura: es la virgen que emerge del piélago azul envuelta en gasas de topacios. Se aposenta en el mar, flota y navega en los ríos, se escurre por el ramaje despertando a las ninfas y las náyades de la orilla. Una insólita melodía, da al espectro lunar livideces de tristezas y aflicción. La melodía vacía su angustia y dolor, vencida por la pena, traspasada por la luna.



En la cala la luna se muestra opulenta, pone sobre la fronda de los bosques placas de mica y cuando el viento mece el ramaje se filtra a tierra como una lluvia de laca. En las calles y avenidas despliega su lánguida toca de vestal. A su amparo el juglar colmado de inspiraciones desata su congoja o engalana sus sueños con la melodía de los violines y la música de las garzas.



II



De Corongo se baja por el camino de “la Culebrilla” a Pakatqui, su inclinación es muy fuerte, sube en zig-zag horadando el cerro a una altura de más de tres mil metros de roca pura. Se contorsiona como reptiles magros. En la superficie de las rocas hay manchas de caracoles que los viajeros observan con curiosidad. El camino es perfecto, hace insensible la cuesta y alegre la bajada. A distancia espeluzna, de cerca es acogedor. En cambio “La Cuchilla” es al revés, parece benévolo. Por sobre un bastión triangular de tierra que arrancando de Colcabamba se alarga hasta el río Cuyuchín, serpea y centella el camino en el filo de las aristas. En la base de ambos lados las quebradas y los remolinos de los ríos ofrecen su vértigo. Por Piñito, Carhuacondor y Pariacón hay bustillos recamados con el oro de sus frutales y la esmeralda de su follaje dando a los huertos y jardines un aroma de paraíso.



El paisaje es una estampa rítmica y cromática; la soledad es una abstracción, un escenario de paz y una atmósfera de ensueño; despliega el uno sus encantos y el otro le corona de cauda. El paisaje revela la forma y la soledad lo idealiza. El paisaje aquí es la eclosión de la belleza en el universo, la soledad es una aureola de espiritualidad y hechizo.

El paisaje se hace más grandioso en la soledad; más sutil y más elocuente. Las almas angustiadas por el misterio lo sienten más cerca.

Una de las formas de penetrar en las entrañas de Pakatqui es la contemplación: amor arrobador y conciencia de comprensión. La soledad le presta su escenario, lo hace más sensible al ser y más asequible a la naturaleza. La mas ` tenue melodía o el lampo de luz imperceptible se siente agrandado. Es algo así como si se lograra ver las ondulaciones sonoras de la música o escuchar la crepitación de un halo o el alborozo de un capullo de flor cuando se abre al beso de la luz. La reacción que suscitan es una tierna y profunda emoción poética.

La soledad aquí, no es una mera abstracción o una palabra vana y sonora de reflejo verbal. La soledad tiene una función y contenido vital, tiene una perspectiva y un horizonte; ocupa un lugar en el espacio y en el espíritu. Se proyecta y refleja, sugiere ilusiones y añoranzas. La soledad es como la melodía del silencio o el eco del escenario; es una posición espiritual de hondo contenido. Hay en ella la fuerza de una angustia que nos lleva en vaporosas abstracciones y, que nos hace flotar, que acaba por desaparecernos en el alma del cosmos y luego de arrullarnos en sus voces melódicas nos expande y difunde en el infinito.

Cuando nos sentimos absorbidos por la calma de las cosas o la fascinación del ensueño o cuando la mirada del alma desaparece tras la fuga de un esfumino o el vuelo de un celaje estamos tocados por la soledad. Transportados y absortos; solos y aislados, saturados de idealidad y en medio de un éxtasis sideral ya no podemos navegar sino en el infinito como arrullados por la música que orquestara el perfume de las pencas.

La soledad aquí es una posición vital del espíritu en su comunión con el paisaje; es una esfera de paz y de quietud. En estas regiones de idealidad el alma se despoja de concupiscencias, se recoge, sueña y escruta; la fantasía se ensancha, la visión abarca horizontes infinitos y la intuición logra frutos sorprendentes.

El seno de la soledad es fecunda: nacen de ellas las ideas inmortales y las formas puras de la belleza. El contenido de la soledad es edificante: lo pueblan el alma insensible y la naturaleza impoluta. La soledad es una evocación y emoción: esto es una aspiración del espíritu y una sensación de efluvios poéticos que explica la unción de los anacoretas y el fervor de los místicos.



III



!Auchicha!…despierta !carajo! son las cuatro de la madrugada, lleva a los animales a pastar; soñaba con la voz del abuelo Ezequiel, patrón del fundo, amo y señor de toda la comarca, que nunca dormía.

!Puta madre Atacho! Decía, dile a la chola Juliana que saque la leche de las vacas y traiga a los becerros, los chicos esperan su amamantada y su jugo de naranja. El desayuno en la hacienda era una ceremonia de inicio a la disciplina. Salchicas fritas con papas, ensalada de palta o jugo de tuna y nunca faltaba el caldo de cabeza, el shambar o el shácue, una que otra vez.

Los peones se disponían a la labor diaria en los campos, unos leñadores, otros trabajaban en labranza y los niños cuidaban de las vacas, de los cerdos y de los chivos, que hacían una ganadería prodigiosa y pujante de la zona.

La ñata Maria era la cocinera de turno, tenía la cara hueca y feroz, por falta de la nariz, carcomida por la “uta”; hacia la merienda para los patrones y trabajadores desde muchos años atrás y cargaba una gran alegría juvenil en las rancherías.

Atacho, era el encargado del “trapiche” y el Tápaco de la hacienda, engreído del abuelo y experto cazador con la hondilla y la “guaraca”. Aquí se cuajaba la caña en los alambiques, para hacer la miel, el aguardiente o la chancaca. Una “yunta” de bueyes, daban fuerza a la centrífuga para moler la caña. Era una faena que a ritmo de “roncadoras” se acostumbraba en las moliendas o en las trillas de trigo, en las cosechas de papas y en las parvas de habas y frijoles. La animosidad de la gente contrastaba con el calor del temple y la música nativa

Todas las frutas eran silvestres, las naranjas agrias, las paltas, las chirimoyas y los mangos, las guayabas, los porocchos y las granadas y granadillas, adornaban los huertos y los caminos. Al otro lado del río, por Huayllamas, una chácaras pedregosas sembradas de alfalfares daban de comer al ganado, y en las alturas de las punas el ganado mayor saboreaba los pastos del “ichu”. Al pie de la Casa Grande, el mirador a los “Baños Termales” siempre estaba lleno de palomas y aves de corral por las parvas de trigo, cercados con “cactus” que daban a brotar la “cochinilla’ y las “tunas”, de color granate amarillento. Los “choloques”, eran el jabón natural y su cáscara dejaba una espuma antiséptica.

Habitualmente en septiembre pasábamos las fiestas del 14 en Corongo o solíamos irnos al “fundo” con frecuencia. Salía de cacería con la “Winchester” familiar y con los caballos “Culebrita “ o “El Tito”, que marcaban el paso en el lugar; muy enjaezados y llenos de brío, montura de galápago, estribos amplios y jatos de plata labrada que eran lo mejor de las caballerizas.

Salía con Atacho de guía quien me entretenía con sus habituales historias de cuatreros y abigeos. Solo una vez cada año lo podía ver. De carácter agrio, déspota, frío y calculador, olfateaba todo fenómeno natural, pero era un hombre poderoso, por ser Tápaco de la hacienda y cuidaba de mi.



Se comentaba que Atacho vivía a su manera y no permitía intromisiones más que las del abuelo Ezequiel. Era el cholo moreno, alto, tenía los ojos muy pardos, bastante claros que brillaban de una manera extraña; era duro y fornido.



!Nunca te metas con él! me decía mamita Etelvina, nunca lo vas a doblegar y por supuesto que por nosotros te hará caso. El vive a su aire ; pero éramos amigos a pesar de saber que su orgullo se derrumbaba por sentirse cohibido y lleno de dolor sabiendo que yo era el hijo del patrón. Supongo que se sentía enojado igual que todos los colonos del lugar.



Cabalgábamos por la cañada tras el rastro de un venado herido y solía decirme de Juliana su novia, la que se encargaba en el fundo de los menesteres caseros con la abuela. Supe que se gustaban muchísimo. Necesitaba formar una familia me decía. Ella era mujer de hogar. Sabiendo que significaba mucho en la vida de Atacho, por eso quería salir de dudas uno de aquellos días de septiembre.



Bajamos de los caballos, lo atamos fuerte en las argollas de la terraza de la casa y entramos pisando fuerte con la presa en las manos. Era una venadita tierna.



Juliana era demasiado Hermosa y moderna, muy joven y la vida le podía ofrecer más que una vida rural sosa y aburrida. Era una muchacha encantadora, gentil, morena, de ojos negros, caderas sueltas, senos próvidos, con muchos años de relaciones, lo tenían todo organizado y creo que era suficiente para formar una familia.



Te lo digo de verdad niño me decía Atacho; no se si piensas como yo. Soy trabajador, pienso casarme, tener hijos y adorar a mi mujer. Juliana y yo en estos años nos hemos entendido perfectamente. Estoy muy ilusionado, quiero formar mi vida.

Juliana era mas ` atractiva que bella, pero su atractivo tenía un angel especial. Toda la comunidad decía que era la chola más sexy del valle, una mujer que gustaba a sus dieciocho años.



IV



Los campesinos que bajaban de las otras haciendas para la fiesta del pueblo raptaron por la noche a Juliana y a la Zarca Rosa, para saciar seguramente su borrachera y sus sucios apetitos sexuales. Atacho enterado del hecho buscaba con los caporales desesperado por todas partes y encontró una “lliclla” de Juliana y siguieron por el camino su rastro a los cobardes raptores. Allá en el “Rompimiento” de la fiesta pueblerina seguramente hayan de verlas.



Te das cuenta niño? Con el piso puesto, la fecha de la boda y de repente la Juliana desaparece. Atacho estaba desesperado y no era para menos, todo estaba dispuesto para casarse y había por medio muchos años de relaciones serias. Nadie comprendía porque había ocurrido el rapto sin dar señales de vida de ninguna de las chicas. Juliana era su verdadera ilusión, su futuro, su presente. Tenían acordado la boda estos días de septiembre. Hacían el amor desde hace mucho tiempo y decidieron casarse y de tener una familia.



Atacho preguntaba aquí y allá; iba por los corrales con los perros, por los caseríos y los pongos, buscando el rastro de su novia pero nadie le daba rezones, salvo que había mucha gente extraña que sube al pueblo a la “Fiesta del 14”.



La Iglesia desenvuelve sin duda una actividad social pintoresca. Las festividades religiosas con su séquito multicolor de procesiones y comparsas enriquecen el paisaje. Hay una ansiedad en la espera y un fervor inquietante en la proximidad de las fiestas patronales de estos días de septiembre. Es un revuelo religioso y social. La juventud vuelca su vehemencia y los corazones mitigan su angustia. Así mismo traen como secuela, robos, atracos y borracheras. Pero la fé religiosa se acrecienta y los espíritus se ungen de una piedad mística. La pompa de una liturgia fastuosa se hace más grandiosa y solemne, le añade colorido y celebridad.



Para tan augusta ocasión sale a relucir toda la riqueza del culto, su ceremonial y coreografía de gala, su rito de fiesta, su estilo florido. Las imágenes ostentan sus más ricos y enjoyados vestidos, los sacerdotes sus ornamentos de oro y hasta la feligresía se acicala con sus mejores prendas. Es una justa de suntuosidad y lujo.. como transporta y deslumbran los mantos de azafrán, los brocados de oro y las dalmáticas guarnecidas de crisoberilos, de carbúnculos y topacios, de espinelas y amatistas, de gemas y de cornalinas. Los velatorios tremolan sus brillantes y púrpuras y los cubre cáliz resplandecen su albura a través de los festones de oro. En el Templo de San Pedro de Corongo, la profusión de cirios excita la fantasía; por todas partes la flores ofrendan su perfume y los tules y velos que penden de los ábsides se pierden en la nube del incienso. Las voces del coro languidecen en esta atmósfera, se conturban y arrebatan, rebotan en las bóvedas, penetran en las almas y las hacen soñar y elevarse en la melodía. En el desclave del Señor de la Semana Santa, los fieles tocados por la escena del Calvario, se arrebatan en el llanto, estallan en sincero dolor. Y las masas flageladas por el terror sollozan inconsolables.



Tras la policroma ostentación del Templo viene el esplendor de las procesiones. El arreglo del anda es también cuestión de mística religiosa y de estilo especial. En las calles adyacentes “las matracas” crepitan y las apuestas jalonan los ánimos. Hay columnas de cera con mechones que se arrebatan y en los altares cerillas multicolores, repujadas y labradas con esmero. Pero lo que más sobresale son los castillos de cera, verdaderos monumentos de arte que los devotos portan en sus hombres, mientras comparsas de festejos cabriolean una danza autóctona con las “champaras”.Es la danza de los “Shacshas”.

Tal el lenguaje y la liturgia en las festividades religiosas de estos días de septiembre. A través de ellas brota una emanación de belleza o de fluido magnético que hace tan querido y ansiado el culto católico.



En esta fiesta “El Rompimiento”, de fama legendaria, es donde las bandas populares en una de las noches de la festividad ofrecen su melodía enervante. Las devotas con un velón en la mano bailan su ensueño; parejas de disfrazados irrumpen al centro y se dan a la embriaguez de la danza. Mujeres u hombres que garbean solos, apenas entreven una persona de su gusto, de un jalón lo ponen a su lado y trenzados en el ritmo y la intriga se entregan al torbellino del baile. Quizá por eso se raptaron a la Zarca y la Juliana. Borbotea el trago y el jerez o el anís del mono; uno que otro grito se apaga en el barullo o gime como un compás de la fiesta. Y miles de almas repletas en las calles ganadas por la melodía cumplen el rito. El claro de la aurora al amanecer ahuyenta a las parejas. En las aceras algún vencido aduerme su vértigo, mientras las devotas con el cabo del velón siguen delirando ritmos nostálgicos

.

Parejas de enamorados y enjambre de jóvenes que se han dado la palabra o has sido raptados para venir a las fiestas se juntan en las esquinas al son de la música de los “chirocos” y asumen aires de pulcritud y las parejas forman ruedos y acicalan sus ritmos. Después hay un periodo de fuga y de ansiedad emotiva. La gente vuelve a sus parcelas o sus villas y aquí nunca paso nada. Algún osado galán que ha merodeado tras los grupos en pos de alguna belleza esquiva, de un manotón lo arranca de su pareja y carga con ella. El rapto tan sigiloso y audaz lo ha advertido el infortunado varón, como Atacho, que ha sufrido la pérdida de su amada. Y la música sensual y voluptuosa prosigue impertérrita urgiendo a la av



jueves, 6 de septiembre de 2012

LOS NEGROS EN EL PERU


LOS NEGROS EN EL PERU

Del Libro de Julio Olivera Las Callecitas de Lima

Los esclavos negros trajeron no solamente su lengua sino además numerosos cantos y danzas que interpretaban a lo largo del pais. Don Nicomedes Santa Cruz nos narra, que una de estas danzas fué el “Landu”, es decir por Luanda, la capital de Angola y los bailarines eran llamados “Lunderos”, que era la representación de una cruda realidad del acto sexual que escandalizó al clero como “Danza Maldita”. Quizá más tarde se convierta en “El Tondero”, por las regiones norteñas del Perú; obligados por las distintas defromaciones a que era sometido este baile y termina con arrogancia, gracia y salero.

Al Perú llegaron negros criollos de las “Antillas” y asi también de distintas culturas africanas, que no constiruian etnias especificas, sino disgregadas, que dieron una nueva identidad cultural y social. Esto esta documentado por el cronista Huaman Poma de Ayala, que da cuenta de la presencia de negros zambos criollos que llegaron con los conquistadores en situacion de servidumbre o esclavos, estableciendose mayormente como agricultores y servidumbre en la ciudad. Un tipo de inmigración distinta como los de Brazil y Cuba. La música y la danza, provenian de culturas distintas y no eran coherentes o únicas. Habian diferencias y disputas entre negros bozales, ladinos y criollos, que formaban parte de las Cofradias en la Colonia. De aquí que es dificil hablar de una continuidad misical y coreográfica, sin ruptura del lenguajel que a la postre llegá a ser la cultura musical criolla de la costa.

Se desarrolla entonces la discriminación racista que justifica el orden esclavista. Llegando a decir por aquel entonces que los indios y los negros no tenian nivel de seres humanos y se llegó a discutir si poseian o no “alma”, para convertirlos en objetos de compra-venta. Por eso hasta ahora se oye decir “el negro lleva el ritmo en la sangre”, “los indios son ociosos”, “el negro esta hecho para el trabajo”. :los indios respondieron al sometimiento boicoteando con flojera. Mientras el “negro” respondia con burla haciendo “quimba” al blanco de diversas maneras. Lima tuvo el 70% de población negra. Algunos levantamientos asi como la existencia de Cimarrones como Francisco Congo y los Palenques, son temas de estudios de cientificos sociales. Los esclavos libertos se quedaron a trabajar con sus ex amos en calidad de asalariados

En las mismas festividades en que los negros divertian a sus amos, sirvieron también para la burla y la sátira y la guitarra y el cajón sirvió para acompañar a los decimistas y copleros y, fueron incorporados a las danzas religiosas, como los llamados “Son de los Diablos”, que eran grupos danzarines de negros grandazos, pestiferos, horrorosamente disfrazados y casi siempre en “bomba”, portando imnesas quijadas de burro y al sonido de flautas y tambores se detenian frente a las casas a bailar y gritar hechos unos verdaderos escapados del infierno.

Las cofradias posibilitaron el intercambio cultural entre miembros de culturas africanas distintas, iniciandose un nuevo mestizaje, con el proceso de catequización y cristianización.

Las danzas de “negritos”, “pallas”, el “Son de los Diablos” son formas musicales que surgieron como expresiones religiosas. Igualmente la “Brujeria”. Pero nos falta tener estudios más globales, frente a las nuevas formas de dominación cultural.